domingo, septiembre 13, 2009

Si,

además...

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Plegaria



Por cierto, la Biblia ya está en casa. Siempre ha estado muy cerca y más de una vez ha sido objeto de consulta. En ocasiones escuchada, no siempre comprendida. Respetada y muchas veces recordada.
Ella también recuerda la suya al orar después de haber dejado un ramo de flores entre ellos.
PD: Todas las fotos que están el blog se pueden bajar pinchando sobre ellas.

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Ella




Inconsciente en la cama del hospital, practicamente moribunda, la policia intentó esposarla acusada de consumir heroina en su agonía.

Billie Holiday descansa en el Bronx desde 1959 y desde esa, su última morada, imagino partió ya para siempre a cantar junto a su admirado Lester Young.

Tienes razón, altamente recomendable.










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lunes, diciembre 01, 2008

Contrario al orden de la naturaleza

De nuevo domingo por la mañana. De nuevo voy mal y tarde. Con el pensamiento lleno, si es que el pensamiento se puede llenar, por una voz a la que podríamos definir como narrador homodiegético que me dicta, no susurra, intradiegéticamente (ignoro si la palabra existe, pero reconozco que mi diccionario de texto tampoco reconoce la primera por más que le doy a “añadir a diccionario”). Para colmo es deficiente, me refiero al narrador, es decir “la confusión y el desconocimiento me invade y como el resto de los personajes que me rodean en la que desafortunadamente está siendo mi vida/relato este fin de semana, me muevo sin tener muy claro a dónde me conducirá todo esto que me rodea”. Añadamos que además es narrador infidente, como por otra parte no podría ser de otra forma, y no es porque sea un perturbado o loco, no, no el narrador está muy cuerdo, pero no quiere que llegue a conocer lo que tan celosamente guarda. Miedo me da.

La mañana avanza y en ella me he encontrado con “los monstruos de siempre” que han llegado a través de las ondas, que se decía antes, es decir por la radio. Monstruos que existen, alimentados por nuestro propio miedo. Monstruos tan antiguos como nuestra memoria. La Mujer Pantera, El Hombre Lobo, Frankenstein, Drácula, grandes seres monstruosos todos ellos. En el fondo hasta les tenemos un cierto aprecio, un cierto cariño pues vemos reflejado en ellos ese lado oculto de todos y cada uno de nosotros, esa cara que nunca enseñamos. Yo creo que en cierto modo todos somos un poco lunáticos, entendiendo por lunático la evidente no visión del otro lado, ese que nunca vemos iluminado por el sol, pero que todos, todos sabemos existe. No me nieguen los pobladores del blog las ganas que más de una vez han sentido de soltar un buen zarpazo en algún un momento, si digamos sin rodeos un buen zarpazo. Monstruos, Ogros que nunca han sido verdes ni tenían Fionas a su lado, Cíclopes, EL Hombre del Saco, Tragaldabas. Parece ser que ahora esto de “los monstruos” no se lleva. Si nos paremos a ver es cierto. Ahora nadie les habla a los niños del monstruo Tragaldabas y La Mujer Pantera es una película en blanco y negro, ¡¡que horror blanco y negro!! Pero no nos engañemos el miedo es consustancial al hombre y creo que es lo primero que el ser humano siento, incluso antes de nacer. El miedo reconocido en nosotros y por lo tanto admitido nos llevará a ser prudentes. Antiguos como nuestra existencia los miedos nos acompañan queramos o no y cuando en ocasiones el hombre se empeña en ignorarlos se coloca muy cerca de la locura y del caos. Es entonces que la capacidad del ser humano para lo monstruoso aumenta hasta llegar al infinito.

EL hombre vestido de azul que el 26 de noviembre empuñaba una metralleta en la estación de tren era un hombre sin miedo. Un monstruo. La acción que llevó a cabo fue monstruosa como monstruosa fue la imagen de ese anciano que vestido de blanco se apoyaba soldado y atravesaba unos minutos después el andén de esa estación. En su camino sortea zapatos sin dueño esparcidos por el suelo y maletas y bultos abandonados a toda prisa bordeando con cuidado los numerosos charcos de color rojo que salpican todo el suelo.


Contrario al orden de la naturaleza: monstruoso/a
(Diccionario de la Lengua Española)

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domingo, noviembre 16, 2008

Arte


La cueva es una metáfora del ágora, el primer sitio de reunión del hombre, el gran árbol africano donde sentarse a hablar, y el único futuro posible: dialogo, derechos humanos. El mar es el pasado, origen de las especies, y la promesa de un futuro nuevo: la emigración, el viaje… Me gusta esa polimetáfora(*), y creo que es posible que el futuro sea así: una cueva y el mar”. Desde luego yo no lo hubiera dicho mejor, realmente jamás hubiera dicho algo igual, probablemente porque jamás hubiera sido capaz de poner palabras a lo que sentí al ver el domingo pasado a un señor vestido con un mono blanco manchado de verde, rodilleras, mascarilla, protección de cara y botas más guantes verdes, que procurando mantener el equilibrio sobre una superficie (suelo) verde agarraba con sus dos manos una manguera de terminación naranja por cuya boca, enorme, salía un chorro verde, con aspecto de pintura verde que se estampaba, literalmente estampaba, contra la superficie abovedad que encima de su cabeza estaba y de la cual colgaban estalactitas, algunas de más de dos metros de longitud (longitud que se me entienda en dirección techo-suelo) conformando todo ello el espacio en el cual este señor estaba, al menos cuando hicieron una de las fotos que ilustraban el reportaje objeto de este comentario. Leo que se han empleado 35.000 kilos de pintura, de los cuales y por la manguera de boca naranja 21.000 de ellos salieron en tan sólo dos días. Apunto que los trabajos en este recinto comenzaron el 10 de septiembre de 2007 y que han finalizado como quien dice ayer y que la superficie a pintar ha sido 1.400 metros cuadrados. El autor comenta más adelante que “he querido llevar al extremo pintar contra la gravedad”, de ahí quizá ese aspecto de astronauta y posiblemente el hecho, echo, de tener que alquilar para realizar esta, vamos a decirlo ya obra de arte, un camión-compresor que dio fuerza a la manguera “que sujetada por cinco o seis personas” terminada en naranja y empuñada por él a modo de enorme pincel, disparó la pintura con la necesaria fuerza entiendo que para pintar contra la gravedad. Los retoques finales llevados a cabo desde mayo hasta su finalización (10 de junio) fueron realizados mediante “700 brochazos de pintura blanca con escobas de limpiar calles sobre las estalactitas. Las mejores (escobas) son las francesas”, anota el autor de la pintura del techo de esta bóveda en su diario. Preguntado por si sabe cómo iluminará su obra, apunta que es un tema delicado. “No quiero que la fusilen con luz eléctrica… La idea era multiplicar los puntos de vista, sugerir un multilateralismo(*) literal. Como un cuadro cubista, pero más. Pondremos una escalera y un balcón para verlo de cerca, porque desde arriba cambia mucho. Cuando subes a la Capilla Sixtina, es impresionante ver el tamaño de los pies y de las manos”.

Hoy es domingo, el siguiente. Hace un día magnifico. Un día invierno en el cual Madrid está pintado con ese viento-cristal que llega de la sierra y que hace que todo brille. Es ese cristal que filtra la luz y hace que todo el color del otoño reviente ante nosotros. Así estaba El Retiro hoy reventado de brillos de luz de otoño. Y por allí andaba cuando de pronto me encuentro, literal “me encuentro” con un hombre menudo, de rotunda mata de pelo negro, recogido con una cinta blanca y piel de cobre. Cubierto con un poncho, en vaqueros y zapatillas de deporte estaba sentado en el suelo de tierra de espaldas al paseo y frente al estanque. A su derecha, dos pequeños martillos de diferente tamaño, dos gubias, una lima de hierro y dos brochas de pelo marrón un tanto desgastadas, todo ello cuidadosamente ordenado sobre un trozo de paño. A su izquierda había una caja de latón un poco desvencijada, abierta. En su interior varios lápices de madera de mina, sacapuntas y gomas de borrar. Con su mano derecha agarraba un trozo de madera clara, gruesa, cuadrada y de generosas proporciones que reposaba sobre unas cuantas hojas de periódico. En su otra mano un lápiz. Me acerco lentamente y descubro, insisto descubro, que está dibujando el estanque que tiene delante con el Palacio de Cristal al fondo. Me quedo un rato cerca de él y le observo. Cuando algo no le gusta o bien se equivoca “borra” con la goma lo que a lápiz ha pintado. Al poco ha girado la cabeza y me ha dedicado sin más una sonrisa y ha seguido dibujando. Allí le he dejado, tenía cosas que hacer, entre otras pensar en qué colgaba en el bloc y me he sentado un buen rato en un banco al sol a intentar escribir y a leer. Una buena amiga ha llegado para el aperitivo. Unas cervezas por allí, un buen paseo una charla y sin escribir ni media hoja sobre nada y aún pensando en el “penalti que paró el portero del libro” he despedido a mi amiga y no he podido evitar volver. He vuelto al estanque del Palacio de Cristal y allí seguía. Ahora el trozo de madera estaba apoyado sobre unas piedras descansando su borde inferior en el suelo. Sobre este plano él estaba inclinado, martillo y gubia en mano. Del trozo de madera habían emergido árboles, hojas, caminos, bancos, un estanque y parte de un palacio de cristal. A cada poco dejaba el martillo y la gubia y tomaba la brocha para limpiar de virutas el trozo de madera trabajado. Cuando lo hacía emergían bordes limpios. Y de nuevo martillo y golpecitos contra la gubia. Y la gubia al penetrar en la madera arrancaba virutas que al caer dejaban libres las formas que la mente del señor del pelo negro tenía y que iba llevando poco a poco a su lienzo de madera. Había acabado un poco más de la mitad del dibujo que ocupaba toda la superficie de la madera. “Mañana lo termino señora. Hoy no me da para rematar” me ha dicho sonriendo más con los ojos que con la boca y ha vuelto a su lienzo de madera.

Parece claro que estas dos personas, el señor del mono blanco manchado de verde y el señor de pelo negro sentado en el suelo de tierra, son artistas, ¿no? “Arte” hay que tener para pintar con manguera naranja y compresor y hay que tener “arte” para extraer, con la ayuda de una gubia y martillo, de un trozo de madera formas. “Arte” parece ser tenía el señor que pintó la Capilla Sixtina.

Y ahora me pregunto. Si de pronto apareciese en nuestro mundo este último señor con quien se sentaría a charlar… un sentimiento de angustia me acompaña al salir del parque.



Notas:
- (*) polimetafora y multilateralismo no vienen en diccionario alguno.
- Las opiniones recogidas en la primera parte de aparecieron en EPS (2/11/08)

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lunes, noviembre 10, 2008

Realidad

Allí comenzaba la noche y con ella apareció. Apareció por el fondo del gran escenario construido en el parque. Impecable.

Con paso preciso, que no firme, avanzó hasta ponerse delante de un micrófono y enfrente de las miles de personas que desde primeras horas de la tarde y con rigurosa invitación habían ido llenado por completo todo el espacio acotado, marcado y disponible del improvisado recinto al aire libre. Personas sin bolsas ni bolsos, ni mochilas ni maletas, bien mirado así estuvieron más cómodas y así pudieron agitar sin problema sus manos en el aire cuando le vieron aparecer provocando una ordenada mare de manos. Corearon su nombre y gritaron al viento con rigurosa precisión tres palabras que llenaron su comienzo de noche y la noche de todos ¡¡yes we can!!, ¡¡yes we can!! .

Allí estaba frente a ellos y frente a todos nosotros. Delante del micrófono y sobre un fondo de banderas rojas, azules y blancas y brillantes rascacielos. Un segundo de pausa meditada y una medio sonrisa, esa que todos hemos visto ya unas cuantas decenas de veces. Y habló.

Hablaba a los que allí estaban y a los que no estábamos allí, pero quisimos verle y escucharle. Yo le vi y le escuché. Le escuchaba mientras veía rostros alegres con lágrimas en los ojos, gente dando saltos, tocada en ocasiones de vestimentas o gorros imposibles. Gente agitando sus manos vacías en el aire. Decenas y decenas de puntos brillantes producto de teléfonos y cámaras accionadas para retener un fragmento de lo que allí ocurría. Él seguía hablando. Seguía en el escenario de moqueta azul, perfectamente iluminado. Yo le seguía escuchando mientras, sin poderlo ni quererlo evitar me fui ausentando lentamente de la imagen que tenía ante mis ojos y empecé a recordar. Iba de camino hacia un tiempo no muy lejano. En ello estaba cuando las cámaras mostraron a todos los que estábamos ante la pantalla la cara de una hombre. No reía, tenía los labios juntos y gesto de dolorosa alegría. Lloraba.

Me pareció que lloraba lentamente. Sentí que sus lágrimas parecían salirle de muy dentro y que inundando por completo sus ojos sin estridencias, empapaban la piel de su rostro de manera silenciosa. Tenía la mirada lejana en absoluto perdida. Le comprendí. Había viajado al lugar donde unos cuantos hombres y mujeres de piel negra, como la suya, descansan. Hombres y mujeres que fueron sacados, en ocasiones bruscamente, de sus vidas. Aquel hombre que lloraba despacio en esa noche de voces y luces, recordaba y recordaba. Y entendí esa mirada.

Ante todos, ante todo el mundo “la gran esperanza blanca” un hombre negro estaba entrando en la historia. Me sentí contenta.

De pronto al mirar fijamente la imagen que tenía ante mí, en la pantalla, descubrí que bordeando el escenario, casi en su totalidad, un muro transparente de cristal antibalas protegía al orador. Le protegía a él, al futuro primer presidente negro de Estados Unidos. La realidad. Vivimos en espacios transparentes, en sociedades comunicadas, relacionadas y bien comunicadas. Todo se conoce, todo se comparte, todo... todo bien acotado, como el recinto en el parque y bien protegido, como el escenario del presidente electo, por un cada vez más enorme transparente muro de cristal.

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