domingo, noviembre 16, 2008

Arte


La cueva es una metáfora del ágora, el primer sitio de reunión del hombre, el gran árbol africano donde sentarse a hablar, y el único futuro posible: dialogo, derechos humanos. El mar es el pasado, origen de las especies, y la promesa de un futuro nuevo: la emigración, el viaje… Me gusta esa polimetáfora(*), y creo que es posible que el futuro sea así: una cueva y el mar”. Desde luego yo no lo hubiera dicho mejor, realmente jamás hubiera dicho algo igual, probablemente porque jamás hubiera sido capaz de poner palabras a lo que sentí al ver el domingo pasado a un señor vestido con un mono blanco manchado de verde, rodilleras, mascarilla, protección de cara y botas más guantes verdes, que procurando mantener el equilibrio sobre una superficie (suelo) verde agarraba con sus dos manos una manguera de terminación naranja por cuya boca, enorme, salía un chorro verde, con aspecto de pintura verde que se estampaba, literalmente estampaba, contra la superficie abovedad que encima de su cabeza estaba y de la cual colgaban estalactitas, algunas de más de dos metros de longitud (longitud que se me entienda en dirección techo-suelo) conformando todo ello el espacio en el cual este señor estaba, al menos cuando hicieron una de las fotos que ilustraban el reportaje objeto de este comentario. Leo que se han empleado 35.000 kilos de pintura, de los cuales y por la manguera de boca naranja 21.000 de ellos salieron en tan sólo dos días. Apunto que los trabajos en este recinto comenzaron el 10 de septiembre de 2007 y que han finalizado como quien dice ayer y que la superficie a pintar ha sido 1.400 metros cuadrados. El autor comenta más adelante que “he querido llevar al extremo pintar contra la gravedad”, de ahí quizá ese aspecto de astronauta y posiblemente el hecho, echo, de tener que alquilar para realizar esta, vamos a decirlo ya obra de arte, un camión-compresor que dio fuerza a la manguera “que sujetada por cinco o seis personas” terminada en naranja y empuñada por él a modo de enorme pincel, disparó la pintura con la necesaria fuerza entiendo que para pintar contra la gravedad. Los retoques finales llevados a cabo desde mayo hasta su finalización (10 de junio) fueron realizados mediante “700 brochazos de pintura blanca con escobas de limpiar calles sobre las estalactitas. Las mejores (escobas) son las francesas”, anota el autor de la pintura del techo de esta bóveda en su diario. Preguntado por si sabe cómo iluminará su obra, apunta que es un tema delicado. “No quiero que la fusilen con luz eléctrica… La idea era multiplicar los puntos de vista, sugerir un multilateralismo(*) literal. Como un cuadro cubista, pero más. Pondremos una escalera y un balcón para verlo de cerca, porque desde arriba cambia mucho. Cuando subes a la Capilla Sixtina, es impresionante ver el tamaño de los pies y de las manos”.

Hoy es domingo, el siguiente. Hace un día magnifico. Un día invierno en el cual Madrid está pintado con ese viento-cristal que llega de la sierra y que hace que todo brille. Es ese cristal que filtra la luz y hace que todo el color del otoño reviente ante nosotros. Así estaba El Retiro hoy reventado de brillos de luz de otoño. Y por allí andaba cuando de pronto me encuentro, literal “me encuentro” con un hombre menudo, de rotunda mata de pelo negro, recogido con una cinta blanca y piel de cobre. Cubierto con un poncho, en vaqueros y zapatillas de deporte estaba sentado en el suelo de tierra de espaldas al paseo y frente al estanque. A su derecha, dos pequeños martillos de diferente tamaño, dos gubias, una lima de hierro y dos brochas de pelo marrón un tanto desgastadas, todo ello cuidadosamente ordenado sobre un trozo de paño. A su izquierda había una caja de latón un poco desvencijada, abierta. En su interior varios lápices de madera de mina, sacapuntas y gomas de borrar. Con su mano derecha agarraba un trozo de madera clara, gruesa, cuadrada y de generosas proporciones que reposaba sobre unas cuantas hojas de periódico. En su otra mano un lápiz. Me acerco lentamente y descubro, insisto descubro, que está dibujando el estanque que tiene delante con el Palacio de Cristal al fondo. Me quedo un rato cerca de él y le observo. Cuando algo no le gusta o bien se equivoca “borra” con la goma lo que a lápiz ha pintado. Al poco ha girado la cabeza y me ha dedicado sin más una sonrisa y ha seguido dibujando. Allí le he dejado, tenía cosas que hacer, entre otras pensar en qué colgaba en el bloc y me he sentado un buen rato en un banco al sol a intentar escribir y a leer. Una buena amiga ha llegado para el aperitivo. Unas cervezas por allí, un buen paseo una charla y sin escribir ni media hoja sobre nada y aún pensando en el “penalti que paró el portero del libro” he despedido a mi amiga y no he podido evitar volver. He vuelto al estanque del Palacio de Cristal y allí seguía. Ahora el trozo de madera estaba apoyado sobre unas piedras descansando su borde inferior en el suelo. Sobre este plano él estaba inclinado, martillo y gubia en mano. Del trozo de madera habían emergido árboles, hojas, caminos, bancos, un estanque y parte de un palacio de cristal. A cada poco dejaba el martillo y la gubia y tomaba la brocha para limpiar de virutas el trozo de madera trabajado. Cuando lo hacía emergían bordes limpios. Y de nuevo martillo y golpecitos contra la gubia. Y la gubia al penetrar en la madera arrancaba virutas que al caer dejaban libres las formas que la mente del señor del pelo negro tenía y que iba llevando poco a poco a su lienzo de madera. Había acabado un poco más de la mitad del dibujo que ocupaba toda la superficie de la madera. “Mañana lo termino señora. Hoy no me da para rematar” me ha dicho sonriendo más con los ojos que con la boca y ha vuelto a su lienzo de madera.

Parece claro que estas dos personas, el señor del mono blanco manchado de verde y el señor de pelo negro sentado en el suelo de tierra, son artistas, ¿no? “Arte” hay que tener para pintar con manguera naranja y compresor y hay que tener “arte” para extraer, con la ayuda de una gubia y martillo, de un trozo de madera formas. “Arte” parece ser tenía el señor que pintó la Capilla Sixtina.

Y ahora me pregunto. Si de pronto apareciese en nuestro mundo este último señor con quien se sentaría a charlar… un sentimiento de angustia me acompaña al salir del parque.



Notas:
- (*) polimetafora y multilateralismo no vienen en diccionario alguno.
- Las opiniones recogidas en la primera parte de aparecieron en EPS (2/11/08)

Etiquetas:

1 Comments:

Blogger Hispaniola said...

No creo que el señor que pintó la Capilla Sixtina se hubiera sentado a charlar con ninguno de los dos; la humildad no era su fuerte.Yo, por mi parte, le encuentro a su arte más puntos de conexión con el del segundo, el de la gubia.

1:18 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home