domingo, marzo 08, 2009

EN EL CAMINO (con perdón)


Admirado Jack, aunque no creo que el siguiente relato vaya a ocupar un lugar destacado dentro de la narrativa de viajes, estoy seguro de que tratándose de mi primera aportación al género, serás tan comprensivo con estos tímidos escarceos de burguesito “comme il faut” como lo fuiste siempre con los desafueros de tu viejo amigo Dean. Animado por esta certeza me pongo en camino.

La cosa no estaba muy clara pero tenía buena pinta; se trataba en esencia de ir y volver de Madrid a Amsterdam en tienda de campaña en un mes con motivo del final de carrera. Eso era lo único que se había concretado y todo lo demás quedaba a la improvisación, o casi.

Eramos cuatro: Carlos, que ponía el coche, Fernando, que ponía la tienda, Nacho, que ponía las vituallas, y yo, que ponía las pegas. Bueno, en realidad lo que yo tenía a mi cargo era la planificación, pero precisamente por insuficiente yo la convertí en una premonitoria letanía de los problemas que íbamos a encontrar en el camino, con la que conseguí atormentar a mis acompañantes todo el viaje.

Salimos de Madrid a primeros de agosto y nos plantamos de un tirón en la frontera -el turismo nacional estaba muy por debajo de nuestras aspiraciones- . Habíamos planeado llegar a Holanda pasando por Suiza y Alemania por lo que en lugar de enfilar para París lo hicimos hacia la Costa Azul, que a los veintidós años y en 1972 nos prometía experiencias excitantes. Pero lo más excitante, como comprobamos enseguida, fue conseguir que nuestro modesto presupuesto no se fuera al garete antes de llegar a Montecarlo. ¡Qué precios¡ Todavía me recuerdo a mí mismo una noche delante del casino mirando con desconsuelo ese emporio del vicio, al que ni nuestras finanzas ni nuestro atuendo nos permitían acceder.

Cruzamos Francia como un exhalación -probablemente es lo único en que podríamos haber desafiado al viejo Mensajero de la Muerte- y nos instalamos en Suiza. No os habría gustado Suiza, Jack, y mucho menos los suizos; insufribles de verdad. Los paisajes parecían recién compuestos por un belenista con pretensiones y si entrabas en un café lo primero que se te ocurría era buscar a quién dar el pésame. Me acuerdo de un mercadillo en Berna donde reinaba el mismo silencio que durante una faena de Curro Romero en la Maestranza -recuérdame algún día, Jack, que os explique esto; lo mismo a Dean le inspira uno de esos delirios existenciales tan rechulos con los que solía amenizar el camino- . En fin, que tanta circunspección nos afectó muy seriamente y salimos de allí a escape.

(Fin de la primera etapa)


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