domingo, marzo 22, 2009

EN EL CAMINO (con perdón)



Tercera y última etapa


Bueno, Jack…Perdón, Sr. Kerouac, perdón. Disculpe que, esclavo de ciertos mitos contraculturales en boga en mi juventud, en las etapas anteriores me haya dejado arrastrar hacia esta execrable familiaridad. ¡ O tempora, o mores ! No volverá a ocurrir.

En fin, a lo nuestro. Nos habíamos quedado en la frontera italiana honrando a Baco, o en román paladino durmiendo la mona, porque aquello no había más remedio que dormirlo bien. Cuando a la mañana siguiente -más bien mediodía- traté de recordar lo vivido -y lo bebido- la noche anterior, un velo de irrealidad lo cubría todo. ¿Carabineros, espaguetis, guitarra, Marifé de Triana? Tan sólo la ginebra parecía haber existido. Pero no, el desmadre había sido real y allí estaban para confirmarlo nuestros compañeros de francachela despidiéndonos de la forma más ruidosa que se pueda imaginar -y, como Vd. bien sabe, Sr. Kerouac, un italiano puede imaginar muchas. Y así, tras haber aumentado nuestro caudal de amigos en la misma proporción en que había disminuido el de nuestras reservas alcohólicas, proseguimos nuestra ruta.

Dicen que el camino da muchas vueltas, pero el nuestro nos llevó derechito a Venecia, de allí a Florencia y Pisa y por último a Roma. Innúmeros fueron los sucedidos que cual modernos Odiseos nos acaecieron en estas muy ilustres y renombradas villas, querido Sancho. Pero ¿qué estoy diciendo? Lo siento, Sr. Kerouac, pero con tanto ir y venir se me están trastocando los caminos y las historias o quizás es que se me ha subido la ginebra de antaño y no quiere bajar, pero es el caso que entre su viaje y el mío he terminado en el de un tercero, otro de esos que también andaban siempre por los caminos.

Como decía, muchos son los sucedidos, escaso el espacio para relatarlos, flaca la memoria, a lo que se acaba de ver y efímera la paciencia del auditorio, según está acreditado, por todo lo cual creo que lo aconsejable será abreviar, reseñando en suma que hubo más bueno que malo, más frugalidad que abundancia, más risas que llantos y, lo lamento Sr. Kerouac, más moderación que excesos. Y por supuesto, los italianos.

¡Ah, los italianos! Excesivos, increíbles, farsantes, trapaceros, simpáticos, elegantes, mentirosos, cantarines, exquisitos, familiares, bellos, teatrales, cariñosos, descarados, meapilas, vulgares, atronadores, geniales y portentosos.

¡Ah, las italianas! Para las italianas no tengo palabras.

Para guinda del pastel un recuerdo del Vaticano: dos monjas están en medio de una nave, una inclina el torso hacia delante mientras la otra escribe una postal apoyada sobre la espalda de la primera. Fue un instante fugaz pero he conservado la imagen en la memoria cuarenta años.

Llegamos al final. Confío en que no le haya defraudado, Sr. Kerouac. Quedan cosas en el tintero así que si tiene interés y tiempo ya sabe donde encontrarme. Un respetuoso saludo, maestro.

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2 Comments:

Blogger Tornasol said...

Lo que más me ha gustado es el contrapunto entre los italianos y las italianas. ¡Mamma mía! Tornasol.

11:40 p. m.  
Blogger peter pan said...

Da envidia.
Suena muy fresco. Suena bien.

5:18 p. m.  

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