miércoles, diciembre 14, 2005

Mujer lenta

Siempre pensé que una debía levantarse de la cama de un salto, para enfrentarse al mundo como las chicas del Cirque du Soleil. Pero ayer, el dueño del circo cosió mi camisón a las sábanas y cuando intentaba erguirme caí de golpe sobre el colchón. El impacto me dejó maltrechos los músculos, huesos y articulaciones y comencé a temblar. Con los ojos fijos en el techo, pasé revista a mi anatomía y cuando ya daba gracias al dueño del circo por no haberme convertido en Gregorio Samsa, un agüilla se escurrió por dentro de mi nariz y para no ser menos mi garganta emitió un sonido desgarrador. Cuando la columna de mercurio llegaba a los 38 cerré los ojos para conjurar la subida. El sonido del teléfono me despertó de un sopor volcánico y a medida que Joaquín Pérez-Minguez me contaba su viaje a Asturias y que ya había entrado en el blog, su voz amiga me reconfortaba de los dolores musculares que reaparecían de nuevo. Hablamos de la exposición fotográfica de su hermano Pablo, del libro de relatos que publicaban unas compañeras - finalista de la Sonrisa Vertical- y de Hombre lento, de Coetzee. No me di cuenta que tiritaba hasta después de colgar. Me arrastré hasta el armario de las medicinas y con gran esfuerzo ingerí un Gelocatil 650mg que me había recomendado Pérez-Minguez. Antes de regresar al dormitorio revolví los anaqueles hasta que la Poesía completa de Luis Cernuda apareció debajo de Utopía y desencanto, de Magris. Si el dueño del circo había decidido que mi hora había llegado, el poeta y su Ocnos serían mis compañeros de viaje.

Hoy: el salto ha sido pequeño, pero mientras me vestía ya añoraba los versos, la voz del amigo y la sopa que anoche me preparó Georg por tener la gripe.