jueves, agosto 28, 2008

Bombones Helados (4)



Pero hombre Tornasol los Bombones Helados no engordan. Son especiales, son cálidos por eso son helados, son dulces, pero en ningún caso hacen daño, es imposible en cuanto los ojos se posan en ellos se disuelven y van directo a esa parte nuestra que guarda y disfruta sin engordar de cadera en todo caso el regusto y su calidez helada nos hacen cerrar los ojos y pensar que hay un sitio dentro de nosotros en el cual el tiempo no pasa, se detiene y se puebla de recuerdos que conviven con la memoria que es la encargada de ordenarlos, pues los recuerdos como los cronopios son juguetones y se enredan entre ellos mismos. La memoria, como las famas son ordenadas y se encargan de colocarlos. Es ahí donde los Bombones Helados llegan directo. Recibidos por las famas, memoria, y desborrados por los cronopios recuerdos. Todos ellos nos recuerdan el día en que los vimos; la personas con las que estábamos; el color que ese día tenía el cielo; las hojas caídas en el suelo o los árboles repletos de ellas; el silencio que siguió al tragarlo con los ojos y bien la sonrisa o carcajadas que dimos. En realidad forman parte de nosotros. Somos nosotros. No engordan y todo, absolutamente todo el mundo los pueden tomar.


Por aquí sigue llegando gente, pues como del otro lado están con calor y con pocas ganas de hacer. Saki estaba preocupado pues en algún momento y en algún sitio ha dejado su reloj. Reloj que no encuentra y por el cual no para de preguntar. Jorge Luis le con ojos burlones le ha dicho: Otro que no sabe lo que realmente es un reloj. Y justo en ese momento como ya imagino que os lo estabais imaginando ha aparecido Julio (Cortazar en el otro lado). Bueno primero llegaron sus cronopios haciendo ruido y sus famas intentando hacerlas callar, sin conseguirlo claro, con lo cual hacían todos mucho más ruido. Se ha saludo con todos nosotros muy efusivamente y El Maestro Jorge Luis le ha agarrado suavemente del brazo y le ha susurrado: Contadle, contadle la verdad del reloj.


Todos le hemos mirado a la vez (no se si es muy literario, pero es tal cual). Acaba de llegar. Pero no lo dudó ni un momento, bueno ni medio. Arrimó una silla de madera verde que por allí andaba suelta al corro. Le hicimos todos un hueco y debajo del gran árbol, famas, cronopios y todos nosotros hicimos un gran silencio que fue rápidamente roto por su voz:
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj