lunes, enero 29, 2007

CARTA PARA DOLORES

El médico de la Base te lo ha dicho claro: No puedes ir a Afganistán, el soplo de tu corazón. Querida Dolo, tengo tu fotografía al lado de mi cuaderno, pero yo no veo más que tu cara de los cuatro años, redonda y pecosa. ¿Te acuerdas cuando aquel otoño te dolía tanto la cabeza que te llevé corriendo a urgencias? Yo venía de desapuntarme de la Escuela de idiomas porque los libros eran muy caros. Te encontré en la plaza, no me habías hecho caso. Habías estado toda la santa tarde saltando a la goma porque por una vez, querías ganar a la creída del segundo. Colas, más colas. Al final tuve que pelearme con el enfermero para que me diera los resultados. Que no, que no he traído el dni, no aparento los dieciocho lo sé, cosa de genes de familia. Que a usted qué le importa dónde está mi madre. Repetí: Es usted un imbécil. Entonces acercaste tu diminuta mano a la mía diciendo, ya se me ha parado el corazón Isabelita, ya camina normal, ya no me duele. Y nos volvimos a casa con la lluvia en las aceras, los resultados medio rotos en los bolsillos. Fue la misma tarde que te dije que podrías llegar a ser lo que tú desearas. Lo de saltar a la goma era cuestión de moderarse. Luego te dormiste viendo los dibujos animados. Te toqué la cabeza mucho rato, pensando en lo que habías dicho acerca de ser enfermera, cuando fueras grande.
El día que te alistaste, me sentí feliz, estabas feliz. Auxiliar de clínica, aunque no fuera carrera de Harvard, sino tras la instrucción en Zaragoza. Dando aspirinas a los asustados, agua tras los desfiles ante el Ministro de turno, curar ampollas en los talones.
A veces, cuando puedo, doy largos paseos. Hago listas. Listas de libros que me faltan por leer. Listas de sitios que aún no conozco. Listas de horas en las que pueda escribir. Hablo contigo, mi niña. Tú caminas a mi lado. Sólo ahí te confieso que me alivia la maldición cardiovascular de la familia. Pero tus ojos, en la distancia, siguen siendo cabezotas; así que buscamos remedios para que no tengan que heredarla nuestros hijos.
De momento, estoy juntando palabras. Aunque ¿sabes? Creo que sentir mariposas en el estómago cuando tengo un libro en las manos es buena señal. Ahora escucho mucha música en inglés. Empiezo a entenderla. Los adjetivos son determinantes, enriquecen los sustantivos. Un solo adjetivo, en inglés, tiene mucha fuerza en la frase. Así que, junto palabras y el espacio se dimensiona en el cuento. ¿Sabes que ya sé decir focalizar?

¿Te acuerdas del día siguiente? No te dolía la cabeza, las aceras estabas llenas de remolinos terrosos por el viento, caminamos mucho. Urgencias estaba hasta arriba por un accidente de autobús. Quédate aquí bien quieta, con tu peluche en las manos. Anduve por los pasillos, logré colarme. Fue fácil, sólo tuve que hacer lo que hace todo el mundo: Mirar aquí y allá, a prisa. Busqué tras puertas entornadas, por pasillos. Pero no vi su cara por ningún sitio. Cogí tu mano otra vez. Saltaste hacia mi y me dijiste que habías visto sangre. Cómo unos señores de bata blanca arrastraban camillas mientras decían a otros que lloraban, no llore, lo salvaremos. Te pregunté si tenías frío. Moviste la cabeza diciendo que no. Compré la bolsa de gusanitos más grande del kiosco con los veinte duros ahorrados para la pluma tan preciosa que había visto en el almacén del centro. Sentadas, en frente a urgencias, estuvimos hasta que se hizo de noche. La gente paseaba con su traje del domingo a lo lejos. Las farolas se encendieron. Tampoco le reconocí entre el gentío de los cambios de turno. Muchos entrando, sólo sus sombras. Los que salían, prendían un cigarrillo y se anudaban al cuello sus bufandas, respirando profundo. Empecé a llorar. Me diste un beso. Me acercaste los gusanitos. Sonriendo, me pediste que te contara cualquier cosa.