EL IMPOSIBLE SÍNDROME PARANOICO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Desconozco por completo si el narrador de “Pedro Páramo” es extra o intradiegético, omnisciente o equisciente. En cambio soy totalmente consciente, aún hoy, de la impresión que me produjo su lectura en 1976; y ello pese a que ya conocía en aquel momento parte de la obra de Gabriel García Márquez, del que había leído seis años antes “Cien años de soledad” y alguna otra de sus obras en el intervalo.
Precisamente por eso, al terminar la lectura de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, me dije: “Anda, si Macondo ya existía y se llamaba Comala”. Claro que en vez de formular a terceros (extradiegético) tan irreverente conclusión la guardé para mí (intradiegético), probablemente porque los pocos años y las aún escasas lecturas no daban para muchos alardes y me situaban muy lejos de la omnisciencia.
Releí las obras de Rulfo hace un par de años y puedo asegurar (confidente) que me reafirmaron en mi conclusión de treinta años atrás. Así que cuando he vuelto a leer los primeros párrafos de “Pedro Páramo” teniendo tan cercano el recuerdo de Paranoico Pérez, no he podido sustraerme a imaginar, con un punto de maldad, a Gabriel García Márquez trastornado por el acoso de Juan Rulfo.
Y digo imaginar porque otra cosa no cabe. Rulfo desgraciadamente no volvió a escribir tras esas dos obras maestras (intradiagético) y García Márquez afortunadamente no se dejó abrumar, como el pobre Paranoico Pérez, por la genialidad de su colega mejicano e inició doce años más tarde su exitosa andadura (extradiagético) como relator general de Macondo, que, según es de todos conocido, le ha deparado parabienes y galardones sin cuento, de los que yo tan sólo me voy a permitir deslucirle uno, el de fundador del llamado, no diré si bien o mal (difidente), “realismo mágico”. Un respeto por Juan Rulfo.
Y si alguno de aquellos a los que, extradiagético, me dirijo abriga dudas sobre lo que afirmo, ahí están las obras de Rulfo, que no me dejarán en mal lugar. Para terminar en plan pedante y como aperitivo para abrirle el apetito a quien no lo conozca, no me resisto a incluir tres citas de “Pedro Páramo”, aún sabedor de que estoy labrando mi ruina:
“Allí estaba su madre en el umbral de la puerta, con una vela en la mano. Su sombra corrida hacia el techo, larga, desdoblada. Y las vigas del techo la devolvían en pedazos, despedazada.
Me siento triste, dijo.
Entonces ella se dio vuelta. Apagó la llama de la vela. Cerró la puerta y abrió sus sollozos, que se siguieron oyendo confundidos con la lluvia.
El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo.”
“Sintió que su mano izquierda, al querer levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso. Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos.”
“Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.”
Omnidiagético extrasciente, ¿verdad?
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3 Comments:
¡Para una vez que me hago los deberes!
Querido Hispaniola, ¿con qué cara cuelgo yo ahora, homodiegéticamente, el texto que me he currado, de forma deficiente? Y es que cuanto más persigo al intradiegético, más me alejo y me convierto en un pobrecito infidente. Razón no te falta al recordar a Páramo. A veces analizamos tanto que se nos olvida aspirar el aroma del texto, el disfrute.
Recapacitaré, pues dudo que el sendero de la teoría sea buena para vuestra salud mental, observo que os craqueaís como Pedro Páramo.
Yo me angustio...
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