GRACIAS, G. W.
El tan sabio como en estos últimos tiempos postergado refranero nacional reza que "es de bien nacidos ser agradecidos", valorando de ese modo la gratitud como signo y muestra de buena crianza. Animado por esta certeza, me propongo a continuación reparar la contumaz injusticia que en estos días pasados se ha dado en cometer contra un notorio personaje, al que, de forma harto incomprensible, nadie ha reconocido los muchos méritos acreditados para el acaecimiento de uno de los sucesos que más atención ha obtenido de los medios de comunicación.
Desde Abraham Lincoln a John F. Kennedy, pasando por Martin Luther King, Malcom X., Rosa Parks, Casius Clay o Duke Ellington, interminable es la lista de aquellos a los que se les ha reconocido, en mayor o menor medida, haber contribuido al triunfo en las recientes elecciones presidenciales de EEUU del candidato demócrata Barack H. Obama, y eso cuando los méritos de algunos de sus integrantes, no desde luego de los antedichos, son más que dudosos.
Pero en un ataque de austeridad que, en materia de celebraciones de todo tipo, resulta insólito en cualquier periodista que se precie, en la mentada lista no aparece G. W. , mi patrocinado, por más que su aportación a la causa no pueda calificarse sino de crucial, hasta el punto de que me atrevo a afirmar que sin ella nunca podría haberse llegado a buen puerto. Ninguno de los anteriormente citados realizó jamás aportaciones tan decisivas para el objetivo alcanzado y pese a ello son objeto de alabanzas y parabienes, mientras que mi buen G. W. es víctima del mayor de los olvidos.
Al menos en lo que al triunfo de Obama se refiere, porque en cuanto a las cotas alcanzadas en otros campos el reconocimiento que se dispensa a G. W. , preciso es admitirlo, es unánime. Y es que sus logros no son precisamente grano de anís; ahí es nada dejar el oriente medio convertido en un polvorín a punto de estallar; los derechos civiles en gran parte del orbe, y especialmente en la que por razón de su cargo le compete, en estado de coma; la economía de su país, y por ende la de los demás, reducida a cenizas, y como colofón, el prestigio de la mayor potencia mundial hecho unos zorros. En todos estos campos sus esfuerzos no han pasado desapercibidos, hasta el punto de auparle, como es de justicia, a lo más alto de algún ranking de esos que tanto gustan por las Américas. En cambio, ni una palabra de agradecimiento por su decidida y más que generosa colaboración en la victoria de Obama. ¿ Cabe mayor ingratiud ?
Por todas estas razones me he sentido obligado a este modesto homenaje de desagravio. Bien que, siendo como es G. W. hombre de profundas convicciones, a buen seguro que obtendrá de ellas consuelo muy superior al meramente terrenal que está en mi mano brindarle. Y en el improbable caso de que así no fuera, le recomiendo vivamente que acuda en su tribulación a un pasaje del Éxodo, el de las siete plagas de Egipto, con el que se sentirá, no abrigo ninguna duda, plenamente identificado. Así que lo dicho, muy agradecido, G. W.
Etiquetas: El pobrecito parlanchín
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