Retumba el silencio
El silencio retumba, algodones blancos, grises rojos entran por la nariz, por los oídos, por la boca.
Todo lleno de frío, de algodón frío.
Algodones que aprietan, que se hinchan, que se expanden. Invasión de sangre, que se derrama de fuera a dentro, que brota al compás de un vals, el vals de la hemorragia. Incontenible.
Notas retorcidas que buscan tímpanos entre los algodones.
Escarban. Rebuscan. Arañan.
Sinuosa música que se introduce a traición. Conseguir que bajen los brazos. Pesan toneladas, no vuelven a subir. Cuelgan los brazos, doy vueltas y más vueltas, la sangre brota de la nariz, de la boca, de los ojos: ha encontrado la salida y ya no quiere volver a su lugar. Mis manos no alcanzan la sangre que brota a latidos, al compás desacompasado.
Luego la luz se fue alejando, como apagándose.
Las voces se convirtieron en ecos, huyendo, como escondiéndose.
El vacío lo fue invadiendo todo como callándose y el silencio estalló y quedó flotando.
Me alejaba de la cama. Subía y me veía más y más lejos.
Me veía cómo seguía ahí abajo, tumbada.
Vaciándome.
Yéndome.
Subía y subía sin llegar a tocar el techo que se alejaba más y más.
Los sonidos no llegaban a tocarme. Las voces se deshacían antes de llegar a mí. Sabía que hablaban, y que movía la boca, me veía mover la boca, gritar, pero el sonido se ahogaba y no brotaba.
Los ojos: no poder abrir los ojos.
Desde arriba gritaba:
- Abreme los ojos! Que te pueda ver!
Nadie me oía. Porque de mi boca no salía sonido alguno.
Me cansaba de gritar. Extenuación.
Me rindo. No quiero seguir viéndome ahí abajo. No quiero seguir gritando en silencio.
La jeringuilla crecía ante mis ojos, gigantesca a medida que avanzaba, escondiendo al Verdugo detrás, sonriendo, cantando una canción de cuna, de muerte.
Bla, bla, bla y más bla. Fonemas y palabras todas revueltas, me envuelven, me rodean, me ahogan.
Un do agudo penetra en mi conducto, se ha hecho hueco a base de pinchazos hasta perforar la pared. Hasta que estalla y se extiende, hasta conseguir que no oiga nada.
Oigo cómo crece la A hasta hacerme sombra, me acurruco entre las patas abiertas.
La pestaña de la margarita que se deshoja corriendo por delante de las luces antes de que llegue la primavera, que llega, que llega, que corre, estornudos resuenan dentro de los oídos sordos de todas las consultas.
Luego el silencio retumba.
Me veo llegar al lugar en el que estoy.
Delirio.
Aplausos.
Golpes.
Puñetazos.
Mentiras.
Risas.
Traición.
S E A C A B A
M E QUEDO S I N P A L A B R A S
S I N V O Z S I N A I R E
S I N R E S P I R A C I O N
N A D A
N A D A
F I N
Todo lleno de frío, de algodón frío.
Algodones que aprietan, que se hinchan, que se expanden. Invasión de sangre, que se derrama de fuera a dentro, que brota al compás de un vals, el vals de la hemorragia. Incontenible.
Notas retorcidas que buscan tímpanos entre los algodones.
Escarban. Rebuscan. Arañan.
Sinuosa música que se introduce a traición. Conseguir que bajen los brazos. Pesan toneladas, no vuelven a subir. Cuelgan los brazos, doy vueltas y más vueltas, la sangre brota de la nariz, de la boca, de los ojos: ha encontrado la salida y ya no quiere volver a su lugar. Mis manos no alcanzan la sangre que brota a latidos, al compás desacompasado.
Luego la luz se fue alejando, como apagándose.
Las voces se convirtieron en ecos, huyendo, como escondiéndose.
El vacío lo fue invadiendo todo como callándose y el silencio estalló y quedó flotando.
Me alejaba de la cama. Subía y me veía más y más lejos.
Me veía cómo seguía ahí abajo, tumbada.
Vaciándome.
Yéndome.
Subía y subía sin llegar a tocar el techo que se alejaba más y más.
Los sonidos no llegaban a tocarme. Las voces se deshacían antes de llegar a mí. Sabía que hablaban, y que movía la boca, me veía mover la boca, gritar, pero el sonido se ahogaba y no brotaba.
Los ojos: no poder abrir los ojos.
Desde arriba gritaba:
- Abreme los ojos! Que te pueda ver!
Nadie me oía. Porque de mi boca no salía sonido alguno.
Me cansaba de gritar. Extenuación.
Me rindo. No quiero seguir viéndome ahí abajo. No quiero seguir gritando en silencio.
La jeringuilla crecía ante mis ojos, gigantesca a medida que avanzaba, escondiendo al Verdugo detrás, sonriendo, cantando una canción de cuna, de muerte.
Bla, bla, bla y más bla. Fonemas y palabras todas revueltas, me envuelven, me rodean, me ahogan.
Un do agudo penetra en mi conducto, se ha hecho hueco a base de pinchazos hasta perforar la pared. Hasta que estalla y se extiende, hasta conseguir que no oiga nada.
Oigo cómo crece la A hasta hacerme sombra, me acurruco entre las patas abiertas.
La pestaña de la margarita que se deshoja corriendo por delante de las luces antes de que llegue la primavera, que llega, que llega, que corre, estornudos resuenan dentro de los oídos sordos de todas las consultas.
Luego el silencio retumba.
Me veo llegar al lugar en el que estoy.
Delirio.
Aplausos.
Golpes.
Puñetazos.
Mentiras.
Risas.
Traición.
S E A C A B A
M E QUEDO S I N P A L A B R A S
S I N V O Z S I N A I R E
S I N R E S P I R A C I O N
N A D A
N A D A
F I N
Etiquetas: Crónicas del delirio
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