lunes, marzo 30, 2009

Nos atrae


Las palabras que están contenidas en él, en el poema, tienen vida propia y parecen haber suido concebidas por el autor a modo de ladrillos de una enorme construcción en cuyo interior te encuentras. Andas por la azotea cuando comienzas a leer “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”. Y sientes. El poema te hace sentir infinidad de sensaciones, pero yo he sentido una por encima de todas ellas, sientes que el suelo se mueve. Y comienzas a bajar por la escalera de la casa. Comienzas con cuidado no vayas a caerte. Avanzas. Pero a medida que avanzas el ruido (es un poema con mucho, mucho ruido) hace que comiences a sentir miedo. Continuas tu marcha “con el absoluto corazón del poema sanguinariamente arrancado de sus cuerpos bueno para alimentarse mil años. Y el suelo se sigue moviendo y del techo comienzan a caer cascotes. Y tu empiezas a marchar más rápido, más rápido y caes en la cuenta de que los escalones en esta parte son muy altos… o bajos… o estrechos… o anchos… son diabólicos. Pero avanzas “¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneo y devoró sus cerebros y su imaginación? ¡Moloch”. El movimiento es enorme y la sensación de angustia total. El infierno parece que sale de cada palabra, de cada estrofa “Rompieron sus espaldas levantado a Moloch hasta el cielo! ¡Pavimentos, árboles, radios, toneladas! ¡levantando la ciudad al cielo que existe y está alrededor nuestro!”. Consigues pasar, sigues corriendo, intentando no parar. No paras, de un piso bajas al otro y al otro y sigues envuelta en polvo y en ruido. Y no ves la luz. Y no ves. Y cuando ojos salvajes y gritos parecen anunciar el final de todo, de pronto aparece Carl. De su mano, de la mano de Carl Solomon consigues sentir primero el olor y luego ver su luz. El mar. Con él encuentras la salida. El te guía. Y por fin la luz. Y alguien te acompaña, alguien te espera: “Estoy contigo en Rockland en mis sueños caminas goteando por un viaje a través del mar sobre las carreteras a través de América llorando hasta la puerta de mi cabaña en la noche del Oeste.” Salvado.

La casa ha caído por completo y envuelta en polvo y en medio de un ruido enorme de pronto delante de tus ojos comienza a levantarse. Se levanta delante de ti, hasta quedar perfecta. Brillante. Inmensa. Quieta permanece a la espera de un nuevo lector que al pasar delante de ella escuche una llamada misteriosa. Picado por la curiosidad llegará a la azotea donde encontrará el poema que comenzará a leer, comenzado de nuevo a sentir.

Así lleva pasando desde su primera lectura, hace ya muchos años, y así pasará siempre. El descenso a los infiernos, no lo neguemos, de siempre nos ha atraído.

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1 Comments:

Blogger Hispaniola said...

Comparto la impresión de que el movimiento y el ruido son las sensaciones dominantes en el poema, sobre todo en sus dos primeras partes.Eso crea una especie de vértigo que te acaba dominando.Muy atinado,Peter.

3:34 p. m.  

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