domingo, febrero 11, 2007

SEGUNDAS REBAJAS

Bea mira una vez más por las rejas del almacén. Lo dice en un susurro,¿Has visto la escultura al fondo de la calle? Llaman abstracto o surrealista a cualquier cosa. Quién me mandaría a mi salir de Miranda de Ebro. Me pasa el cigarrillo, sus ojos llevan algo de la luz opaca de la mañana. Detrás, el tropel ansioso. La señora vuelve a aplastar su perfil retocado en el escaparate. La bolsa de Harrods le ondea en el brazo, se aplasta un poco más. Nenaaaaas, cuándo abriiiiiís. La encargada da palmas en las espaldas de Mamen y Cristina. Nos hacemos círculo. Recordad, enero parece eterno, pero sólo lo parece. Entramos en barrena, segundas rebajas. Dosificad el estrés chicas, o sea, no oigáis ni veáis lo más posible. Bea pisa el cigarro, se remanga el uniforme, abre las puertas. El tropel avanza ondulante, en cuanto el pachán-pachán yeeeee y yeeeea suena, se desperdigan. Logro ver entre el amasamiento de cabezas a Mamen, hoy le toca probadores. No sé ella, pero su cara se resigna, vuelve a sonreírme, las primeras montañas de ropa del revés se le están acumulando por los percheros. Quizá pueda alcanzarla. Sin embargo una anciana me llama desde la otra punta. Paso de puntillas, es inútil. La mesa de los cincuentas por cientos es un revoltijo de manos, codazos discretos, prendas estirajadas. Un paso: Nena,¿te quedan camisas rojas al cincuenta por ciento?. Dos pasos: Oye maja ¿el cincuenta por ciento ya está en la etiqueta o lo descontáis en el mostrador?. Tres pasos: Mira guapa, corazón ¿Seguro que no os quedan más camisas rojas al cincuenta?. Otro paso: Escucha niña ¿por qué esta prenda está al cincuenta y ésta otra no? Ya voy saliendo, mira el suelo, baja los ojos: Perdona ¿trabajas aquí? ¿No tenéis camisas rojas, de manga acampanada, con botones negros al cincuenta, verdad? Me queda poco: Oye, oye, quiero esta camisa para regalarla a mi cuñada No se nota mucho que es de las del cincuenta por ciento, ¿verdad? ¿tenéis papel de regalo, verdad? ¿Vendéis la camisa del uniforme, verdad?. La anciana sigue en el pequeño rincón de los budas, acurrucada en la marea de manos que están dejando los estantes vacíos. Ha logrado coger uno. Lo acuna en su pecho, con la respiración dejada. Oigo a Bea hablando en inglés. Los japoneses han vuelto. Siempre vuelven, hay millones, pienso. No darling, no telephone cards. Only presents. Do you understand, darling? Isaaaaa diles que no have telephone cards, que a mi no me entiendeeeen. Pero la encargada sube el volumen, el pachán acaba y empieza el regeatón bodeguero total, lo más in in this moment, grita a los japoneses mientras agita los brazos. Primero, atención estupefacta. Luego todos empiezan a agitar sus cabezas abalanzándose al estante de los discos. Sorteo los montones de peluches, de mantas de viajes, de camisas. El rostro de la anciana tiene un pequeño hilo de cataratas. Balancea el buda, sonriéndole. Tocando los quebradizos contornos con los dedos. Como si no fuera de día. Le digo si necesita de mi. Gira la cabeza. ¿Podría decirme qué santo es éste, por favor? Es un buda, le contesto, tiene las manos recogidas porque está meditando. La mujer posa las manos sobre la pequeña figura, como un tesoro. Está temblando. Necesito salir de aquí ¿sabe usted?, me dice. Pero no quiero estar sola.
Así que yo le hablo. Si fuera usted un cuento, le digo, no podría poner la palabra soledad, esa no. La única que no. Todas las demás sí, podría poner expresiones de caras, qué mira , qué piensa, menos esa palabra. Le ofrezco el brazo, caminamos. Me sonríe. Que no darling, no telephone cards, you can go to the locutorio, next shop, Isaaaaa, que no me entiendeeeen. Los tropezones de la anciana se agigantan en las aceras, pienso. Luego pienso, cómo lo escribiría, demasiado cursi. La anciana rodea el socavón de la obra y mira el fondo de la calle. Una gran escultura oscurece su cara. No así tampoco. La anciana camina lento, se para en la esquina. Se queda parada. Se queda ahí, sin moverse. Con los ojos fijos, mirando el suelo. Bea se acerca a mi. Me rodea con su mano, sonriéndome. Susurra, cómo se llamaba tu pueblo ¿eh?, en cuanto podamos no escapamos a fumar, es la única forma con lo que se me quitan los nervios estresantes. La encargada grita la salsa is the best, only five euros each Cd! Nos mira. Sigue agitando los brazos. Da saltitos ¡Ahora hay que ir a reponer las islas y los estantes chicas! Una masa de miradas amarillas la rodean. Agitan las manos muy deprisa, con sus billetes de cinco entre los dedos, siguiéndola hasta el mostrador.

3 Comments:

Blogger Sabueso said...

Fantástico, Críticaslocas. Qué habilidad para el indirecto. Sigue así, sin pensar mucho en él. Yo creo en lo innato.

2:35 a. m.  
Blogger Efímera said...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

12:14 p. m.  
Blogger Efímera said...

CL,construyes muy bien la Crónica de Atocha a lo Sedaris.Ese es uno de los motivos de la lectura crítica: inspirarnos en escritores de prestigio, para que nuestro material resulte eficiente.Enhorabuena.

12:21 p. m.  

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