LOS ADIOSES (Juan Carlos Onetti) 2ª parte
Por eso no resulta relevante el análisis del resto de personajes, pues sus características podrían ser las que reflejan el enfermero y la camarera, y eso según el narrador, que se cuida mucho de apoyar o valorar las opiniones de ambos, o las que parece sugerir el propio narrador, casi nunca constatadas por hechos confirmados, u otras posibles, igualmente faltas de auténtico respaldo.
Por el contrario merece toda nuestra atención el lenguaje empleado por Onetti, que es de una belleza y penetración difíciles de igualar. Y así hay imágenes enormemente sugerentes:
- “…mostrando, aun en la grosera retícula de las sextas ediciones…” (pag. 29), para referirse a la falta de finura de las fotos de prensa.
- “…las redondeces breves y melancólicas…” (pag. 40), en alusión a los pechos de una mujer madura.
- “…Marcharían del brazo, mucho menos rápidos que la noche,…” (pag. 62), lamentando el curso veloz e inexorable del tiempo.
Como también abundan los juicios de profunda hondura psicológica:
- “…No es que crea imposible curarse, sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse…” (pag. 12).
- “…el cuerpo de la muchacha corregía la furia inicial para ofrecer solamente cosas que no exigían correspondencia: protección, paciencia, variantes del desvelo…” (pag. 54).
- “…yo creía con ella que lo que estaba dejando a la otra no era el cadáver del hombre, sino el privilegio de ayudarlo a morir, la totalidad y la clave de la vida del tipo…” (pag. 91).
El cinismo que impregna el relato no impide que haya algún pasaje de gran ternura, como la descripción del paseo nocturno del protagonista y la muchacha de la página 55, y también alguno de agudo lirismo, como la escena de la despedida de esos mismos personajes de las páginas 57 a 60, magistralmente contrapunteada por el relato intercalado de hechos ajenos a la escena, y rematada de forma brillante en el último párrafo de la página 60 y primero de la 61 para retomar el curso prosaico de la realidad.
Y todo ello al servicio del tema central de la ambigüedad y la impostura como motores de la ficción y de la ficción como instrumento de indagación de la realidad, con los innumerables encuadres y matices que un debate como ése puede plantear. Tanto desde el punto de vista del autor como creador de un mundo mucho más rico y vivo, cambiante en suma, como desde el del lector, al que, de un lado, se le invita a aceptar ser manipulado (es esa aceptación la que cuenta) y, de otro, se le ofrece al tiempo el privilegio de participar activamente en el proceso creador.
En definitiva, una obra literaria memorable, de múltiples lecturas e interpretaciones, que da nueva dimensión a la figura del narrador testigo, eleva la ambigüedad y la impostura a fuentes de creación literaria y aúna en su lenguaje una belleza deslumbrante y una penetración psicológica insuperable.
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