Abandono a Bekett y vuelo a
Dublin leyendo Vanity Fair, donde le
dedican un artículo a un buen amigo. La periodista alaba la caballerosidad de mi amigo, por no haber hablado casi nunca de la relación amorosa que mantuvo
con Lady Diana, señora que tuvo la torpeza de relacionarse casi siempre con
gentualla. Él juez le obligó a testificar, pero él jamás aceptó las ofertas
millonarias de algunas editoriales inglesas y americanas. Los caballeros son así,
así de pocos. La mayoría podrían representar No Yo.
Pues bien, mi amigo acababa de salir del quirófano
cuando le avisaron que tenía una llamada de Scotland Yard. Ël que se creía ya
libre del fantasma de la princesa, era informado que News of the World le había intervenido el teléfono
durante los años del idilio. El espionaje de los cien mil hijos de Murdoch le
daba derecho a demandar al exstinctus periódico, más bien al Grupo del nombrado mogul. El latinajo me apetece porque tengo
un compañero de trabajo alemán, que cuando le preguntas cuál es su segunda
lengua siempre contesta: el latín. La señora Merkel podría obligar a los
españoles a estudiar latín. Yo tengo un libro titulado Diccionario de
Jurisprudencia Romana que utilizo cuando mi colega alemán me irrita mucho. ¡ Pignus
conventum! , ¡ perpetuatio obligationis!,¡ vindicatio servitutis!, exclamo
alocada cuando me harta. Y el tipo de verdad se achanta.
En fin, que mi buen amigo donará la
indemnización al hospital que ha construido, donde opera a los niños
pobres, que son todos en ese país montañoso, de enfermedades cardíacas. Con suerte, podrá demandar
también a los que han filmado una película sobre la vida amorosa de la difunta. ¡ Ay la voluntas difunti!
Mi buen amigo tiene pulsión de santidad y por eso el demonio le anda siempre a la zaga.
Dios nos proteja. Amén.
Tenía que haber escrito sobre el DHS. Acaso deba ir al médico para que me cure la digresión.