jueves, marzo 30, 2006

EL POEMA NUMERO SETENTA Y UNO DE TRILCE: UNA EVOCACIÓN

Me reconociste. Dejaste atrás la cola de gente, bajo un sol de agua cristalina. Como tus ojos. Aniñados, sonriendo. Alargué la mano. Y grité tu nombre. Pero no moviste las tuyas, y grité otra vez. Y otra.
Un murmullo de tardes, de crepúsculos púrpuras, asomó en mi. Recuerdo que lloraba, y gritaba tu nombre. Porque no estabas respirando, y estabas de pie, sonriendo. Y entonces pude oírte. Tras la calma de tu rostro.
Cómo lo decías. Que no te irías nunca. Que nadie sabría que estabas en mi.