lunes, febrero 16, 2009

Cuando guste


Están colocados en fila. Equidistantes los unos de los otros y además no se mueven. Alguien los ha colocado de manera ordenada y entre ellos varias personas pasean provistos de prendas de abrigo y zapatos de suela gorda. Miran hacia lo que está en el suelo como queriendo encontrar algún rasgo que les permita reconocer y reclamar, de entre todo lo que ven, lo que ellos entienden es suyo.

El tiempo es bueno y un sol un tanto blanquecino intenta dar calor a la mañana de invierno en el campo. Sin embargo las personas que miran hacia el suelo están todas a la sombra. Aunque ha llovido no hace mucho esta mañana el mal tiempo se ha tomado un respiro que ha dejado el suelo verde y húmedo pero duro, con lo cual caminar sobre él no resulta trabajoso.

Hay un grupo reunido hacia un lado. Están todos juntos y parecen estar entorno a algo que también está sobre el suelo. Estos parecen que hablan entre ellos. Algunos fuman. Otros tienen las manos en los bolsillos de sus pantalones de pana o de sus chaquetas guateadas y verdes, verdes como el campo.

En la zona de umbria destaca la figura de un hombre corpulento. Está de perfil. Vestido y calzado para la ocasión, está parado entre dos de los cuerpos inertes que colocados en fila muy ordenada, equidistantes los unos de los otros no se mueven. No se mueven porque han sido abatidos a tiros en la práctica moderna de una de las actividades más ancestrales del hombre: la caza.

Señoría, cuando guste. El hombre corpulento de la foto dejó el periódico que estaba leyendo encima de la mesa que tenía frente a él y tomando dos grandes carpetas negras rebosantes de papeles se dirigió hacia la puerta. De camino a la Sala se echó la mano al bolsillo de la toga. Tenga un momento las carpetas que me he dejado el móvil en mi despacho.

Esa mañana lo explicó varias veces: ¡¡Caray que me gusta la caza!!

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