sábado, abril 01, 2006

Seguimos con la Tragedia

Aristóteles dedica a la tragedia gran parte de su Poética refiriéndose a ella como imitación de acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en un lenguaje que tiene ritmo, armonía y canto. Asimismo afirma que sus partes constan de pasajes en verso recitado o cantado y en ella actúan sobre escena los personajes, no mediante relato; su función es que por medio de la compasión (sympatía) y el temor se lleve a cabo la purgación o purificación (catarsis) de tales pasiones o afecciones. [1449B,24]. Tanto la tragedia como la comedia se llaman dramas porque imitan personas que la obran. [1449B,10].
También Aristóteles ofrece noticias del orígen del teatro (Poética 1449b, 10): nació de las improvisaciones de los que entonaban el ditirambo y a través del tiempo sufrió muchas transformaciones hasta que la tragedia se detuvo alcanzado su propia naturaleza [1449B,15].
La tragedia clásica debía cumplir tres condiciones: poseer personajes de elevada condición social (héroes, reyes, dioses), estar contada en un lenguaje elevado y digno y terminar tristemente, con la destrucción o locura de uno o varios personajes sacrificados por su hibris u orgullo al rebelarse contra las leyes del destino.
El helenista ilustrado español Pedro Estala afirmó en su Discurso sobre la tragedia que su origen estaba asociado al régimen democrático de la ciudad de Atenas y de ahí que la mayoría de los personajes de la tragedia fueran reyes y tiranos, cuyos defectos y soberbia eran castigados al final. Por ello cuando el régimen democrático de Atenas languideció la tragedia desapareció con él.
Los grandes trágicos griegos fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides, entre muchos otros de menor importancia y trascendencia. La tragedia resurgió con fuerza durante el Renacimiento y el Barroco, destacando en el género los ingleses Christopher Marlowe, William Shakespeare y John Webster, el castellano Pedro Calderón de la Barca y los franceses Pierre Corneille y Jean Racine.