TRILCE: EL POEMA NUMERO QUINCE
UNA EVOCACIÓN
Doblé el último jersey y pensé en un gran fuego. Lento, azulado como las sombras que envolvían el dormitorio. Arrasando la ventana que pintamos. Las cenefas de florecitas sobre el biombo del rincón. El gran telar de hilo sobre la cama. La música, los latidos. Las risas de agosto, escapando de la tarde, muriendo en el eco de otras risas a lo lejos. Tus ojos desaparecieron tras la puerta. Verdes y vacíos. Pensé como un camino abandonado. De álamos enclavados unos en otros. Frondosos, retirando la lluvia de la tierra. Un fuego que me impidiera volver. Tan denso que borrara las líneas de mi mano. Que borrara los libros, los bailes. Me preguntaste que si era verdad que me iba. Y te señalé, y no pude decirlo. Y tus pasos recorriendo el pasillo, también se convirtieron en sombras. Huecas. Huecas y desesperadas.
Doblé el último jersey y pensé en un gran fuego. Lento, azulado como las sombras que envolvían el dormitorio. Arrasando la ventana que pintamos. Las cenefas de florecitas sobre el biombo del rincón. El gran telar de hilo sobre la cama. La música, los latidos. Las risas de agosto, escapando de la tarde, muriendo en el eco de otras risas a lo lejos. Tus ojos desaparecieron tras la puerta. Verdes y vacíos. Pensé como un camino abandonado. De álamos enclavados unos en otros. Frondosos, retirando la lluvia de la tierra. Un fuego que me impidiera volver. Tan denso que borrara las líneas de mi mano. Que borrara los libros, los bailes. Me preguntaste que si era verdad que me iba. Y te señalé, y no pude decirlo. Y tus pasos recorriendo el pasillo, también se convirtieron en sombras. Huecas. Huecas y desesperadas.
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interesante
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