AQUÍ, POR FIN, DIREMOS ADIÓS A ANSE BUNDREN
No olvidé mi encargo, lo que debía hacer. Lo reconozco, me encuentro dividida entre lo que debo hacer, y lo que tengo que hacer: circunstancias. Prefiero lo que estoy haciendo (esto solo lo sabréis vosotras, cómplices de “El Mono Rojo”).
Mientras agonizo, de W. Faulkner:
Volvemos a esa tierra maldita anterior al “Ciento de Sutpen”.
Es una “novela coral”. Van hablando sucesivamente el uno del otro, todos los personajes que componen la familia Bundren: unos “White Trash” del sur de los Estados Unidos, en el condado de Yoknapatawpha. Blancos pobres aferrados a su trozo de tierra. Van contando la historia, sus historias, a retazos. Cincuenta y nueve monólogos, de los cuales cincuenta y tres son de los miembros de la familia Bundren. Solo en uno de ellos habla la agonizante Addie Bundren.
Dos de los hermanos Bundren nos llevan por el sendero: pasean entre algodonales hasta llegar a la casa, la madre muriendo, agonizando en su lecho y escuchando el sonido de la sierra, con prisa ya por salir de allí. El padre esperando en la puerta no se sabe qué.
La casa esta en lo alto de un pico, en el borde de un camino maldito. La madre agoniza mientras el hijo mayor termina la sepultura. De forma que se pueda cumplir el deseo de la moribunda: ser enterrada en tierra de sus antepasados, en Jefferson.
Para llegar allí tendrán que atravesar las aguas desencadenadas tras la crecida del río, y otras vicisitudes que irán contando todos y cada uno hasta llegar al final del camino. Tener que enterrar a un familiar va a suponer enfrentarse a los elementos: el agua y el fuego. El viaje iniciático, el cumplimiento de la promesa.
Cuando por fin escuchamos la voz de Anse, es para decir “Condenado camino”. El camino tiene la culpa de muchas cosas.
Anse Brunden en medio de una tierra dura, inhóspita, su propia tierra, su terreno. Anse espera la muerte de la que todavía es su mujer. El primer buitre. Ya no le sirve de nada esta compañera a la que él se empeñó en ir a buscar, una extranjera. Estamos en el campo, el mundo en donde un hijo son dos manos para trabajar la tierra. A Anse no pareció importarle mucho que Addie le fuera infiel, al fin y al cabo, tuvo otro varón, 2 brazos fuertes. Un hombre necesita una esposa que se ocupe de la cocina y de la casa, que le dé hijos, una hembra con quien aparearse llegada la noche. Addie ya no es de este mundo.
Me llamó la atención que alguien como Anse estuviera tan preocupado por su físico, todos girando en torno a su persona: que se ponga a comer estando aún caliente el cuerpo de Addie: su hija Dewey Dell le llama “viejo cubo de tripas come verduras”, observa como él se frota las rodillas, con la camisa seca, una camisa que no volverá a sudar nunca más. Su preocupación por los dientes que ya no tiene y que también hay que sustituir. Ya sabremos …
No nos dejemos despistar por ese aspecto de Anse, de pajarraco mojado, de perro viejo, de zapatones. Es un ser poco sociable, y de pocas palabras, sabe que no se desenvuelve bien fuera de su tierra. Ladrón de esposas de ciudad. Habla poco, también actúa poco, pero sabe hacer que los demás trabajen para él, a pesar de ello se queja, se auto compadece. Sus hijos trabajan para él: él manda, se queja y come. Nunca pide favores, pero es para no tener que devolverlos.
¿Ha querido a alguien? Ni un gesto, ni una caricia, ni una confidencia, ni siquiera les mira cuando les habla (4 veces se dice en la página 73). Anse es como la tierra, duro, seco, avaro, egoísta. Le fastidia la minusvalía del hijo mayor, Cash: ya no es bueno para trabajar la tierra, no entiende su dedicación a la carpintería, no dudará en quitarle sus ahorros también a él para poder concretar sus propósitos. No siente culpa, no es creyente. No llama al médico hasta que no hay nada que hacer.
En el camino azaroso se van dando a conocer todos y cada uno de los Brunden: Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell, y el pequeño Vardaman. Tamibén hablarán los vecinos, Cora y Vernon y las hijas… y otros personajes del camino y de la ciudad.
Salieron los cinco hijos y el padre llevando el ataúd, regresan sólo cuatro hijos.
En cuanto Anse logra que Addie descanse en paz, lejos de la casa, él se consigue una dentadura, va en busca de una sustituta para llevarse a casa, y de paso compra un gramófono que amenice las noches. Y vuelta a casa.
Mientras agonizo, de W. Faulkner:
Volvemos a esa tierra maldita anterior al “Ciento de Sutpen”.
Es una “novela coral”. Van hablando sucesivamente el uno del otro, todos los personajes que componen la familia Bundren: unos “White Trash” del sur de los Estados Unidos, en el condado de Yoknapatawpha. Blancos pobres aferrados a su trozo de tierra. Van contando la historia, sus historias, a retazos. Cincuenta y nueve monólogos, de los cuales cincuenta y tres son de los miembros de la familia Bundren. Solo en uno de ellos habla la agonizante Addie Bundren.
Dos de los hermanos Bundren nos llevan por el sendero: pasean entre algodonales hasta llegar a la casa, la madre muriendo, agonizando en su lecho y escuchando el sonido de la sierra, con prisa ya por salir de allí. El padre esperando en la puerta no se sabe qué.
La casa esta en lo alto de un pico, en el borde de un camino maldito. La madre agoniza mientras el hijo mayor termina la sepultura. De forma que se pueda cumplir el deseo de la moribunda: ser enterrada en tierra de sus antepasados, en Jefferson.
Para llegar allí tendrán que atravesar las aguas desencadenadas tras la crecida del río, y otras vicisitudes que irán contando todos y cada uno hasta llegar al final del camino. Tener que enterrar a un familiar va a suponer enfrentarse a los elementos: el agua y el fuego. El viaje iniciático, el cumplimiento de la promesa.
Cuando por fin escuchamos la voz de Anse, es para decir “Condenado camino”. El camino tiene la culpa de muchas cosas.
Anse Brunden en medio de una tierra dura, inhóspita, su propia tierra, su terreno. Anse espera la muerte de la que todavía es su mujer. El primer buitre. Ya no le sirve de nada esta compañera a la que él se empeñó en ir a buscar, una extranjera. Estamos en el campo, el mundo en donde un hijo son dos manos para trabajar la tierra. A Anse no pareció importarle mucho que Addie le fuera infiel, al fin y al cabo, tuvo otro varón, 2 brazos fuertes. Un hombre necesita una esposa que se ocupe de la cocina y de la casa, que le dé hijos, una hembra con quien aparearse llegada la noche. Addie ya no es de este mundo.
Me llamó la atención que alguien como Anse estuviera tan preocupado por su físico, todos girando en torno a su persona: que se ponga a comer estando aún caliente el cuerpo de Addie: su hija Dewey Dell le llama “viejo cubo de tripas come verduras”, observa como él se frota las rodillas, con la camisa seca, una camisa que no volverá a sudar nunca más. Su preocupación por los dientes que ya no tiene y que también hay que sustituir. Ya sabremos …
No nos dejemos despistar por ese aspecto de Anse, de pajarraco mojado, de perro viejo, de zapatones. Es un ser poco sociable, y de pocas palabras, sabe que no se desenvuelve bien fuera de su tierra. Ladrón de esposas de ciudad. Habla poco, también actúa poco, pero sabe hacer que los demás trabajen para él, a pesar de ello se queja, se auto compadece. Sus hijos trabajan para él: él manda, se queja y come. Nunca pide favores, pero es para no tener que devolverlos.
¿Ha querido a alguien? Ni un gesto, ni una caricia, ni una confidencia, ni siquiera les mira cuando les habla (4 veces se dice en la página 73). Anse es como la tierra, duro, seco, avaro, egoísta. Le fastidia la minusvalía del hijo mayor, Cash: ya no es bueno para trabajar la tierra, no entiende su dedicación a la carpintería, no dudará en quitarle sus ahorros también a él para poder concretar sus propósitos. No siente culpa, no es creyente. No llama al médico hasta que no hay nada que hacer.
En el camino azaroso se van dando a conocer todos y cada uno de los Brunden: Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell, y el pequeño Vardaman. Tamibén hablarán los vecinos, Cora y Vernon y las hijas… y otros personajes del camino y de la ciudad.
Salieron los cinco hijos y el padre llevando el ataúd, regresan sólo cuatro hijos.
En cuanto Anse logra que Addie descanse en paz, lejos de la casa, él se consigue una dentadura, va en busca de una sustituta para llevarse a casa, y de paso compra un gramófono que amenice las noches. Y vuelta a casa.
1 Comments:
De complicidades. Letras, palabras, frases y oximorones tejen la amistad. Gracias, en nombre de todas, por tu trabajo con Mientras agonizo, de William Faulkner.
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