Empieza el curso
"Moby Dick”, de Herman Melville, es sin duda una novela extraordinaria. Cuanto más se la frecuenta, más crece -en lugar de diluirse- el sentimiento de extrañeza que despierta este libro descomunal, grandioso y extravagante, en el transcurso de cuya lectura se va haciendo palpable el delirio visionario al que su autor fue sucumbiendo a medida que lo escribía, en enfebrecidas jornadas que apenas interrumpía para comer o atender asuntos domésticos. Por eso no he podido dejar de regalaros unas líneas de mi admirado Ignacio Echevarría.
"La canonización de “Moby Dick” como la Gran Novela Norteamericana se produjo, como es sabido, tardíamente, por los años veinte del pasado siglo, y se produjo de la mano de Raymond Weaver, quien acertó a rescatarla del olvido cuando Estados Unidos, recién afirmada su hegemonía como potencia mundial a consecuencia de la Gran Guerra, se hallaba en las mejores condiciones para ensalzar como gloria nacional una epopeya que -según observara agudamente José María Valverde al frente de la excelente traducción que hizo del libro- lleva hasta el extremo el predestinacionismo puritano, de influencia tan determinante en la consolidación de la conciencia patriótica de EE.UU.En la actualidad, la genialidad de “Moby Dick” queda enaltecida por el mérito que supone, en estos tiempos de catastrofismo ecológico, conquistar la admiración del lector hacia lo que no deja de constituir, entre muchas otras cosas, una minuciosa y encendida apología de la masacre de ballenas; y, lo que es todavía peor, una exaltación del barco ballenero como agente fundamental de la "evangelización" democrática del planeta entero.A la recalcitrante vanidad metropolitana del castellano viejo le escandaliza leer, ya bien entrada la novela, una afirmación de este fuste, relativa a las antiguas colonias de Hispanoamérica: "Fue el ballenero quien primero irrumpió a través de la celosa política de la corona española, tocando en esas colonias; y si lo permitiera el espacio, se podría demostrar detalladamente cómo gracias a esos balleneros tuvo lugar por fin la liberación de Perú, Chile y Bolivia del yugo de la vieja España, estableciéndose la eterna democracia en esas partes" (capítulo XXIV).Vaya por dónde.Pero estas y otras no menos peregrinas y sugerentes hipótesis deben encuadrarse, como ya se ha apuntado, en el marco de la ideología puritana, acerca de la cual nunca se destacará con énfasis bastante cómo fecundó la concepción de la democracia americana y su celo expansionista, que bebe mucho antes en los profetas del Antiguo Testamento y en Calvino que en Grecia y la Ilustración.Por detestables que puedan parecerle los hombres "en cuanto sociedades anónimas y naciones", a los ojos el narrador de “Moby Dick” prevalece inalienable la dignidad del individuo aislado, que no precisa de ropajes ni de mantos, por cuanto "es esa dignidad democrática que, en todas las manos, irradia sin fin desde Dios, desde Él mismo, el gran Dios absoluto, el centro y circunferencia de toda democracia" (capítulo XXVI).Esa sustancial igualdad de los hombres, subyacente -y, por demás, indiferente- a las jerarquías de poder y a las desigualdades de riqueza, es la que, conforme a sus propias palabras, autoriza al narrador de “Moby Dick” a atribuir "cualidades elevadas, aunque oscuras, a los más bajos marineros, renegados y proscritos". Previniendo las censuras de que ha de hacerse objeto por proceder así, el narrador de “Moby Dick” no duda en invocar el sostén del "Espíritu de la Igualdad", del "Gran Dios Democrático", de quien dice que ha extendido "un único manto real de humanidad sobre toda mi especie".Esta asociación entre Dios y democracia permanece profundamente arraigada en la Norteamérica de hoy y, exacerbada por los intereses neocolonialistas, contribuye a explicar muchos de sus comportamientos. Desde este punto de vista, el afán democratizador de Estados Unidos se revela en una especie de yihad judeocristiana y capitalista. Este democratismo teocrático da lugar a su propio fundamentalismo; y da cuerpo y justificación al imperialismo.Es propio de los clásicos generar incesantes interpretaciones y, a través de los tiempos, constituirse sin solución de continuidad en prefiguración o metáfora del presente. Esta condición se cumple abrumadoramente en el caso de “Moby Dick”, monumento nacional de la literatura de Estados Unidos que, en la perspectiva de la actualidad mundial, invita, más que nunca, a ser leída como epopeya trágica de Norteamérica, de su expansionismo depredador, de sus pretensiones evangelizadoras, de su fanático empeño liberador. El trasnochado heroísmo de los balleneros vagabundos por todos los océanos resulta perfectamente trasladable al de los amenazantes buques de guerra que patrullan por todo el planeta, al mando de un capitán sospechosamente empeñado en aniquilar a la ballena blanca, cifra de todo mal (aparte de precioso botín al que arrancar pingües beneficios).El poderoso y escurridizo simbolismo de “Moby Dick” ampara toda suerte de lecturas, en todos los niveles del texto. A comienzos del siglo XXI, la que se impone más directamente -aunque más superficialmente, también- es la que reconoce en la ballena blanca una convincente metáfora de Al Qaeda, fantasmal y ubicuo paradigma de toda malignidad, y en el capitán Ahab una favorecedora y cojeante versión de George Bush y sus meteduras de pata, empeñado en vengar con el petróleo de la ballena la mordedura que ésta le infligió, dándole igual si para ello lleva a toda la tripulación hasta el mismísimo infierno."
"La canonización de “Moby Dick” como la Gran Novela Norteamericana se produjo, como es sabido, tardíamente, por los años veinte del pasado siglo, y se produjo de la mano de Raymond Weaver, quien acertó a rescatarla del olvido cuando Estados Unidos, recién afirmada su hegemonía como potencia mundial a consecuencia de la Gran Guerra, se hallaba en las mejores condiciones para ensalzar como gloria nacional una epopeya que -según observara agudamente José María Valverde al frente de la excelente traducción que hizo del libro- lleva hasta el extremo el predestinacionismo puritano, de influencia tan determinante en la consolidación de la conciencia patriótica de EE.UU.En la actualidad, la genialidad de “Moby Dick” queda enaltecida por el mérito que supone, en estos tiempos de catastrofismo ecológico, conquistar la admiración del lector hacia lo que no deja de constituir, entre muchas otras cosas, una minuciosa y encendida apología de la masacre de ballenas; y, lo que es todavía peor, una exaltación del barco ballenero como agente fundamental de la "evangelización" democrática del planeta entero.A la recalcitrante vanidad metropolitana del castellano viejo le escandaliza leer, ya bien entrada la novela, una afirmación de este fuste, relativa a las antiguas colonias de Hispanoamérica: "Fue el ballenero quien primero irrumpió a través de la celosa política de la corona española, tocando en esas colonias; y si lo permitiera el espacio, se podría demostrar detalladamente cómo gracias a esos balleneros tuvo lugar por fin la liberación de Perú, Chile y Bolivia del yugo de la vieja España, estableciéndose la eterna democracia en esas partes" (capítulo XXIV).Vaya por dónde.Pero estas y otras no menos peregrinas y sugerentes hipótesis deben encuadrarse, como ya se ha apuntado, en el marco de la ideología puritana, acerca de la cual nunca se destacará con énfasis bastante cómo fecundó la concepción de la democracia americana y su celo expansionista, que bebe mucho antes en los profetas del Antiguo Testamento y en Calvino que en Grecia y la Ilustración.Por detestables que puedan parecerle los hombres "en cuanto sociedades anónimas y naciones", a los ojos el narrador de “Moby Dick” prevalece inalienable la dignidad del individuo aislado, que no precisa de ropajes ni de mantos, por cuanto "es esa dignidad democrática que, en todas las manos, irradia sin fin desde Dios, desde Él mismo, el gran Dios absoluto, el centro y circunferencia de toda democracia" (capítulo XXVI).Esa sustancial igualdad de los hombres, subyacente -y, por demás, indiferente- a las jerarquías de poder y a las desigualdades de riqueza, es la que, conforme a sus propias palabras, autoriza al narrador de “Moby Dick” a atribuir "cualidades elevadas, aunque oscuras, a los más bajos marineros, renegados y proscritos". Previniendo las censuras de que ha de hacerse objeto por proceder así, el narrador de “Moby Dick” no duda en invocar el sostén del "Espíritu de la Igualdad", del "Gran Dios Democrático", de quien dice que ha extendido "un único manto real de humanidad sobre toda mi especie".Esta asociación entre Dios y democracia permanece profundamente arraigada en la Norteamérica de hoy y, exacerbada por los intereses neocolonialistas, contribuye a explicar muchos de sus comportamientos. Desde este punto de vista, el afán democratizador de Estados Unidos se revela en una especie de yihad judeocristiana y capitalista. Este democratismo teocrático da lugar a su propio fundamentalismo; y da cuerpo y justificación al imperialismo.Es propio de los clásicos generar incesantes interpretaciones y, a través de los tiempos, constituirse sin solución de continuidad en prefiguración o metáfora del presente. Esta condición se cumple abrumadoramente en el caso de “Moby Dick”, monumento nacional de la literatura de Estados Unidos que, en la perspectiva de la actualidad mundial, invita, más que nunca, a ser leída como epopeya trágica de Norteamérica, de su expansionismo depredador, de sus pretensiones evangelizadoras, de su fanático empeño liberador. El trasnochado heroísmo de los balleneros vagabundos por todos los océanos resulta perfectamente trasladable al de los amenazantes buques de guerra que patrullan por todo el planeta, al mando de un capitán sospechosamente empeñado en aniquilar a la ballena blanca, cifra de todo mal (aparte de precioso botín al que arrancar pingües beneficios).El poderoso y escurridizo simbolismo de “Moby Dick” ampara toda suerte de lecturas, en todos los niveles del texto. A comienzos del siglo XXI, la que se impone más directamente -aunque más superficialmente, también- es la que reconoce en la ballena blanca una convincente metáfora de Al Qaeda, fantasmal y ubicuo paradigma de toda malignidad, y en el capitán Ahab una favorecedora y cojeante versión de George Bush y sus meteduras de pata, empeñado en vengar con el petróleo de la ballena la mordedura que ésta le infligió, dándole igual si para ello lleva a toda la tripulación hasta el mismísimo infierno."
Etiquetas: Lecciones simiescas
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