lunes, noviembre 10, 2008

Realidad

Allí comenzaba la noche y con ella apareció. Apareció por el fondo del gran escenario construido en el parque. Impecable.

Con paso preciso, que no firme, avanzó hasta ponerse delante de un micrófono y enfrente de las miles de personas que desde primeras horas de la tarde y con rigurosa invitación habían ido llenado por completo todo el espacio acotado, marcado y disponible del improvisado recinto al aire libre. Personas sin bolsas ni bolsos, ni mochilas ni maletas, bien mirado así estuvieron más cómodas y así pudieron agitar sin problema sus manos en el aire cuando le vieron aparecer provocando una ordenada mare de manos. Corearon su nombre y gritaron al viento con rigurosa precisión tres palabras que llenaron su comienzo de noche y la noche de todos ¡¡yes we can!!, ¡¡yes we can!! .

Allí estaba frente a ellos y frente a todos nosotros. Delante del micrófono y sobre un fondo de banderas rojas, azules y blancas y brillantes rascacielos. Un segundo de pausa meditada y una medio sonrisa, esa que todos hemos visto ya unas cuantas decenas de veces. Y habló.

Hablaba a los que allí estaban y a los que no estábamos allí, pero quisimos verle y escucharle. Yo le vi y le escuché. Le escuchaba mientras veía rostros alegres con lágrimas en los ojos, gente dando saltos, tocada en ocasiones de vestimentas o gorros imposibles. Gente agitando sus manos vacías en el aire. Decenas y decenas de puntos brillantes producto de teléfonos y cámaras accionadas para retener un fragmento de lo que allí ocurría. Él seguía hablando. Seguía en el escenario de moqueta azul, perfectamente iluminado. Yo le seguía escuchando mientras, sin poderlo ni quererlo evitar me fui ausentando lentamente de la imagen que tenía ante mis ojos y empecé a recordar. Iba de camino hacia un tiempo no muy lejano. En ello estaba cuando las cámaras mostraron a todos los que estábamos ante la pantalla la cara de una hombre. No reía, tenía los labios juntos y gesto de dolorosa alegría. Lloraba.

Me pareció que lloraba lentamente. Sentí que sus lágrimas parecían salirle de muy dentro y que inundando por completo sus ojos sin estridencias, empapaban la piel de su rostro de manera silenciosa. Tenía la mirada lejana en absoluto perdida. Le comprendí. Había viajado al lugar donde unos cuantos hombres y mujeres de piel negra, como la suya, descansan. Hombres y mujeres que fueron sacados, en ocasiones bruscamente, de sus vidas. Aquel hombre que lloraba despacio en esa noche de voces y luces, recordaba y recordaba. Y entendí esa mirada.

Ante todos, ante todo el mundo “la gran esperanza blanca” un hombre negro estaba entrando en la historia. Me sentí contenta.

De pronto al mirar fijamente la imagen que tenía ante mí, en la pantalla, descubrí que bordeando el escenario, casi en su totalidad, un muro transparente de cristal antibalas protegía al orador. Le protegía a él, al futuro primer presidente negro de Estados Unidos. La realidad. Vivimos en espacios transparentes, en sociedades comunicadas, relacionadas y bien comunicadas. Todo se conoce, todo se comparte, todo... todo bien acotado, como el recinto en el parque y bien protegido, como el escenario del presidente electo, por un cada vez más enorme transparente muro de cristal.

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