jueves, abril 06, 2006

El Sur y El Norte

Carlos Bon el otro personaje de envergadura en la galería de personajes de la novela de Faulkner. Su personaje crece y se engrandece si bien de manera muy trabajosa para el lector pues el mismo, ha de esperar desde su aparición en el capítulo 4, presentado por Mr. Compson hasta el capítulo 8 donde Shreve nos muestra definitivamente un retrato mucho más completo y complejo de una persona plagada de enormes zonas de silencio y discurso interior que en contraste con emocionantes diálogos confieren al personaje de Carlos un gran brillo que nos ilumina a un ser marcado por la tragedia desde el momento en que nació. De un ser frívolo y aparentemente insustancial llegamos a un personaje que adquiere dimensiones de personaje trágico con una gran vida interior. Faulkner elige, y muy bien, a dos voces muy diferentes para enseñarnos a Carlos Bon en el transcurso de la novela. Una será El Sur y la otra será El Norte.

El Sur
Una es la voz del Sr. Compson, padre de Quintín Compson e hijo del abuelo Compson, el único amigo que Tomas Stupen tuvo al llegar a Jefferson y con el que sabemos se sinceró en pocos pero importantes momentos. Quizá sea la voz más teatral de todas las voces que relatan en la novela. Si la escuchamos pausadamente acabaremos escuchando al Sur que agoniza. Es una voz pausada y en su forma de relatar hay referencias al destino y a las gentes de Jefferson y una cierta tendencia a ver a Tomas Stupen casi como una figura de “tragedia griega”. No perdamos esto vista.

Pero volvamos a Carlos Bon. A primera vista y de la mano de los recuerdos del padre de Quintín, Carlos nos llega “espectral y casi incorpóreo me parece verlo flotar sobre los demás”. Adjetivos como “impenetrable y fatalista”, “apuesto, elegante y felino…”, “ …rodeado por un tangible efluvio de sabiduría y hastío, cosas realizadas, saciedad, placeres apurados y hasta olvidados” magnífica descripción llena de sensaciones que juntamente con su imagen de “flor exótica indolente y esotérica” más la descripción de sus “batas floreadas, ligeramente femeninas”. “Joven rico y libertino”, “felino y perezoso”, zapatos de charol nos llevan sin mucho esfuerzo a producir en nosotros la misma sensación que produjo a “aquellos personajes rurales”, la de un fascinante “dandy”. Este es el primer gran destello de Carlos Bon.

Pero cuidado, de manera muy suave y casi sin darnos cuenta el personaje ya en boca del padre de Quintín, que rememora lo escuchado a su padre, el abuelo Compson, empieza a tomar cuerpo y se nos empieza a salir de este plano tan trivial. ¿Cuál es la imagen que el abuelo realmente sintió? Por su boca o de su boca jamás lo sabremos, el abuelo nunca habla directamente, pero escuchemos lo que el Sr. Compson nos dice: “A mí, él es quien me parece notable. Se presentó en aquella aislada familia puritana, hogar de campesinos al fin, como el propio Stupen hizo su aparición en Jefferson: completo, sin relaciones ni pasado, ni infancia; prematuramente maduro para sus años, nimbado y circundado por un resplandor escita…”, insito: como el propio Stupen hizo su aparición en Jefferson. Unamos esto a otro breve fragmento: “un joven cónsul de Roma que paseara en gira triunfal entre las hordas bárbaras que su abuelo derrotó”. A partir de este momento hay toda una entrada de información muy sutil a través de la cual habremos de hacer el esfuerzo, como lectores de almacenar en diferente cajón. “Hombre maduro nacido antes de tiempo”, “… esa compasión cerebral sarcástica y pesimista que sienten los inteligentes ante las injusticias, las locuras y los sufrimientos humanos” o bien “Y Bon más raído ahora, más vivo, aunque siempre afable y paciente, duro como el acero, el jugador que todavía no ha jugado su último triunfo”. Mirando los dos cajones que el padre de Quintín nos ha llenado de información ya sabemos que Carlos Bon es algo más que un dandy con zapatos de charol y ropa afrancesada.

El capítulo cierra con la voz de Carlos. La escuchamos en la trascripción de la carta mandó a Judith y que ésta entregó a la abuela de Quintín. Un Carlos que habla con Judith y le confiesa lo que siente. Y siente que el Sur ha muerto y que el Norte vencedor habrá de sobrevivir, lo quieran o no. Siente “que ellos dos por extraño que parezca están condenados a vivir”, sin saber que el destino de ambos estaba irremediablemente unido al destino del Sur.

El Norte

Shrevelin Mac Cannon. Nacido en Edmonto, Alberta, Canadá en 1890 y compañero de Universidad de Quintin Compson. Quintín le cuenta a Shreve toda la historia y él, ajeno por completo al Sur y a su drama del mismo modo, será el narrador-recurso que utilice el autor para, en muchos casos, colocar las numerosas piezas del puzzle que conforman el relato. En algunos momentos su voz se confunde o casi se funde con la de Quintín, pero será al final su visión, la más cercana a la realidad, la más objetiva ya que creo que el resto de los narradores están demasiado inmersos en el relato, como para ser capaces de distanciarse del mismo y juntar las diferentes fichas. En el fondo es el Norte, vencedor quien nos acaba contando la historia.

Hemos llegado al capítulo ocho. En este capítulo recibimos información de primera mano sobre la vida de Bon. Conoceremos su infancia, su juventud, su relación con su madre, con “el abogado”. Sabemos de su entrada en la universidad. De su llegada al Ciento de Stupen y nos estallará el drama. En este capitulo el lenguaje utilizado es muy diferente al del capítulo cuatro. El personaje de Carlos Bon se nos dibuja por medio de grandes monólogos y a modo de “caja que contiene otra caja dentro” asistimos un poco impávidos al descubrimiento de algo con lo que quizá no contábamos al principio. Una historia dentro de la historia: nos encontramos con la historia de la búsqueda por parte del hijo bastardo del padre y el no reconocimiento del hijo por parte del padre una vez enfrentados los dos.

De pronto nos acordamos de la presentación de Carlos Bon en el capítulo cuatro, aquella que hacía referencia a la llegada de Carlos Bon al Ciento Stupen y que le relacionaba con la aparición Tomás Stupen en Jefferson y entendemos que no era gratuita. El autor al situarlos en planos muy similares nos avisa que se pueden enfrentar. Están al mismo nivel. En este capítulo tenemos a un Carlos que poco a poco se levanta y se agranda, que toma conciencia de su tragedia, que presiente su destino, que descubre el juego de su madre, que aparentemente se deja embaucar por ella, que lo quiere seguir porque lo que hace en realidad es toma las riendas del miso (cómo los mitos de La Antigüedad).

Pero incluso el mito ha de luchar contra algo muy fuerte: la sangre. La atracción que el no-padre ejerce sobre el no-hijo. Esa fuerza que ante nada se detiene y rompe cadenas de tenían cautivos sentimientos muy guardados y rehuidos y de que pronto revientan en el interior de un ser que busca desesperadamente “el reconocimiento del padre”, su aprobación. Que vive para esperar una señal, una leve mueca, un somero gesto y que de obtenerlo está dispuesto a renunciar a todo. Pero no lo obtiene. Carlos lleva sangre negra y eso, que no el incesto, es que lo que el Patriarca no está dispuesto a consentir (Como digno personaje de tragedia clásica, no será él quien ejecute el castigo. Buscará, y en su hijo legítimo, blanco, encontrará el brazo que lo ejecute). Estamos en el Sur. En fragmentos maravillosos veremos a Carlos dudar, esperar y desesperar, sufrir, luchar, odiar… en una palabra sentir.

Sin embargo después de cuatro años viviendo, como los héroes mitológicos, inmune a la muerte en medio del campo de una feroz batalla, Carlos cree sobrevivir al Sur al que sabe herido de muerte y está determinado a vivir, lo sabemos por la carta, a vivir para “para casarse con su hermana”, “para vengarse de su padre”, sinceramente aún no lo se, pero afirmo que Carlos Bon quería vivir. Pero no es, no era un ser mitológico, era un hombre. Y El Sur al morir se lo lleva con él. “Hombre maduro nacido antes de tiempo”. Carlos nació efectivamente antes de tiempo y perdió la batalla del Sur.

Pero el destino es caprichoso. “Pues te lo diré, (comenta Shreve al final de la novela a Quintín Compson) Pienso que, a la larga los Jaime Bond conquistarán el hemisferio occidental. Naturalmente, no lo veremos nosotros, y, a medida que avance hacia los polos, ellos se blanquearán otra vez, como los conejos y las aves para no contrastar tanto con la nieve. Pero seguirán siendo siempre Jaime Bond; y dentro de unos cuantos milenios yo, que te miro ahora, habré nacido también de las entrañas de los reyes africanos”. Es la sangre de Jaime Bon biznieto de Tomas Stupen la única que corre viva al final de la novela. Sangre si, sangre negra.

1 Comments:

Blogger Efímera said...

Pero, Peter, ¿qué haces tú en Nunca Jamás?¡Absalón, Absalón!, no es para niños.

2:12 p. m.  

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