martes, noviembre 18, 2008

Papás distraidillos.

Buenas tardes. Señoras, señores, retorno a la niñez. No, no, perdón, no me malinterpreten. Ójala volviera a aquellos maravillosos años. Quiero decir que mi sección va a estar de nuevo con los pequeñines, esos niños inexpertos que esperan
aprender lo poco que nosotros conocemos. Atiendan, por favor. Viene a cuento, a ver, si unos papás tienen peques pelín enredadores, deben educarlos ellos en casita, y nó
los vecinos. Esto va principalmente para esas mujeres u hombres, que haberlos haylos,
metijones y amigos de dar consejitos a los otros padres. No lo hagan, por favor. Cada uno eduque a sus hijos como mejor sepan, rectificar es de sabios. Yo misma, amigos, una vez hace ya treinta y cinco años, ¡qué horror, toda una vida!, metí la patita en este asunto.
Esperaba con mi hijo en la consulta del alergólogo. El niño con siete u ocho años era tranquilo, a pesar de sus estornudos por la alergia a las gramíneas.Pululaba por la sala de espera un renacuajo que no dejaba títere con cabeza. A mi hijo le arrancó en dos ocasiones el tebeo que estaba leyendo; a una joven la estiró de las medias de nylon y le hizo varias carreras, por no nombrar las huellas negrísimas de chocolate que estampó en los inmaculados visillos de aquel salón. Señores, era un demonio, pero su madre feliz, en la inopia, el último fascículo de Belleza y Moda captaba toda su atención. Yo rebusqué en el bolso a ver si aparecía un talismán, un amuleto, un rosario,qué sé yo, cualquier porquería de esas que salen en los bolsos sin venir a cuento. Lo que fuera o fuese, algo que le hipnotizara, o le distrajera un ratito, cuando ¡milagro! salió medio despuntada una pintura azul y un pequeño bloc
Por fin los pacientes pacientes procuraríamos dar una breve cabezada hasta ser requeridos para el pinchazo subcutáneo. Yo no dormí apenas, pero nó por aquel niñito, ¡alma de Dios!, sino por las toses, estornudos y carraspeos de aquellos pacientes -ya no tan pacientes- asmáticos y lacrimosos. Ese niño ¡pobre mío! estuvo entretenido con el lápiz más de media hora. Poco antes de llamarnos el doctor para ponerle la vacuna a mi hijo, me mostró lo que había dibujado y me dijo con su media lengua gangosa:
"EZA EREZ TÚ". ¡Increible! vaya caricato en ciernes. Había una cara ahuevada con dos ojillos minúsculos como alfileres, una nariz considerable, un hueco, que sería la boca completamente torcida y unos pelos tiesos como puas de erizo. ¡Dios mío! ¿me vería de esa guisa el personal? El retrato me amargó la tarde, aquella tarde ventosa en la que me despeiné más que nunca con mi pelo recién cortado. Recordaba como una letanía que los borrachos y los locos son los que dicen siempre la verdad. ¿Sería cierto que aquel "loco bajito" como canta Serrat, había dibujado y dicho la verdad sobre mi físico? Menudo jarro de agua fría. En qué hora le dí al niñito el lapicero. Aquel día juré por lo más sagrado que ya no me metería nunca en camisa de once varas.

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