lunes, abril 17, 2006

El irlandés desempleado

"Murphy" es, entre otras cosas, una de las primeras novelas sobre la vida de un inmigrante en Gran Bretaña. Allá en Foxrock, a Beckett podían haberlo tratado como a un joven pituco, "un adinerado ocioso e inútil", pero en Londres era sólo otro irlandés desempleado. Su novela es un desafío a la típica imagen inglesa del irlandés escénico, a través de capítulos alternos que enfrentan la compleja autoimagen psicológica de Murphy a la opinión social generalizada, que lo ve como un idiota y un payaso. En un punto, cuando sus editores londinenses estaban tratando de eliminar algunos de los capítulos más abstractos, Beckett bromeó irónicamente diciendo que aceptaba reducir el libro hasta que sólo quedara el título, si eso ayudaba. Murphy, con el sobrenombre más común en Irlanda, es "las ruinas de las ruinas del muchacho notable", esto es, la versión final y explotada del Paddy escénico. Es lógico, por lo tanto, que en su testamento pida que sus cenizas sean colocadas en una bolsa de papel "y llevadas al Abbey Theatre, Lr. Abbey Street, Dublín, e introducidas sin demora en lo que el gran y buen Lord Chesterfield llama la casa necesaria, donde pasaron sus horas más felices, a la derecha cuando uno baja a la platea, y deseo que la cadena se tire entonces sobre ellas, si es posible durante la representación de una obra, ejecutándose todo sin ceremonia ni muestras de pesar". (Los irreverentes notarán que no se desprende claramente de la sintaxis si las horas más felices fueron pasadas en el baño o en el auditorio.)El teatro nacional había sido fundado para demostrar que Irlanda no era el hogar de la bufonería sino de un antiguo idealismo. Por lo tanto, el testamento es el pedido absolutamente apropiado de alguien que trató por todos los medios de demostrar que, aunque muchos ingleses pudieran ver en Paddy a un imbécil redomado, el verdadero problema del irlandés era que tenía una mentalidad propia sin la capacidad de controlarla siempre. Es brutalmente irónico que, en el caso, las cenizas de Murphy hallaran su lugar de descanso no en el Abbey sino en un pub de Londres, uno de los sitios en donde se describía al irlandés escénico en los espectáculos de variedades del siglo diecinueve.En "Murphy", como en todas las obras de Beckett, la comedia deriva de su situación de "sapo de otro pozo", de la discrepancia entre lo que el lector, como intelectual sofisticado y dominado por la angustia, sabe de él, y la actitud inglesa común de "burla teñida de desprecio" con que es recibido al presentarse para un trabajo como un muchacho listo:"No es muy listo", dijo el tendero, "le falta mucho para ser listo"."Tampoco es un muchacho", dijo el baño semiprivado del tendero, "en mi opinión, no lo es.""A mí no me parece exactamente humano", dijo el producto de desecho más viejo del tendero, "no exactamente."Murphy, se nos dice enseguida, está muy familiarizado con esa actitud como para cometer la torpeza adicional de tratar de acabar con ella, porque sabe que no tiene ningún sentido irrumpir en el sistema cerrado que es el estereotipo inglés del irlandesismo. De hecho, todo el libro describe un mundo que se basa en sistemas cerrados. La misma mente de Murphy es una entidad cerrada, impenetrable para los demás, incluida su amante; y la división mente/cuerpo registrada en el texto simplemente lleva a su máxima expresión el distanciamiento del emigrante con respecto a la sociedad receptora. Murphy, todo mente, ama a Celia, todo cuerpo, la mujer cuyas estadísticas vitales incluyen un rostro que combina los colores de la bandera nacional irlandesa:Ojos - Verde. Complexión - Blanco. Cabello - Amarillo.
También ella había dejado Irlanda, pero a la temprana edad de cuatro años, y la descripción meramente física denota que se mantiene trabajando de prostituta. Allá en Dublín, los distritos rojos habían sido proscritos y cerrados; en la Irlanda oficial no existían prostitutas. De hecho, para la década de 1930 muchas habían partido a Londres. Murphy, que desea curar de su "deplorable susceptibilidad" a Celia, no puede hacerlo; y ella, que le profesa amor, ama sinceramente la imagen ideal de sí misma que ve reflejada en los ojos de él, la imagen de una prostituta convertida en una respetable ama de casa.Como narrativa, Murphy es en todo momento ferozmente hostil con el revivalismo irlandés, sea su blanco la iconografía gaélica o Candle of Vision (leído en la cama por la apropiadamente llamada Miss Carridge), de George Russell; pero sigue siendo leal a un conjunto más profundo de tradiciones literarias. En ella puede verse una mezcla wildeana de elegancia y desesperación ("Salvaste mi vida... Ahora alíviala"), así como un sentido joyceano de la burla ("El gas. ¿Podría convertir a un neurótico en un psicótico? No. Sólo Dios podría hacer eso"). Sin embargo, en última instancia, ese ingenio y esos juegos de palabras debilitan el ataque al irlandesismo escénico: al final, el diagnóstico no parece sino una versión de la enfermedad. Dylan Thomas estuvo sumamente acertado, además de muy gracioso, cuando llamó al libro una extraña mezcla de Sodoma y Begorrah, aunque, si no fuera por el juego de palabras buscado, podría haber puesto el segundo término en primer lugar. Sin duda, ser un bufón en la corte londinense de su amo no era el rol apropiado para un escritor consagrado a explorar el vacío.