sábado, agosto 23, 2008

Bombones helados (2)


Paseo por este Lado en compañía de mis amigos los libros. No fallan. Están, siempre están y con ellos sus autores fieles a sus obras a las que tampoco abandonan. Me he reencontrado con Jorge Luis (Jorge Luis en este Lado), Borges ahí fuera y nos hemos puesto a hablar de India, de Oriente y entonces él, siempre tan correcto y ocurrente ha tenido a bien presentarme a Saki, un conocido suyo que yo no conocía. Aquí en este Lado habitamos muchos, pero no necesariamente nos concemos todos personalmente, si bien, y esto resulta curioso, en la mayoría de las ocasiones todos hemos oido hablar de todos. Jorge Luis sabía de Desoladas, eso ya os lo adelanto, y sorpresivamente Saki también. Yo, en cambio, no tenía el placer de conocer a este nacido en Birmania, cuya madre murió corneada por una vaca y que se educó en Inglaterra. Admirado por Jorge Luis, si bien nunca coincidieron en vida, me refiero a la vida de allá. Curioso el tipo. Anduvimos un buen rato, charlando distendidamente a orillas del mar. Al finalizar el paseo Saki tuvo a bien dejarme una pequeña caja forrada de rojo charol. En su interior dos deliciosos bombones helados. Saki me advirtió que los tomara de uno en uno, lentamente y que tuviera cuidado al morderlos no fuera a mancharme. "Están rellenos, me advirtió". Eso es lo que hice y eso es lo que quiero compartir.


Mi tía bajara enseguida señor Nuttel, dijo con mucho aplomo una señorita de quince de años, mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme. Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudo más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto. Sé lo que ocurrirá, le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural, te encerraras no bien llegues y no hablaras con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas. Framton se pregunto si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas. ¿Conoce a muchas personas aquí? pregunto la sobrina cuando considero que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa. Casi nadie, dijo Framton. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar. Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar. Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía, prosiguió la aplomada señorita. Solo su nombre y su dirección, admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o seria viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina. Su gran tragedia ocurrió hace tres años, dijo la niña, es decir después que se fue su hermana. ¿Su tragedia?, pregunto Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar. Usted se preguntará porque dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre, dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín. Hace bastante calor para esta época del año, dijo Framton, pero ¿que relación tiene esa ventana con la tragedia? Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo. A esta altura del relato, la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana. Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entraran por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuantas veces me habrá contado como salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre "¿Bertie, por que saltas?", porque sabia que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana... La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto. Espero que Vera haya sabido entretenerlo, dijo. Me ha contado cosas muy interesantes, respondió Framton.