jueves, agosto 23, 2007

Andino

A propósito de culturas prehispánicas también estuve leyendo algo que encontré por allí :

El mismo Kúntur que sobrevolaba aquellas inescrutables quebradas cual guardián del vasto imperio, aquel amanecer, con el alba entre las gélidas montañas, fue el mismo que desde los cielos de alguna ciudad perdida en el ombligo del mundo observó a Wiracocha Sonko Pachamama, que después de extirpar el tibio corazón de la vicuña nacida la noche anterior y leer el augurio ante el ara del Inti, proclamar ante el Inca: “Vendrán desde el mar unos monstruos pálidos y barbudos, con figura de hombres, vestidos de hierro, que se desmontan en partes y que vomitan fuego por unos troncos largos de duro y negrusco metal, fuego como el rayo del cielo que al que toca mata”A la lectura del augurio, empezaron a llegar las noticias; los curacas y los Apus del Tahuantinsuyo –Las cuatro partes del mundo- por medio de los chasquis portadores del fuego entre colinas, hacían llegar las tristes nuevas confirmando el vaticinio, y el inca, el Gran Huayna Capac, lloró. Como testamento dividió el imperio entre sus dos hijos: Huáscar y Atahualpa.Llegaron los hombres pálidos y barbudos para cumplir el presagio y estando el Hijo del Sol en Cajamarca fue sorprendido por los aventureros audaces, venidos de algún otro lugar del mundo. Hicieron una barrida trágica y sangrienta, fueron cientos, miles, y con el tiempo, cientos de miles y después de muchos siglos, millones.Apresaron al Inca. Le prometieron libertarlo cuando llene la enorme habitación en que lo encarcelaron de oro y plata. Aceptó el rey vencido y ordenó a sus súbditos que pidieran el oro para complacer a los que lo traicionaron, fingiéndole amistad. Los Chasquis, de cerro en cerro y por medio de antorchas, cuyo lenguaje sólo ellos entendían, pidieron a todos los moradores del imperio del Tahuantinsuyo, que trajeran todo lo que pudieran de oro y de riquezas. Les llevaron hasta piedras preciosas. Pronto estuvo cumplida la orden y de la altura de un hombre con los brazos en alto, se llenó el aposento. El Inca, en español aprendido a sus carceleros, les dijo que el “Pacto del rescate” estaba cumplido por él. Pero los conquistadores le traicionaron una vez más y aconsejados por aquel fraile, lo asesinaron mediante el infame suplicio del garrote.Una mujer indígena a muchos kilómetros del lugar del suplicio de Atahualpa gritó, entre lloros y súplicas: “¡Chapi punchapi tutayarca!” Que sólo el Kúntur pudo oír.Hoy en día la imponente ave, cada vez que abre sus alas a volar antiguos cerros, parte triste desde su wasi y mientras sobrevuela los andes paseando los recuerdos, entona las palabras que hace siglos escuchó de aquella agonizante hija del Sol, ahora en español impuesto, “¡Anocheció a la mitad del día!” entonándolo en un triste yaraví; sus alas haciendo sombras.

miércoles, agosto 22, 2007

De nuevo aquí

Bueno pues de nuevo por aquí.

No recuerdo si os he llegado a comentar que durante unos días que se me hicieron breves, tirando a cortos, marché físicamente lejos respecto al lugar donde generalmente vivo y, literalmente, pasé unos días “en otro mundo”. Para compensar el “desfase” que he sufrido (ha sido como abrir una grieta en mi mundo para acceder a otro) de regreso me estoy cauterizando con terapia brutal, pasando unos días en una localidad costera del sur que ayuda y mucho en el proceso.

En ella (en la localidad costera) estoy y estaba el otro día estirada cual larga y ancha soy en mi parcela correspondiente, esta playa está muy organizada, con mi “kit playa” al uso compuesto de sombrilla más tumbonas, cuando a las parcelas con kit que tenía junto a la mía llegan tres señoras de esas que aquí se dirían como “Dios manda”, es decir bronceadísimas, peinadísimas y con todo lo que una señora se puede poner para ir a la playa “a juego” (inclúyase toalla). Bien se sentaron y colocaron de modo y forma que sus respectivos asientos quedaron situados de tal manera que una vez situadas sobre ellos hablar entre las tres no resultaba complicado. Y no lo era, con la única salvedad de que para que se escucharan bien las tres tenían que hablar un poco alto. Lo suficientemente alto, para que sin querer, todos los seres humanos que estábamos en las parcelas colindantes no nos quedase más remedio que oír. Oír y hasta escuchar a ratos. Sin apenas prolegómenos comenzaron a hablar con toda naturalidad de “una parte” de su vida que contada a voz en grito, hablemos claro, resultaba, o al menos a mi lo parecía, cuando menos chocante. En realidad hablaban de “sus ellos” y de aquello que ellos creían saber y controlar a cerca de ellas y sus vidas. Hablaban soltando risitas en medio de grandes silencios contrapuestos, guardando un riguroso turno para ellos, los silencios, y para las risas. En ello estaban ellas, y estuvieron un buen rato, y yo estaba igualmente en ello, prácticamente el mismo rato (reconozco que me enganché) cuando llegaron “ellos”. Sin tener nada que ver con su mundo y con ellas, al verlos a ellos (y eso que iban la mar de bien conjuntados igualmente) me puse un poco de su parte, de la parte de ellas, a la vez que me vino a la memoria este pequeño relato que os traslado…


La tela de Penélope o quién engaña a quién

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamada Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a si mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.


Augusto Monterroso. Guatemala 1924. Escritor, profesor y diplomático. Prodigiosa capacidad para fabular, lenguaje poderoso y sintético, humor refinado y aguda visión de la cultura, la historia y la sociedad.

viernes, agosto 17, 2007

Lo se.

Lo se, debería comenzar por pedir disculpas o bien por decir “hola”. Bueno, bien. Ahí va: disculpas por la más que larga ausencia del “otro lado del mundo”. No obstante: here I am, once again.

Por el momento, la cabeza anda todavía llena de lo sentido y visto en una pequeña incursión a otro lado del mundo. En esta ocasión un mundo bien real, ya os contaré. Es por ello que hasta que no se asiente todo lo visto, todo lo olido y todo lo sentido tengo una especie de neutra situación en la cual fabular me resulta complicado. Acabé, al menos por el momento el relato. Elaboré “un proyecto de lista”. Me despedí en el mundo real de todas y marché. Ya de regreso, pero aún al borde del mar me vuelvo a acercar a este “otro mundo” y tengo la sensación de que pronto volveré a fabular. Mientras y para empezar ahí os dejo un relato de alguien que sabe y que al leerlo he sentido que es un buen relato que más de uno de los componentes de mi grupo debieron de leer antes de viajar. Quizá hubieran hablado menos y pensado más. Ahí va:

El eclipse.

Cuando fray Bartolomé Aráosla se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar, se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

- Si me matáis –les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad de
Sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Agusto Monterroso. Guatemala, 1924. Escritor, profesor y diplomático.

Comentar nada más la exquisita ironía que destila el relato, por otro lado absolutamente vigente, os lo puedo asegurar.