Bombones Helados (3)
Lo prometido es deuda. Pero antes os cuento algo más sobre mi nuevo amigo.
Hector Hugh Munro, Saki, describió incomparablemente a sus contemporáneos de la clase media victoriana, tan estrictos en sus maneras y amantes de absurdas fórmulas y rutinas. Su sentido del humor, cáustico e irónico, era muy apreciado por Jorge Luis Borges, quien lo situaba al lado de Kipling y Thackeray, como uno de los ingleses ilustres nacidos en Oriente. En el prólogo a la edición de los relatos de Saki perteneciente a la colección borgiana “La Biblioteca de Babel”, escribió sobre él: «Con una suerte de pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel. Esa delicadeza, esa levedad, esa ausencia de énfasis puede recordar las deliciosas comedias de Wilde.»
H. H. Munro nació en Akyab, Birmania. Era hijo de Charles Augustus Munro, inspector general de la policía birmana, cuando este país pertenecía aún al Imperio Británico. Su madre, de soltera Mary Frances Mercer, murió en 1872, corneada por una vaca. Este incidente pudo tener influencia en sus relatos. Su niñez se trastocaría al ser después trasladado a Inglaterra con unos parientes puritanos de personalidad severa e intransigente, la convivencia con los cuales amargaría para siempre su carácter.
H. H. Munro nació en Akyab, Birmania. Era hijo de Charles Augustus Munro, inspector general de la policía birmana, cuando este país pertenecía aún al Imperio Británico. Su madre, de soltera Mary Frances Mercer, murió en 1872, corneada por una vaca. Este incidente pudo tener influencia en sus relatos. Su niñez se trastocaría al ser después trasladado a Inglaterra con unos parientes puritanos de personalidad severa e intransigente, la convivencia con los cuales amargaría para siempre su carácter.
Ahora el deselance...
Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto. Espero que Vera haya sabido entretenerlo, dijo. Me ha contado cosas muy interesantes, respondió Framton. Espero que no le moleste la ventana abierta, dijo la señora Sappleton con animación; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado que dejaran mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad? Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado pero solo a medias exitoso de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo. ¿No? dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención mas viva... pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo. ¡Por fin llegan! exclamó. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos ¿no es verdad? Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenia puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miro en la misma dirección. En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana, cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: "¿Dime Bertie, por que saltas?" Framton agarro deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente. Aquí estamos, querida, dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana, bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos? Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel, dijo la señora Sappleton; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparando sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma. Supongo que ha sido a causa del spaniel, dijo tranquilamente la sobrina, me contó que los perros le producían horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esos bichos que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime. La fantasía sin previo aviso era su especialidad.
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