CAPICUA
¡Qué desgracia! No comprendo cómo pudo fallar. Si estaba todo perfectamente controlado. Las cosas discurrían de la mejor manera posible, tanto que a veces incluso a mí me parecía mentira. Los hospitales, perdón, los Centros de Internamiento Preventivo Ocasional TransEvaluativo (C.I.P.O.T.E.) estaban a rebosar; hasta listas de espera había. Cierto que la inscripción en las listas no era exactamente voluntaria, pero tampoco podía decirse que fuera forzada; digamos que era moderadamente inducida en función de antecedentes familiares, educativos, políticos y, por supuesto, sexuales. Desde luego, violencia sólo la indispensable, al menos de la física, siempre de tan mal gusto.
Era maravilloso verlos ingresar, tiesos y un punto desafiantes, y comprobar, cuando se les daba el alta, uf…, alta, curiosa palabreja en este contexto, y comprobar, decía, cómo su autoestima se había reducido al nivel de la de un anélido platelminto, vulgo gusano. Claro que la Privación Obstinada, Recurrente y Radical de Alimento (P.O.R.R.A.) y el Programa Especial Diversificado de Olores (P.E.D.O.) no son precisamente grano de anís y disminuyen la capacidad de resistencia de cualquiera a registros infinitesimales. Ahórrenme los detalles, se lo suplico.
Creo que el error fue aceptar dentro de mi ámbito de competencia a los yonquis; ahí se jodió todo. Estos mierdas no traen más que problemas. Son gente díscola e imprevisible que acaban por hacer descarrilar cualquier programa de control y reinserción; y mira que sé yo de eso. Además que con ellos viene toda una patulea de chupópteros que termina amargándote la vida: desde asistentes sociales a policías, desde camellos a políticos, desde laboratorios a mafiosos. Y todos reclamando su parte del pastel, algunos con muy malas maneras, ya saben, zapatos de cemento y todo eso.
Pero lo peor de los yonquis es que son unos babosos y yo es que con las babas no puedo. Vale que empiecen con los lloriqueos, con las tiritonas, con los vómitos incontrolados, con los ruegos implorantes, las humillaciones y las promesas sin fin; y todo por un pico. Todo eso puedo pasarlo; algunas de estas cosas incluso tienen su puntito. Pero las babas, no. Cuando se ponen babosos pierdo los nervios y, lo reconozco, a veces se me va la mano. La emprendo a golpes y entonces ya se sabe, porque a mí esto de la violencia física me la pone dura y polla tiesa no cree en Dios, que decían los clásicos.
Bueno, pues el caso es que, como iba diciéndoles, todo iba de puta madre cuando tuve la mala idea de enrollarme con los drogatas. Ya no recuerdo bien cómo se lió aquello; creo que alguno de los chupópteros no estaba contento con el reparto y ahí empezaron los malos rollos. Benway, que te estás pasando; Benway, que me estás dando por culo; Benway, que tu a mí no me conoces.
En fin, que empezaron a tocarme las pelotas con lo mismo que en Libertonia y en Anexia. Lo malo es que éstos sí dieron con el secretario que tan liberalmente había certificado mi título y la cagamos. Y aquí me veo, pasto de abogados. Yo, que era el terror de letrados y leguleyos. Tenía un programa especial para ellos, que, de solemnes y campanudos, los convertía en puras piltrafas claudicantes. Cuando terminaba con estos buitres me suplicaban que les condenara a una muerte lenta y cruel por sus muchos crímenes, e incluso por los míos, mientras se arrastraban desnudos por el suelo al tiempo que se masturbaban furiosamente.
Pero ahora soy yo el atrapado, y, por lo que colijo, con pocas posibilidades de salir con bien. Así que creo que terminaré como siempre, haciéndome humo y buscando mejor acomodo. Y no es que me importe demasiado; la gente como yo siempre es necesaria y se hace valer. Pero ya empiezo a estar un poco harto de tanto trasiego de acá para allá, como si fuera un zascandil.
En realidad lo que más me molesta es que, aprovechando mi suspensión temporal de funciones, han cambiado de nombre mi programa de control psicológico total, que ha pasado a llamarse CA.PI.CU.A. (Caca, Pis, Culo y Alucinógenos). Serán cutres…Aunque ahora que lo pienso, el nombrecito tiene unas posibilidades sexuales que se me habían escapado al principio. Pero en cualquier caso no hay derecho; hacerle esto a un profesional de mi prestigio, directamente emparentado con la Escuela de Viena…Y todo por estos malditos yonquis. ¡Qué desgracia!
Era maravilloso verlos ingresar, tiesos y un punto desafiantes, y comprobar, cuando se les daba el alta, uf…, alta, curiosa palabreja en este contexto, y comprobar, decía, cómo su autoestima se había reducido al nivel de la de un anélido platelminto, vulgo gusano. Claro que la Privación Obstinada, Recurrente y Radical de Alimento (P.O.R.R.A.) y el Programa Especial Diversificado de Olores (P.E.D.O.) no son precisamente grano de anís y disminuyen la capacidad de resistencia de cualquiera a registros infinitesimales. Ahórrenme los detalles, se lo suplico.
Creo que el error fue aceptar dentro de mi ámbito de competencia a los yonquis; ahí se jodió todo. Estos mierdas no traen más que problemas. Son gente díscola e imprevisible que acaban por hacer descarrilar cualquier programa de control y reinserción; y mira que sé yo de eso. Además que con ellos viene toda una patulea de chupópteros que termina amargándote la vida: desde asistentes sociales a policías, desde camellos a políticos, desde laboratorios a mafiosos. Y todos reclamando su parte del pastel, algunos con muy malas maneras, ya saben, zapatos de cemento y todo eso.
Pero lo peor de los yonquis es que son unos babosos y yo es que con las babas no puedo. Vale que empiecen con los lloriqueos, con las tiritonas, con los vómitos incontrolados, con los ruegos implorantes, las humillaciones y las promesas sin fin; y todo por un pico. Todo eso puedo pasarlo; algunas de estas cosas incluso tienen su puntito. Pero las babas, no. Cuando se ponen babosos pierdo los nervios y, lo reconozco, a veces se me va la mano. La emprendo a golpes y entonces ya se sabe, porque a mí esto de la violencia física me la pone dura y polla tiesa no cree en Dios, que decían los clásicos.
Bueno, pues el caso es que, como iba diciéndoles, todo iba de puta madre cuando tuve la mala idea de enrollarme con los drogatas. Ya no recuerdo bien cómo se lió aquello; creo que alguno de los chupópteros no estaba contento con el reparto y ahí empezaron los malos rollos. Benway, que te estás pasando; Benway, que me estás dando por culo; Benway, que tu a mí no me conoces.
En fin, que empezaron a tocarme las pelotas con lo mismo que en Libertonia y en Anexia. Lo malo es que éstos sí dieron con el secretario que tan liberalmente había certificado mi título y la cagamos. Y aquí me veo, pasto de abogados. Yo, que era el terror de letrados y leguleyos. Tenía un programa especial para ellos, que, de solemnes y campanudos, los convertía en puras piltrafas claudicantes. Cuando terminaba con estos buitres me suplicaban que les condenara a una muerte lenta y cruel por sus muchos crímenes, e incluso por los míos, mientras se arrastraban desnudos por el suelo al tiempo que se masturbaban furiosamente.
Pero ahora soy yo el atrapado, y, por lo que colijo, con pocas posibilidades de salir con bien. Así que creo que terminaré como siempre, haciéndome humo y buscando mejor acomodo. Y no es que me importe demasiado; la gente como yo siempre es necesaria y se hace valer. Pero ya empiezo a estar un poco harto de tanto trasiego de acá para allá, como si fuera un zascandil.
En realidad lo que más me molesta es que, aprovechando mi suspensión temporal de funciones, han cambiado de nombre mi programa de control psicológico total, que ha pasado a llamarse CA.PI.CU.A. (Caca, Pis, Culo y Alucinógenos). Serán cutres…Aunque ahora que lo pienso, el nombrecito tiene unas posibilidades sexuales que se me habían escapado al principio. Pero en cualquier caso no hay derecho; hacerle esto a un profesional de mi prestigio, directamente emparentado con la Escuela de Viena…Y todo por estos malditos yonquis. ¡Qué desgracia!
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