A AÑOS LUZ
Con cierta frecuencia aparecen en los medios de comunicación noticias sobre astronomía que suelo leer con atención aunque mis conocimientos sobre el tema no den para mucho. Desde que mi madre me enseñó en mi adolescencia los nombres y la posición de algunas estrellas, he sido un aplicado observador del cielo nocturno, pero mis escasos conocimientos de física me han impedido sacar auténtico provecho de algunas voluntariosas lecturas sobre la materia. Ello no ha desanimado mi curiosidad, que se ha mantenido íntegra a lo largo de los años a nivel meramente divulgativo.
En esta línea leí hace pocos días una breve pero curiosa reseña periodística sobre una observación astronómica realizada recientemente de un hecho registrado el 11 de noviembre de 1572, hace más de 436 años.
Las distancias entre los astros, como es bien sabido, son de tal magnitud que para ellas se emplea una unidad de medida específica, el año luz, equivalente a la distancia que recorre la luz en un año a razón de 300.000 kms. por segundo. Tan disparatada velocidad, impensable para la mente humana, no impide que la luz de la estrella más cercana a la Tierra - después del Sol - tarde en llegar a nosotros más de cuatro años. Y es la excepción, porque hay cientos de ellas a miles e incluso millones de años luz.
Esto da lugar a un fenómeno que, si bien puede explicarse de forma perfectamente lógica, no deja de tener algo de mágico o incluso poético. Al observar el cielo una noche despejada podemos estar viendo la luz de una estrella que ya no existe; bastará para ello que se haya extinguido hace menos años que el número de años luz que dista de la Tierra.
Esta paradoja encierra imágenes muy poderosas, hasta el punto de que me viene en ocasiones y con distintos motivos a la cabeza. La última vez que me ha ocurrido ha sido mientras leía en la prensa las recientes declaraciones de un personaje político español que ocupó las más altas magistraturas de la nación. Tras la relativa sorpresa inicial no pude evitar sentirme como el observador nocturno que está mirando una estrella extinguida a años luz de la Tierra, una estrella cuya luz llega a nosotros con enorme retraso pero que ya no existe, un eco del pasado. Lo que no conseguí encontrar en este caso fue el lado poético.
En esta línea leí hace pocos días una breve pero curiosa reseña periodística sobre una observación astronómica realizada recientemente de un hecho registrado el 11 de noviembre de 1572, hace más de 436 años.
Las distancias entre los astros, como es bien sabido, son de tal magnitud que para ellas se emplea una unidad de medida específica, el año luz, equivalente a la distancia que recorre la luz en un año a razón de 300.000 kms. por segundo. Tan disparatada velocidad, impensable para la mente humana, no impide que la luz de la estrella más cercana a la Tierra - después del Sol - tarde en llegar a nosotros más de cuatro años. Y es la excepción, porque hay cientos de ellas a miles e incluso millones de años luz.
Esto da lugar a un fenómeno que, si bien puede explicarse de forma perfectamente lógica, no deja de tener algo de mágico o incluso poético. Al observar el cielo una noche despejada podemos estar viendo la luz de una estrella que ya no existe; bastará para ello que se haya extinguido hace menos años que el número de años luz que dista de la Tierra.
Esta paradoja encierra imágenes muy poderosas, hasta el punto de que me viene en ocasiones y con distintos motivos a la cabeza. La última vez que me ha ocurrido ha sido mientras leía en la prensa las recientes declaraciones de un personaje político español que ocupó las más altas magistraturas de la nación. Tras la relativa sorpresa inicial no pude evitar sentirme como el observador nocturno que está mirando una estrella extinguida a años luz de la Tierra, una estrella cuya luz llega a nosotros con enorme retraso pero que ya no existe, un eco del pasado. Lo que no conseguí encontrar en este caso fue el lado poético.
Etiquetas: El pobrecito parlanchín
3 Comments:
Quizá nunca fue una estrella y el rastro que realmente deja es el de un asteroide cabezón que en un momento dado se prendió fuego así mismo, hasta el punto de olvidar lo que realmente era y llegar a creerse lo que nunca fue.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Por problemas de manejo publiqué dos veces el mismo comentario y soy absolutamente incapaz de suprimir el rastro dejado. Por eso aparecerán tres entradas, cuando en realidad son sólo dos.
Lo siento.
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