iluminados
por Eduardo Galeano: (publicado en facebook)
-¿Qué vas a ser cuando seas grande? -me preguntaban los grandes, y yo mentía que no sabía.Pero sabía. Yo iba a ser jugador de futbol, santo o pintor. Por patadura y por pecador tuve que renunciar, desde temprano, a la pelota en los pies y al halo en la cabeza. Algún tiempito más me duraron las ilusiones del pincel en la mano: un vecino de casa, Giscardo Améndola, artista profesional, era tan bondadoso que me estimulaba a seguir cometiendo chambonadas contra su noble oficio. Un día, Améndola me hizo el honor de invitarme a acompañarlo. Un bar de la costa, El Malecón, que tenía ventanales abiertos sobre la playa, le había encargado un mural. Fuimos caminando. Améndola no llevó caja de pinturas, ni pinceles, ni escalera, ni nada. No era así como yo me imaginaba a Miguel Angel camino de la Capilla Sixtina, pero no hice preguntas. Nos esperaba una gran pared, toda pintada de negro. Améndola se plantó ante la pared y allí se quedó, un largo rato, mirándola fijo. Cada tanto, se rascaba el mentón. Y yo pensaba: ¿Va a pintarla, o va a hipnotizarla? Por fin, sacó del bolsillo una moneda de cinco reales, una gran moneda de plata, de borde dentado, y se subió a una silla. Moneda en mano, atacó la pared. Y el filo de la moneda hirió la pared con largas líneas blancas, que se cruzaban sin ton ni son. Yo lo miraba hacer, callado la boca, sin entender esa esgrima; hasta que después de unas estocadas, vi aparecer un faro en la negrura, un poderoso faro que se alzaba entre las rocas y daba luz al oleaje bravío. Han pasado los años, y todavía creo que la negra pared de aquel bar había estado esperando ese faro, un faro nacido de una moneda, para salvar del naufragio a los marineros de los barcos y a los borrachitos del mostrador. Era eso lo que la noche de la pared estaba necesitando; y el artista era artista porque había sabido escucharla.
-¿Qué vas a ser cuando seas grande? -me preguntaban los grandes, y yo mentía que no sabía.Pero sabía. Yo iba a ser jugador de futbol, santo o pintor. Por patadura y por pecador tuve que renunciar, desde temprano, a la pelota en los pies y al halo en la cabeza. Algún tiempito más me duraron las ilusiones del pincel en la mano: un vecino de casa, Giscardo Améndola, artista profesional, era tan bondadoso que me estimulaba a seguir cometiendo chambonadas contra su noble oficio. Un día, Améndola me hizo el honor de invitarme a acompañarlo. Un bar de la costa, El Malecón, que tenía ventanales abiertos sobre la playa, le había encargado un mural. Fuimos caminando. Améndola no llevó caja de pinturas, ni pinceles, ni escalera, ni nada. No era así como yo me imaginaba a Miguel Angel camino de la Capilla Sixtina, pero no hice preguntas. Nos esperaba una gran pared, toda pintada de negro. Améndola se plantó ante la pared y allí se quedó, un largo rato, mirándola fijo. Cada tanto, se rascaba el mentón. Y yo pensaba: ¿Va a pintarla, o va a hipnotizarla? Por fin, sacó del bolsillo una moneda de cinco reales, una gran moneda de plata, de borde dentado, y se subió a una silla. Moneda en mano, atacó la pared. Y el filo de la moneda hirió la pared con largas líneas blancas, que se cruzaban sin ton ni son. Yo lo miraba hacer, callado la boca, sin entender esa esgrima; hasta que después de unas estocadas, vi aparecer un faro en la negrura, un poderoso faro que se alzaba entre las rocas y daba luz al oleaje bravío. Han pasado los años, y todavía creo que la negra pared de aquel bar había estado esperando ese faro, un faro nacido de una moneda, para salvar del naufragio a los marineros de los barcos y a los borrachitos del mostrador. Era eso lo que la noche de la pared estaba necesitando; y el artista era artista porque había sabido escucharla.
Etiquetas: Desde el invernadero
1 Comments:
El invernadero será por la climatología.
Sospecho que bien pudiera ser por el letargo de las marmotas.
Pronto llegará la primavera, pronto.
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