lunes, junio 15, 2009

Primeras páginas de Los Adioses.

Al comenzar a leer Los Adioses de Juan Carlos Onetti me ha llamado la atención el narrador algo misterioso que, al parecer, conoce bastantes cosas del personaje principal, sin duda por lo que le observa, -casi o más misterioso que el narrador mismo-, y también me hhe interesado enseguida en lo que yo creo que es el hilo conductor de la novela, es decir las cartas, cuyo contenido, al menos hasta la mitad de la historia, ignoramos. Contiene una prosa muy bella, donde las metáforas puras e impuras afloran con facilidad e incitan al lector a seguir involucrándose en esta nouvelle, calificada por Muñoz Molina " una de las dos o tres mejores novelas cortas que se han escrito en español": Algún pasaje de Los Adioses:
""Lo veía llenar el vaso y vaciarlo en silencio, dándome el perfil, acodado en el mostrador, combatiendo la idea de que ni siquiera los pasados pueden conservarse inmutables, que las orejas más torpes tienen que escuchar el rumor de la arenilla que los pasados escarban para descender , alejarse, cambiar, seguir vivos. Se marchaba antes de emborracharse y caminaba hacia el hotel. Pero las cartas que le mandaban desde la capital las recibía yo en el almacén y se las enviaba con el muchacho de los Levy, que hacía de cartero aunque no cobraba sueldo del correo, sino algunos pesos que le pagábamos el hotel, el sanatorio y yo. Tal vez el hombre me creyera lo bastante interesado en personas y situaciones como para despegar los sobres y curiosear en las maneras diversas que tiene la gente para no acertar al decir las mismas cosas. Tal vez también por ésto iba a despachar sus cartas en la ciudad, y tal vez no fuera sólo por impaciencia que a las pocas semanas empezó a venir al almacén, alrededor del mediodía, poco después del momento en que el chófer del ómnibus me tiraba la bolsa, flaca y arrugada, de la correspondencia".
(Pág. 17) "Recibía al principio, cuatro o cinco por semana, pero pude muy pronto, eliminar los sobres que traían cartas de amistad o de negocios e interesarme sólo por los que llegaban regularmente, escritos por las mismas manos. Eran dos tipos de sobres, unos con tinta azul, otros a máquina; él trataba de individualizarlos con un vistazo estricto y veloz, antes de guardarlos en el bolsillo, antes de volver al rincón en penumbra, recuperar el perfil contra la lámina folklórica, borrosa de moscas y humo del almanaque, y seguir tragando su cerveza exactamente con la misma calma de los días en que no le daba cartas.
El doctor Gunz le había prohibido las caminatas, pero sólamente usaba el ómnibus para volver al hotel cuando llevaba en el bolsillo uno de los sobres escritos a máquina".

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