lunes, marzo 09, 2009

Nada de contar batallitas.

Hola, coleguillas: Soy el Profesor Tornasol y hoy me dirijo a los chavales de 13, 14, ó más. Ya sabeis por los libros de Tintín que yo soy un viejo chalado y como tal, hace ya años, se reían de mí por lo de contar batallitas. No lo podía evitar. Un buen día pensé que porqué en vez de contar mi vida pasada (que no tenía ni pizca de interés), no contaba historias ficticias para que la gente me tomara más en serio. Os animo a ello porque se pasa pipa. Ya sé que muchos teneis la afición de escribir y me parece estupendo, y a los que no os atreveis os lo recomiendo porque podeis internaros en la historia y ser el protagonista fantástico que vosotros querais. Podeis ser un malvado malísimo o un bueno entrañable. Tampoco teneis que relatar dramas en grandes palacios ni cuentos de ciencia ficción. Empezar con algo facilito, e intentar contarlo de manera interesante, que tenga algún conflicto y si puede ser, un final en cierto modo sorprendente, es decir que la gente no se lo espere. El primer relato que escribí fue corto, sencillo y de un árbol que para mí, era como de la familia. Y decidí tomar el papel femenino. Ya vereis.EL VIEJO FRUTAL

Próxima la Navidad, emprendimos viaje hacia el pueblo.
Al entrar al porche lo vimos: El viejo ciruelo estaba allí: desaliñado, renegrido, a medio vestir. Pareció mirarnos ceñudo con su ojo picassiano, creándonos sentido de culpabilidad. Su mal estado no se debía a la falta de riego en nuestra ausencia de dos meses, sino a una importante enfermedad que comenzó a dañarlo la temporada anterior. Mi marido, botánico diplomado en Montes, me había advertido tiempo atrás que lo cortaría de cuajo, pero yo rechazaba la idea de que no volvería nunca a acariciar la piel de aquellas ciruelas Claudias, apetitosas, turgentes, mofletudas, radiantes de color entre verdes y amarillentas.
Nos marchamos por la tarde sin poder trabajar con las plantas y oyendo, una tras otra, las gotas que caían sobre la uralita. El árbol, que según mi esposo ya no rebrotaría, nos despidió demacrado, y yo no pude por menos antes de partir que mirarlo y echar un brindis imaginario, deseándole salud. Su primo hermano, más grueso y joven, a dos metros de él, presumía de un bello moldeado de hojas a mechas. Él estaba sano, seguía obsequiándonos con frutos en su punto, y pronto pregonaría: ¡Aquí, dulcísimas y grandes,
a la rica pera Conferencia! El muy agoista, sabía a ciencia cierta que cuando el otro dejara de existir, lo mimaríamos como a un hijo único y mis brazos, en las horas bajas, abarcarían su tronco para impregnarme de buenas energías. El enano de piedra también nos dijo adios levantando su azada.
Al volver en marzo, mi mirada se dirigió sin demora a la primera linea del jardín,¡caramba!, aquél no podía ser nuestro ciruelo. Sus ramas continuaban retorcidas y algo artríticas, pero habían reverdecido; el tronco no aparecía tan reseco y, en lo alto, en su copa, unas hojas pequeñas color manzana jugueteaban con el viento de primavera. Hormigas minúsculas trepaban por su torso ansiosas de aspirar el escurridizo néctar que pronto resbalaría por la fruta de miel. Me pareció que formaban arriba un perfecto sombrero hongo. El botánico, de momento frunció el ceño, Le fastidiaba él tan entendido en podas, injertos y plagas, haberse equivocado con el viejo frutal pero, pasados unos minutos, al ver mi entusiasmo señalando las hojas recién nacidas, su semblante se dulcificó.
El día fue espléndido. Me senté un rato a admirar mi ciruelo, luchador invencible ante los minadores que según mi marido, lo martirizaban. Pinté su tronco de blanco para que resaltara con el verde de las hojas. Al marcharnos, juraría que nos hizo un guiño con su único ojo.
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Coleguillas, me ha quedado rechulo, ¿verdad? ¿A vosotros tambien os gustó? Me alegro, pero no se os ocurra plagiármelo porque ya lo tengo registrado como Dios manda. Lo que teneis que hacer es espabilar y escribir mucho, mucho. Besitos. tornasol.

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