lunes, febrero 26, 2007

Solamente comprobar que he conseguido llegar ...

domingo, febrero 25, 2007

Nuestra vida, la de los otros y el en medio dónde se fue

Acabo de ver La vida de los otros. Qué feroz la soledad del escritor afectivo. El creador histérico-antropocéntrico, decía el oficial de los servicios secretos. No hay remedio más eficaz para neutralizarlo que encerrarle solo en una celda y no dirigirle la palabra. Cuando salga, privado de su necesidad de hablar y ser escuchado, tan despojado y neutralizado quedará que ya no volverá a escribir. No contaba con que el espía de témpano, el gran depredador mefistofélico de la intimidad humana iba a convertirse en ángel guardián. ¡Qué epifanía! Y finalmente, el autor anulado por la soledad tendría de nuevo un destinatario, esa musa que le escuchó con una finalidad en principio muy diferente. Cuántas veces nos quedamos sin musa, sin interlocutor, qué sequía. Ahí estabas en el colegio, tan segura de que el mundo era esa burbuja de la que ni sabías que eran los últimos años de una dictadura. Hoy van a hacer ustedes una redacción sobre la película que pusieron ayer en la televisión. ¿Cómo, qué tú no tienes televisión, Sabueso? Pues escribe lo que quieras, pero nada de risa, algo hondo, hondo. Sor Maria Jesús me enseño a escribir a lo Gracián. Metáforas nuevas, breves, sin trillar, y nada de gerundios. ¿Qué vas a estudiar cuando termines, Sabueso? Voy a ser escritora, por supuesto. Sor Teresa era gallega y no pronunciaba las ces implosivas. ¿Cómo se dice, hermana, complemento direto o directo? ¡Direeeto, niña, direeeto, con c, como lo digo yo! Risas. ¿Pero es que son ustedes tontas? Ay, qué pavo tienen, todo el día pensando en chicos y tonterías. Más les vale estudiar una carrera, porque los padres y los maridos pueden ser buenos y ricos, pero y si no, entonces, qué. Mi madre se asombraba cuando iba al colegio. Qué distintas de las inglesas, tan serias. Estas monjas españolas están ya casi saltando de alegría. Aunque le parecía muy bien. La infancia era para ser feliz. A pesar de los pololos marrones de gimnasia con goma por debajo de las rodillas, que a veces eran más largos que la falda de tablas tan rígidas que llevábamos encima. Menudos cántaros caderones. Qué no vengan los chicos del Sagrado Corazón a la fiesta de fin de curso y nos vean bailando la jota con esta pinta. El último curso llegó una profesora de gimnasia nueva y cuando se recuperó de la risa, se negó a impartir sus enseñanzas a seres con tal atavío. Desorientación monjil y maternal. Ya hemos hecho los pololos. ¿Un chándal? ¿Pantalones, dice usted? Modernidad en las aulas. Pero sólo para las pequeñas. Qué derroche, un uniforme de gimnasia nuevo para las de último curso. Que se aguanten así. No fue rebeldía, creo. O quizás sí. Salimos a la calle con los pololos por encima del uniforme de vestir, con la goma de la cintura subida hasta el pecho. Saltábamos, gritábamos. Y sor Inés, la hermana portera, detrás. ¿Pero adónde van ustedes, es que se creen que les van a gustar a los chicos así? Se paró en la esquina, como si hubiese un muro invisible. Todos los chicos del Sagrado Corazón estaban en la plaza del Perú, tan litris –entonces no se decía pijos- como lo seríamos nosotras. Qué importaba. Bailábamos frenéticas, poseídas por el júbilo de la niñez que se nos escapaba. Sor Inés también tenía pelusa en la barbilla, como la sor Angélica de La casa verde. Tendré que avisar a la directora. Qué niñas estas. Pero a la mañana siguiente sor Teresa tocaba el silbato tres veces en el jardín, formábamos la fila y ella levantaba los brazos y blandía el silbato a modo de batuta. Abril ha renacido, tralalá, tralalá. El campo está florido, tralalá, tralalá y todo en la campiña sonríe sin cesar. Desde el colegio se veía mi casa, tan bonita y tan a punto de desaparecer de mi vida como la niñez.
Tenía razón mi madre. La infancia era para ser feliz. Porque cuánto se ha achicado ese en medio sin musas que iba a ser el futuro.

martes, febrero 13, 2007

Una tarde en los Siete Subsuelos

Hacía mucho tiempo que no visitaba al tío Basker Vil. No porque no me guste su compañía o por falta de tiempo, sino más bien por una reluctancia inevitable. Hace falta mucha energía para adentrarse en los Siete Subsuelos. El tío Basker no estaba exactamente molesto pero sí algo displicente, como si bueno, ya que has venido, pasa. A continuación se retorció uno de los pocos bucles de pelo que le quedan y bizqueó peligrosamente. El tío Basker es descendiente directo de aquél que inauguró nuestra estirpe, aunque realmente no era él, sino otro que se disfrazó como si lo fuese. Ese es el orgullo de nuestro nombre, haber dado título a un libro inmortal sin haber existido. Y por línea materna procede de los de Vil. Sabuesos y de Vil en la misma sangre. Quizás eso explique esa ligera esquizofrenia. Me miró torvo. Puedes fumar, ¿cómo puede escribir nadie a base de infusiones? Yo, por mi parte, añadió, he decidido ingresar en la vida criminal. Quiero matar. Salir una mañana y cargarme al primero que encuentre; sin ningún motivo. Y después a otro y a otro hasta que me harte. ¿Te escandaliza? Otros matan en nombre de una ideología, como si matar por una idea rebajase la perversidad de matar a otra categoría menos criminal que matar porque sí. Aunque si yo salgo y asesino para demostrar este principio, estaría, como los demás, matando por algo, que es precisamente lo que quiero evitar. Todo esto es de lo más estresante. Parecía realmente abatido y le pregunté si le bastaría que yo os contase sus cuitas. Consintió de mal grado porque el tío Basker es bastante hepático y saturniano. Ya me despedía cuando en la estancia contigua alguien empezó a desafinar una melodía. Es Mefistófeles, me dijo el tío Basker. Se está arreglando para ir a ver al Señor; ya sabes que de vez en cuando le invita a merendar en alguna novela. No sabe que en su sabiduría Dios se sirve de él para vencer a otro todavía peor.
Dejé al tío Basker sumido en su impotencia expresiva y al irme pasé por delante de una habitación elegantemente decorada. Una anciana yacía con un puñal clavado en la espalda sobre un escritorio biedermeier. Aún tenía el bolígrafo en la mano y había escrito en un folio, esta historia es tan terrorífica que ni siquiera me atrevo a contarl
Cuántas historias esconden los recovecos de los Siete Subsuelos, pero yo tenía que pensar en el directo, el indirecto y el indirecto libre y volví a la melancolía de febrero.

domingo, febrero 11, 2007

SEGUNDAS REBAJAS

Bea mira una vez más por las rejas del almacén. Lo dice en un susurro,¿Has visto la escultura al fondo de la calle? Llaman abstracto o surrealista a cualquier cosa. Quién me mandaría a mi salir de Miranda de Ebro. Me pasa el cigarrillo, sus ojos llevan algo de la luz opaca de la mañana. Detrás, el tropel ansioso. La señora vuelve a aplastar su perfil retocado en el escaparate. La bolsa de Harrods le ondea en el brazo, se aplasta un poco más. Nenaaaaas, cuándo abriiiiiís. La encargada da palmas en las espaldas de Mamen y Cristina. Nos hacemos círculo. Recordad, enero parece eterno, pero sólo lo parece. Entramos en barrena, segundas rebajas. Dosificad el estrés chicas, o sea, no oigáis ni veáis lo más posible. Bea pisa el cigarro, se remanga el uniforme, abre las puertas. El tropel avanza ondulante, en cuanto el pachán-pachán yeeeee y yeeeea suena, se desperdigan. Logro ver entre el amasamiento de cabezas a Mamen, hoy le toca probadores. No sé ella, pero su cara se resigna, vuelve a sonreírme, las primeras montañas de ropa del revés se le están acumulando por los percheros. Quizá pueda alcanzarla. Sin embargo una anciana me llama desde la otra punta. Paso de puntillas, es inútil. La mesa de los cincuentas por cientos es un revoltijo de manos, codazos discretos, prendas estirajadas. Un paso: Nena,¿te quedan camisas rojas al cincuenta por ciento?. Dos pasos: Oye maja ¿el cincuenta por ciento ya está en la etiqueta o lo descontáis en el mostrador?. Tres pasos: Mira guapa, corazón ¿Seguro que no os quedan más camisas rojas al cincuenta?. Otro paso: Escucha niña ¿por qué esta prenda está al cincuenta y ésta otra no? Ya voy saliendo, mira el suelo, baja los ojos: Perdona ¿trabajas aquí? ¿No tenéis camisas rojas, de manga acampanada, con botones negros al cincuenta, verdad? Me queda poco: Oye, oye, quiero esta camisa para regalarla a mi cuñada No se nota mucho que es de las del cincuenta por ciento, ¿verdad? ¿tenéis papel de regalo, verdad? ¿Vendéis la camisa del uniforme, verdad?. La anciana sigue en el pequeño rincón de los budas, acurrucada en la marea de manos que están dejando los estantes vacíos. Ha logrado coger uno. Lo acuna en su pecho, con la respiración dejada. Oigo a Bea hablando en inglés. Los japoneses han vuelto. Siempre vuelven, hay millones, pienso. No darling, no telephone cards. Only presents. Do you understand, darling? Isaaaaa diles que no have telephone cards, que a mi no me entiendeeeen. Pero la encargada sube el volumen, el pachán acaba y empieza el regeatón bodeguero total, lo más in in this moment, grita a los japoneses mientras agita los brazos. Primero, atención estupefacta. Luego todos empiezan a agitar sus cabezas abalanzándose al estante de los discos. Sorteo los montones de peluches, de mantas de viajes, de camisas. El rostro de la anciana tiene un pequeño hilo de cataratas. Balancea el buda, sonriéndole. Tocando los quebradizos contornos con los dedos. Como si no fuera de día. Le digo si necesita de mi. Gira la cabeza. ¿Podría decirme qué santo es éste, por favor? Es un buda, le contesto, tiene las manos recogidas porque está meditando. La mujer posa las manos sobre la pequeña figura, como un tesoro. Está temblando. Necesito salir de aquí ¿sabe usted?, me dice. Pero no quiero estar sola.
Así que yo le hablo. Si fuera usted un cuento, le digo, no podría poner la palabra soledad, esa no. La única que no. Todas las demás sí, podría poner expresiones de caras, qué mira , qué piensa, menos esa palabra. Le ofrezco el brazo, caminamos. Me sonríe. Que no darling, no telephone cards, you can go to the locutorio, next shop, Isaaaaa, que no me entiendeeeen. Los tropezones de la anciana se agigantan en las aceras, pienso. Luego pienso, cómo lo escribiría, demasiado cursi. La anciana rodea el socavón de la obra y mira el fondo de la calle. Una gran escultura oscurece su cara. No así tampoco. La anciana camina lento, se para en la esquina. Se queda parada. Se queda ahí, sin moverse. Con los ojos fijos, mirando el suelo. Bea se acerca a mi. Me rodea con su mano, sonriéndome. Susurra, cómo se llamaba tu pueblo ¿eh?, en cuanto podamos no escapamos a fumar, es la única forma con lo que se me quitan los nervios estresantes. La encargada grita la salsa is the best, only five euros each Cd! Nos mira. Sigue agitando los brazos. Da saltitos ¡Ahora hay que ir a reponer las islas y los estantes chicas! Una masa de miradas amarillas la rodean. Agitan las manos muy deprisa, con sus billetes de cinco entre los dedos, siguiéndola hasta el mostrador.

Tragedia Apasionante, de Afchina.Tercera parte

La tensión armónica del tercer movimiento – allegro ma non troppo - unida a la melodía hace pensar que va a producirse un desenlace, desenlace esperado a lo largo de toda esta composición musical . La resolución temática está entrado en un momento culminante. El pedal liga todos los sonidos para que no escapen de ese esplendor musical. La mano derecha se desliza con avidez sobre la pista de patinaje blanco haciendo piruetas sobre las teclas alteradas. Un momento de remanso en las notas agudas haciendo pianisimos para procurar sigilo al oyente. La intriga de nuevo y la invocación ardiente de una respuesta firme. Margarita titubea, duda a través de las notas. El movimiento constante de semicorcheas se deshace en arpegios, parece que todo acaba pero en realidad no es más que un artificio musical acercándonos al desenlace de una absolución más que elocuente. Margarita está arrepentida. Ahora corre al lado del señor para contemplar, desde la colina más alta, con satisfacción la culminación de su sacrificio terrenal por miedo a un juicio injusto. Siente la placidez del triunfo, la paz del espíritu en un paraíso conocido a través de la fe y que ahora no le cabe duda de que existe. La sonata termina con un torrente de arpegios descendentes, con mucho pedal. La sonoridad de los últimos compases es brillante e intensa al igual que el final de la obra.

Margarita se sale del esquema social para sublevarse ante el altísimo, no está de acuerdo con la sentencia terrenal y quiere cambiarla, apela a la contradicción entre la razón y el corazón. Beethoven es un maestro a la hora de revelarse a los cánones preestablecidos socialmente, se considera libre y lo defiende en sus composiciones, al igual que Goethe, escritor universal y atemporal. La fuerza de sus obras, tal vez, tenga el origen en su carácter, en su forma de luchar, de transmitir esa parte de su mundo interior. Los dos genios son artesanos de su arte. El estilo es la marca indeleble de un artista. La pasión, la sabiduría, la fuerza creativa, el talento son otorgados al nacer. Pero el uso justo y hábil de las cualidades que sí tenemos, la eliminación de lo inútil, el énfasis de lo importante, y el mantenimiento de la constancia desde el principio al final, constituyen el trampolín necesario para conseguir cualquier objetivo a fuerza de trabajo y coraje intelectual. No hay duda de que tanto Beethoven como Goethe intentaban alcanzar lo sublime y que pensaban que su arte transcendería la experiencia cotidiana de nuestras vidas comunes.. El éxtasis que produce la música surge sobre todo de una especie de atención inconsciente al escuchar que hace que nos perdamos, momentáneamente, en la obra. Esto mismo ocurre con la fuerza de las palabras que nos hace asimilarnos, en muchas ocasiones, a los personajes leídos. Tanto la música de
Beethoven como la literatura de Goethe exigen una imperiosa atención que es proporcional al placer y satisfacción que nos producen sus manifestaciones artísticas.

Tragedia Apasionante, de Afchina.Segunda parte

En el primer movimiento - allegro assai - Beethoven enlaza el tema inicial bajo una extensa ligadura de cuatro compases, inicio que evoca a una Margarita extenuada aferrándose a esa ligadura que le marca el camino iniciático hacia un mundo desconocido. Cansada de cargar con una culpa más impuesta socialmente que sentida como propia, se acerca sigilosamente a lo ignorado con la incertidumbre de un niño perdido que intenta, mediante el esfuerzo, superar el frío que invade su alma. El batir de las notas y la acentuación de la armonía, aumentan la eficacia del arpegio y el forte que le siguen, esta musicalidad hace que nos aproximemos a un momento de intriga en la que parece que Margarita camina sin rumbo hacía una luz infinita. Ese marcado fortísimo ocasiona al oyente desconcierto ante lo que se avecina que parece ser algo inminente. Los arpegios a lo largo del camino blanco salpicado de bosquecillos negros aumentan la tensión. Margarita llega a las puertas del paraíso, agotada pero con una sobrecarga de energía que se traduce en la intensidad del instrumento con unos fortísimos muy marcados. La ira envuelve la escena cuando una voz de mezzosoprano parece haber poseído a Margarita intentando explicar al señor que no merece ser condenada a las llamas del infierno puesto que ha sido víctima del amor. La risa del infierno es estruendosa, humillando sin temor la inocencia de la Margarita terrenal. Con gran pasión traducida en palabras musicales, margarita argumenta su criterio en una declamación de ardientes sentimientos transmitidos al todopoderoso. Su vergüenza por arte de magia se ha evaporado en orgullo al manifestar sin opresión lo que Enrique, su amado, ha supuesto en su vida viviente. Puede existir pecado en la declaración más humana expresada a lo largo de los tiempos? Podemos esperar, entonces, que un sordo se emocione al escuchar una sonata?. La dulzura de su inocencia se ha transformado en una vehemente excitación cuando expresa el engaño propuesto por ese semidiós negro y puesto de manifiesto en su amado. El tema principal reexpuesto una y otra vez en los acordes pintados por el compositor nos acercan a la elocuencia de una Margarita que ya está libre de todo juicio humano, libre de ataduras sociales, libre de su conciencia pero a la espera de un juicio justo. Otra vez el suspense musical evoca la esperada respuesta de un ser omnipotente que todo lo sabe.

Haciendo una reverencia a la sensibilidad, el segundo movimiento – andante con moto- se presenta el tema al estilo coral, la confesión de Margarita ante su confesor, como el mismo Goethe nos manifiesta: “Mis obras no son más que fragmentos de una gran confesión”. Este movimiento a modo de metrónomo ordenando el pulso musical acompaña a Margarita, al igual que las corcheas acompañan al ritmo, en esa oratoria dirigida al señor, oratoria pasional que explica la crueldad con la que ha sido tratada en ese teatro del mundo, con el aplomo de unas notas transformadas en dedos convencidos de lo que quieren expresar. Margarita en compañía del señor se ha despojado de toda carga pecaminosa que la ahogaba, aunque ha seguido el postulado de su corazón, la rabia le acerca a un estado de máxima embriaguez . Las segundas menores en la “Appassionata” desean el sufrimiento que la tonalidad impone. La tristeza, la angustia, la fatiga expositiva modelan este movimiento de ritmo lento con semicorcheas al final de la frase que nos sugiere una introspección del personaje, un examen interior en el que la réplica no tiene cabida. El viaje iniciático de la búsqueda del perdón partió con una gran dosis de pasión y, sin embargo, ahora todo pierde fuerza, pierde intensidad, a modo de sordina todo parece indicar que Margarita exhausta espera una sentencia. El modo menor de la sonata descarga toda la tristeza en Margarita, hay un acorde pianissimo y arpegiado de séptima disminuida habilidad pronunciada de su compositor, Beethoven. Los matices se hacen pianissimos, el compositor describe el momento musical más dramático.

Tragedia Apasionante, de Afchina. Primera parte

Ningún aficionado negará que la lectura de un libro le pueda sugerir una composición musical, posiblemente, nunca se cuestione el motivo, simplemente le lleva a ese mundo de sensaciones donde todo parece estar ligado y tener una lógica inexplicable. Eso ocurre con frecuencia, aunque ese universo de relaciones ínter disciplinares debería acompañarnos asiduamente como la sombra a su dueño. Sería plausible la capacidad de pararse y reflexionar sobre lo que miramos, leemos o escuchamos. Cuando se trata de encontrar satisfacciones personales en una actuación dirigida por nuestra conducta nos damos cuenta que ésta tarda en llegar, es un silencio de redonda, un camino demasiado largo. Analizar, sintetizar, comparar es un trabajo arduo, y aún más farragoso resulta expresar con un leguaje apropiado, ya sea musical, verbal o escrito los sentimientos vividos, eso sin caer en la cursilería propia de las manifestaciones personales ávidas de consideración única y universal. Ahora bien, esto no es óbice para pensar que no se pueda construir, crear, siempre con el empeño titánico del que desea con ahínco transmitir a sus semejantes sensaciones acumuladas en la piel. Si hacemos un análisis y comparamos la literatura y la música dentro de dos corrientes torrenciales, el clasicismo y el romanticismo, observamos que se parecen bastante. Goethe, por ejemplo, se debatía entre el antiguo clasicismo y el renovado romanticismo, algo muy similar le ocurría a un músico coetáneo suyo, Beethoven. La inconcebible grandeza y estatura de sus obras nos ayuda a convencernos de su similitud. Sus vidas estuvieron marcadas por disciplina, trabajo, tansformación y adaptación a las nuevas formas que se sucedían. Son almas en constante evolución y su imparable devenir marcará su auténtica identidad. “Para no anquilosarse – aconsejaba Goethe al canciller Von Muller – hay que cambiarse, renovarse y rejuvenerse continuamente” La música de Beethoven, es una música evadida de su tutelaje social, completamente autónoma desde el punto de vista estético, ya no servil. Su obra hace añicos el esquema de una condescendiente adecuación de música y sociedad. Para deslumbrar al oyente con la técnica, no mostraba el carácter morboso y blando de las obras de otros románticos, tenía empaque y, también, pasión y humor. Garantizaba el contacto con lo sublime. Jugar con los opuestos era una sensación que le gustaba manifestar, así la sonata, dentro de su repertorio era el puente entre la música hecha en casa y la música de la sala de conciertos. La sonata siguió siendo un modelo para la vanguardia al tiempo que se convertía en un modelo de la crítica conservadora. La obra de Goethe manifiesta con gran acierto las relaciones humanas con la historia, la sociedad, la religión y su análisis pone de relieve un conocimiento profundo de la individualidad humana. Su obra ha sido juzgada por muchos críticos y ha sido motivo de inspiración para otros, en especial en el mundo de la música. Fausto, obra universal, es una alegoría de la humanidad. En ella penetra hasta lo más profundo del ser y del alma, mostrándolo a través del comportamiento de sus personajes. Fausto es el drama humano de la insatisfactoria postura frente al destino: la lucha entre el Bien y el Mal, Dios y el Diablo, la Ciencia y la Magia, ese mundo de opuestos que se atraen con la fuerza magnética de un imán.
Recordando la lectura de Fausto es fácil que sus páginas nos lleven sin, apenas darnos cuenta, a las páginas de la sonata nº 23 Op. 57 “Appassionata” de Beethoven. La apasionante tragedia de Margarita hace que se mezcle con la pasión desbordante que Beethoven manifiesta en su sonata. La magia de la música envuelve el personaje de Margarita más allá de los límites establecidos en el escenario de la vida. La sonata para piano en Fa menor, “Appassionata” de tres movimientos nos puede inducir a pensar en tres momentos imaginarios relacionados con ese personaje que encarna la representación sublime de lo femenino, la vergüenza, el pecado, la intuición..de tantas y tantas connotaciones condensadas en Margarita...

viernes, febrero 09, 2007

Subsuelo, paracetamol y dónde estáis

Pocas obras de la literatura moderna han sido más leída que Apuntes del subsuelo, o citadas más a menudo como texto clave, revelador de las ocultas profundidades de la sensibilidad de nuestro tiempo.” Los grandes movimientos filosóficos modernos han adoptado como suyo el personaje creado por Fiodor Dostoyevski (…) los desarrollos culturales más importantes del siglo XX – nietzscheanismo, freudismo, expresionismo,surrealismo, teología de la crisis, existencialismo-han tratado de arrogarse como propio al hombre subterráneo, o han sido vinculadas a él por entusiastas intérpretes, y cuando el hombre subterráneo no ha sido aclamado como profética anticipación, ha sido exhibido como repulsiva advertencia.”

Dentro de una hora estaré sentada en una silla minimalista preguntándome por qué había aceptado la invitación a la cena con aristócrata, aunque me había dejado convencer porque no todos los días se observa un, ¡oh, oh, oh! Sentada en mi silla minimalista, el nopodermiento se apoderará de mi cuando el aristócrata comience su disertación sobre "la importancia de llamarse Ortiz o cuidado con el Prozac que da suicidio". Sentada en la silla minimalista, me maldeciré por no haberme negado, pensaré en lo plasta que se pone Filifor cuando se trata de sus amigos del colegio, aunque yo adore a su compañero de pupitre. Sentada en la silla minimalista me dará un desenfrenamiento pernal que terminará en atrapamiento. Y la mujer del amigo: feliz de su aristócrata con mesa, mientras Filifor se ríe con Filimor. ¿Y las campanas?, a lo lejos, tañendo por todos. Malaxación.

Como diría Isabel, efectos del Paracetamol

domingo, febrero 04, 2007

Genial Sabueso

¡Genial Sabueso! Evitaré el chiste fácil sobre el olfato...
He tratado de hacer comentario, pero parece que el blog sigue estando en contra de mí, y digo yo que qué le habré hecho al blog.
Yo me quedé pensando en la mujer, abnegada y sufrida, de este hombre, la bronca que se va a llevar en cuanto aparezca por casa...

jueves, febrero 01, 2007

Los calcetines también cuentan historias

Entre tanta noticia desdichada, los calcetines agujereados del presidente del Banco Mundial han llenado de regocijo a los televidentes. Y más aún a los cámaras, que se tiraron al suelo para captarlos en todo su esplendor. Aquí acaba su misión, mostrar la imagen desusada, única, y comienza la del narrador, que recuerda las consignas para enfrentarse a un relato. Un solo tema, aislarlo. Saber quién es el personaje; qué piensa y qué le hace sufrir, por insignificante que pueda parecera primera vista .

Era el embajador de un país muy próspero que acababa de incorporarse a ese puesto con el que tanto había soñado. Por la mañana se vistió con todo esmero, recordando al homúnculo. Todo en orden. No olvidar el pañuelo. Caramba, qué pequeños eran aquellos calcetines y además, tiesos, apelmazados. Evidentemente, habían vuelto a lavarlos en un programa de agua demasiado caliente. Estiró el dedo gordo y la uña dilató la lana, que crepitó ligeramente. Quizás debía cambiárselos, pero llamaron desde el telefonillo para recordarle que el coche oficial le esperaba, así que se ató los cordones de los zapatos y bajó sin más dilación.
Se entrevistó con varios dirigentes, recorrió los museos más importantes de la ciudad y cuando salía de los aposentos ministeriales en los que le habían obsequiado con un exquisito refrigerio, sintió una molesta rozadura como de cuero en la uña del dedo gordo del pie. Mejor dicho, de los dos pies. Aunque en el izquierdo sólo era como una especie de desnudez. Suspiró de alivio al entrar en el coche y tras unos momentos de relax, el ministro del país anfitrión le recordó que aún tenían que visitar la mezquita. El embajador asintió con los párpados medio cerrados, estiró y encogió los dedos de los pies y al minuto se enderezó en el asiento. Una oledada de calor le pegó la camisa a la espalda y se miró los zapatos negros, convertidos ahora en cancerberos feroces e inexpugnables. Rascó de nuevo con la uña. Demasiado duro y frío para ser lana. Miró los calcetines del ministro, nuevos, de hilo, bien estirados, y también los del subsecretario, de canalé gris, tan elásticos. Los dos le sonreían amistosos. Volvió la cabeza hacia la calle llena de rótulos escritos en aquella lengua que había estudiado durante diez años. Mercería, ¿cómo se decía mercería? Aplastó la nariz contra el cristal ahumado, pero iban a demasiada velocidad. Aun así vislumbró varias tiendas de ropa de caballero; nunca había pensado que aquéllos lugares de grato esparcimiento irían a convertirse en el único objetivo de su vida. ¿Le gustaba al embajador la ropa? El ministro y el subsecretario le miraban regocijados. Ya tendrían tiempo de visitar algunas tiendas selectas después de visitar la mezquita. La mezquita. Les sonrió con desmayo. Quizás sólo fuese uno, lo que sería en cierto modo justificable, pero encogió el dedo, sin valor para comprobarlo. Ya llegaban. Se encendieron los flashes, bajó del coche. Ahora, quítese los zapatos, por favor. Todas las cámaras se abalanzaron. Había tenido pesadillas peores, pero desgraciadamente, ésta ni siquiera era un sueño.

Y aquí termina el relato del embajador, que, como todo relato, es ficción y cualquier parecido que pueda guardar con la realidad es pura coincidencia.