MIENTRAS AGONIZO W. Faulkner Addie Bundren:
Addie está agonizando. Su cuerpo es un saco de huesos, frágil. Su largo pelo pegado al rostro, postrada en la cama, inmóvil. Mientras su hija Dewey la sigue abanicando, para aliviar su sufrimiento. Mientras el serrucho de Cash se oye muy cerca. Fabricándole el ataúd exactamente como lo había pedido. Addie ha pedido otra cosa más, ser enterrada en Jefferson, de donde proceden sus antepasados. De todos los personajes de esta novela, Addie es el único que no “habla”. Sólo comunica al lector sus pensamientos una vez, a través del monólogo interior (Página 133, Alianza editorial). Un monólogo conmovedor, denso, sorprendente.
Addie es maestra; su cuerpo después de cinco partos, está muy castigado. Cocina muy bien... Pero lo que más le gusta del mundo es la soledad. Por la tarde, cuando termina su trabajo, en vez de irse a casa, desciende por la colina y se queda sentada junto al manantial. Allí puede pensar con tranquilidad, al lado del agua que fluye. El recuerdo de las palabras de su padre emergiendo con fuerza, “El sentido de la vida es prepararse para estar muerto”. Nos confiesa que cuando pega a los alumnos, siente que su sangre se señala con la de ellos para siempre. Que es algo, en sus vidas secretas y egoístas.
Aceptó a Anse de la misma forma. Sin amarle, y sin convicción de encontrar la felicidad. Viviendo atrapada, sin poder manejar su destino. Sin el consuelo de creer en Dios si quiera, ni en los preceptos morales que guían las vidas de sus vecinos y de la suya propia. Para Addie las palabras tampoco sirven para nada. No te acercan a los otros. Que no se corresponden con lo que nos tratan de decir. El que inventó la palabra orgullo o miedo, no sabía lo que era, que nunca lo había tenido. “Las palabras como arañas”(Página 135). Anse le había hablado de otra palabra, amor. Pero Addie ya está acostumbrada, es una palabra como todas las demás. “Sólo una forma de llenar una carencia”. Con la llegada de Cash al mundo, violan la soledad de Addie. Luego viene Darl, y Addie por las noches, mientras todos duermen, “Oigo la tierra que ahora es de mi sangre y de mi carne, y pienso: ¿Por qué Anse?.¿Por qué eres tú Anse?. Luego vino Jewel, con él “La salvaje sangre se amansó” (Página 139). Luego Dewey, Y luego Vardaman.
Mientras Addie agoniza, Cora, va a visitarla. Addie recuerda las palabras de su vecina, como solía decirle “ Lo mucho que le debía a sus hijos y a Anse y a Dios. Cómo rezaba por ella, porque era ciega para el pecado”. Pero Addie sólo recuerda las palabras de su padre, la vida es prepararse para estar muerto. Aunque también comprende que ni siquiera su padre sabía lo que quería decir.
Addie es un personaje algo más que obstinando, firme, alejado, rencoroso, dominante. Addie nos deja un legado de rebeldía. Un legado muy moderno: No concibe la maternidad como algo natural y lógico en la mujer. Una especie de obligación de felicidad. Y sorprende que Faulkner se haya metido en este pensamiento en los años treinta.
Addie nos deja una últimas palabras. Cora le pide que se arrodille y se ponga a rezar, pero Addie lo comprende. “Las personas para las que el pecado es sólo cuestión de palabras, la salvación es también sólo palabras”.(Página 140).
Addie es maestra; su cuerpo después de cinco partos, está muy castigado. Cocina muy bien... Pero lo que más le gusta del mundo es la soledad. Por la tarde, cuando termina su trabajo, en vez de irse a casa, desciende por la colina y se queda sentada junto al manantial. Allí puede pensar con tranquilidad, al lado del agua que fluye. El recuerdo de las palabras de su padre emergiendo con fuerza, “El sentido de la vida es prepararse para estar muerto”. Nos confiesa que cuando pega a los alumnos, siente que su sangre se señala con la de ellos para siempre. Que es algo, en sus vidas secretas y egoístas.
Aceptó a Anse de la misma forma. Sin amarle, y sin convicción de encontrar la felicidad. Viviendo atrapada, sin poder manejar su destino. Sin el consuelo de creer en Dios si quiera, ni en los preceptos morales que guían las vidas de sus vecinos y de la suya propia. Para Addie las palabras tampoco sirven para nada. No te acercan a los otros. Que no se corresponden con lo que nos tratan de decir. El que inventó la palabra orgullo o miedo, no sabía lo que era, que nunca lo había tenido. “Las palabras como arañas”(Página 135). Anse le había hablado de otra palabra, amor. Pero Addie ya está acostumbrada, es una palabra como todas las demás. “Sólo una forma de llenar una carencia”. Con la llegada de Cash al mundo, violan la soledad de Addie. Luego viene Darl, y Addie por las noches, mientras todos duermen, “Oigo la tierra que ahora es de mi sangre y de mi carne, y pienso: ¿Por qué Anse?.¿Por qué eres tú Anse?. Luego vino Jewel, con él “La salvaje sangre se amansó” (Página 139). Luego Dewey, Y luego Vardaman.
Mientras Addie agoniza, Cora, va a visitarla. Addie recuerda las palabras de su vecina, como solía decirle “ Lo mucho que le debía a sus hijos y a Anse y a Dios. Cómo rezaba por ella, porque era ciega para el pecado”. Pero Addie sólo recuerda las palabras de su padre, la vida es prepararse para estar muerto. Aunque también comprende que ni siquiera su padre sabía lo que quería decir.
Addie es un personaje algo más que obstinando, firme, alejado, rencoroso, dominante. Addie nos deja un legado de rebeldía. Un legado muy moderno: No concibe la maternidad como algo natural y lógico en la mujer. Una especie de obligación de felicidad. Y sorprende que Faulkner se haya metido en este pensamiento en los años treinta.
Addie nos deja una últimas palabras. Cora le pide que se arrodille y se ponga a rezar, pero Addie lo comprende. “Las personas para las que el pecado es sólo cuestión de palabras, la salvación es también sólo palabras”.(Página 140).
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