EL POEMA NUMERO SETENTA Y UNO DE TRILCE: UNA EVOCACIÓN
Me reconociste. Dejaste atrás la cola de gente, bajo un sol de agua cristalina. Como tus ojos. Aniñados, sonriendo. Alargué la mano. Y grité tu nombre. Pero no moviste las tuyas, y grité otra vez. Y otra.
Un murmullo de tardes, de crepúsculos púrpuras, asomó en mi. Recuerdo que lloraba, y gritaba tu nombre. Porque no estabas respirando, y estabas de pie, sonriendo. Y entonces pude oírte. Tras la calma de tu rostro.
Cómo lo decías. Que no te irías nunca. Que nadie sabría que estabas en mi.
Un murmullo de tardes, de crepúsculos púrpuras, asomó en mi. Recuerdo que lloraba, y gritaba tu nombre. Porque no estabas respirando, y estabas de pie, sonriendo. Y entonces pude oírte. Tras la calma de tu rostro.
Cómo lo decías. Que no te irías nunca. Que nadie sabría que estabas en mi.
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