jueves, junio 25, 2009

LOS ADIOSES (Juan Carlos Onetti) 1ª parte

La novela (Editorial Punto de Lectura, 2007) narra los últimos meses de vida de un exjugador de baloncesto de unos cuarenta años de edad que llega a una localidad de la sierra para curarse de la tuberculosis que padece.

A través de la voz del dueño de un almacén (tienda, bar y estafeta de correos) y de sus informantes locales, se nos cuenta cómo el protagonista, pese a su aparente propósito de curación, no se interna en el sanatorio especializado sino que se aloja en un hotel, haciendo su vida totalmente al margen del resto de enfermos. Al almacén le llegan asiduamente cartas de dos remitentes que parecen ser una mujer madura, que tiene un hijo, y una muchacha. Ambas le visitarán, incluso simultáneamente, y convivirán con él, con gran escándalo de los residentes, que las identifican con su mujer (e hijo) y su amante más joven, respectivamente. La enfermedad parece agravarse por lo que finalmente ingresa en el sanatorio. El dueño del almacén descubre finalmente por una de las cartas, no entregada, que la muchacha es la hija del enfermo y que está costeando el tratamiento. Cuando ya parece inminente su muerte, el protagonista, que ha convivido las últimas semanas con la muchacha, se suicida.

Novela de la ambigüedad y la impostura, sitúa en primer plano y como paradigma de ambas al narrador. Este, narrador homodiegético, extradiegético y deficiente, nos va insinuando, más que relatando, la historia en primera persona sobre la base de suposiciones propias e informaciones de terceros (el enfermero y la camarera) que dan a la historia un halo de inseguridad, especialmente tras el descubrimiento que realiza el dueño del almacén por medio de la carta olvidada. Incluso hay algunas sugerencias de que podría tratarse de un narrador infidente: “Porque, además, es cierto que yo estuve buscando modificaciones fisuras y agregados, y es cierto que llegué a inventarlos” (pag. 63); “Todo esto frente a mí, al otro lado del mostrador, todo este conjunto de invenciones gratuitas metido, como en una campana, en la penumbra y el olor tibio, húmedo, confuso, del almacén.” (pag. 71). La sombra de la impostura, de que todo o buena parte sea invención, no abandona ya al lector.

En todo caso, éste no puede librarse de la sospecha de que la creencia a que se le ha hecho llegar sobre lo sucedido es una posible historia, pero podría haber otras, coincidentes en mayor o menor grado con aquélla, o esencialmente divergentes, pues todo se basa, como se ha dicho, en suposiciones del narrador, a su vez sustentadas en gran parte en informaciones de terceros, nunca confirmadas por los protagonistas. En este sentido la figura del narrador testigo cobra nueva dimensión, porque tras la lectura inevitablemente surge la pregunta: Pero, en realidad, ¿de qué ha sido testigo éste? Tan sólo de conversaciones y hechos banales, incompletos o equívocos y de los cotilleos de dos personajes llenos de prejuicios. Como también surgen otros interrogantes menos genéricos, de los que pueden ser muestra los siguientes: ¿Son realmente la mujer y el niño la esposa y el hijo? ¿Por qué se interrumpen las cartas de la muchacha durante la primera visita de la mujer? ¿Quién es la mujer vieja que está en el chalet en la última escena? ¿Cuál es la naturaleza de la relación entre el protagonista y la muchacha?
(Continuará)

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