martes, julio 08, 2008

Kafka 125

La editorial Nórdica Libros lanza la colección Ilustrados, en la que reedita clásicos literarios acompañados con ilustraciones de artistas internacionales. La colección destaca principalmente por un formato muy cuidado: Tamaño de 19,6 x 26 cm, impresos sobre papel Munken Pure de 130 gramos y encuadernación en cartoné recubierto de tela con sobrecubierta; un formato de lujo que reivindica el libro como objeto de fetiche, que invita al disfrute de una lectura reposada, a reconquistar ese rincón de casa que teníamos olvidado, justo ahora cuando, casi sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrando a leer novelas frente al ordenador, en el metro o en la cola de cualquier mercado. Y con más razón, cuando no son pocos los que profetizan sobre el final del libro como formato a manos del e-book y otros artefactos similares.

Redacción Actualidad Literaria

Por Jorge García Santos

Entre los títulos publicados en esta colección hasta la fecha podemos encontrar “Lenz”, de Georg Bürner, “El festín de Babette” de Isak Dinesen, “Sin contar” de W.G. Sebald, “Las flores del mal” de Charles Baudelaire, “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville y la recientemente aparecida “El Proceso” de Franz Kafka, con ilustraciones del diseñador gráfico alemán Bengt Fosshag.

A través de frases sueltas extraídas de la propia novela, Fosshag complementa con acierto el universo kafkiano, confiriendo a través de sus dibujos un lugar distinto, ese lugar donde lo fantástico se inmiscuye en la realidad hasta convertirse en la realidad misma. Desde un origen similar, un estilo marcadamente expresionista, los dibujos de Fosshag se alejan de otras referencias visuales kafkianas: la más evidente, la versión que Orson Wells llevara al cine en 1962. Mientras que Wells trabajó a Kafka desde lo oscuro e inaccesible, con edificios vastos y terribles sumidos en un juego de sombras y claroscuros propio del cine expresionista alemán, Fosshag prefiere trabajar lo kafkiano desde una variedad mayor de colores, sin atender a escenarios (la mayoría de los fondos son blancos), desde lo imposible, lo onírico y, en ocasiones, hasta lo humorístico.

Para esta nueva edición, Nórdica Libros mantiene la traducción de Miguel Sáenz (traductor entre muchos otros de Thomas Bernhard o Günter Grass), incluida en las obras completas de Kafka publicadas por Galaxia Gutenberg, y que sigue las directrices establecidas por la edición en alemán, la llamada Kritische Ausgabe, Schriften, Tagebücher, Briefe, publicada en Frankfurt am Main por la editorial S. Fischer en 1982 y que, tras un estudio detallado de la obra de Kafka, aleja a “El Proceso” de la ordenación de capítulos de la propuesta que hiciera en su día Max Brod, el amigo y editor de Kafka. Así, al final de esta nueva edición, se recogen diversos fragmentos que se consideran descartados por el propio autor, y que sin embargo sí se insertaban, tanto en la edición de Brod como en las traducciones y publicaciones derivadas de ésta.

A Kafka se le considera, junto con J. Joyce y M. Proust, el escritor más influyente del S. XX, y probablemente sea uno sobre los que más se haya escrito a los márgenes de sus páginas. Tal vez por esa razón, George Steiner, en su ensayo “Notas sobre El Proceso de Kafka”, asegura que ”no es plausible decir algo nuevo sobre Kafka”. Y probablemente tenga razón. El simbolismo de sus obras ha sido analizado bajo todos los prismas posibles: marxismo, anarquismo, judaísmo y Dios, apocalípticos de la modernidad; como también innumerables han sido las corrientes de toda condición que han utilizado sus alegorías para ilustrar sus propios postulados.

Albergara o no esas pretensiones que otros pretenden imponerle, lo único cierto es que Kafka se limitó a mostrar con un rigor sin precedentes la condición del ser humano del S. XX, hasta el punto de elevar el absurdo a la categoría de valor universal. La obra de Kafka tiene vigencia porque nadie hasta ahora ha sabido como él representar la desdicha más insondable de la sociedad contemporánea. Lo que su escritura tenga de profecía o de simple realismo descarnado, poco importa. Por eso, tal vez lo más recomendable sea acercarse al escritor checo, y a “El Proceso” ( junto con “La Metamorfosis” su obra más desabrida y mejor cerrada), desde una mirada libre de prejuicios, de ideas preconcebidas, desde la humildad y sinceridad de un escritor que no pretende mostrar nada que el ser humano de su tiempo (y aún del nuestro) no intuya ya por sí mismo.

Concretamente en “El Proceso”, Josef K. es detenido, juzgado y condenado no se sabe por qué razón, por un tribunal del que tampoco se sabe muy bien quién es ni a quién representa. “Esas niñas también forman parte del tribunal. Todo forma parte del tribunal”, asegura a K el pintor Titorelli. Poco importa el quién ni el por qué. En el universo de Kafka, las preguntas principales tienden a desvanecerse hasta formar una cortina de humo que sobrevuela la realidad hasta hacerla inescrutable. Lo inverosímil pasa a ser algo aceptado tanto para Joseph K. como para el lector, que acaba por ver un reflejo, real y grotesco al mismo tiempo, de su propia existencia.

Pero no es cierta la imagen de pesimismo y oscuridad que de Kafka se tiene. Es cierto que no hay esperanza: “Comenzar un proceso es haberlo perdido ya”. Sin embargo, como recuerda Walter Benjamin “puede que sea precisamente esa desesperanza la que concede belleza únicamente a esas criaturas kafkianas”. Y es que existe belleza y luz en personajes como K. La belleza de la respuesta al estupor, la luz que emana de la dignidad de la lucha inútil ante lo incomprensible y monstruoso: “Me he esforzado (en mi proceso) todo lo posible, hasta ahora sin resultado…”, dice K en la catedral, “…sin embargo, no soy culpable”. Pero también existe belleza, una belleza primitiva y animal, representada en los instintos que K demuestra al preferir entregarse a los brazos de Leni, la secretaria de su abogado, antes que escuchar las absurdas y laberínticas disquisiciones que supuestamente le ayudarán en su causa. Y esa es la razón que lleva al lector a identificarse siempre con K: Le entiende, pero también a su pesar le condena, porque también el lector forma, y lo sabe, parte del tribunal de alguna manera. Es cierto que preferimos ser K antes que los funcionarios del tribunal; ¿Pero acaso no somos ambas cosas? Ahí está por ejemplo el ujier de las oficinas del juzgado al que un estudiante rapta sistemáticamente a su mujer para llevársela al juez: “Siempre me la quitan. Hoy es domingo, pero solo para alejarme de aquí me envían a hacer cualquier notificación inútil... si no dependiera de mi puesto hace tiempo que hubiera estrellado a ese estudiante contra la pared”. Y es que “El Proceso”, y ahí reside parte de lo terrorífico, no es posible leerlo sin al menos media sonrisa en los labios. ¿Cómo si no encajar que los jueces encargados de condenar a K tienen revistas pornográficas en lugar de libros de leyes encima de sus mesas?

En definitiva, leer a Kafka supone para el lector asumir que lo inverosímil inserto en la realidad crea una realidad aún más cruda, más descarnada, más reconocible. No hay lógica ni verdad, o al menos, si la hay, nos encontramos muy lejos de poder comprenderla. Y es que, como dice Jordi LLovet en el prólogo a las obras completas de Kafka “aventurarse a su lectura supone aceptar que la vacilación y la incertidumbre son el emblema de nuestro destino”.

Quizás Steiner acertara al decir que no se puede decir nada nuevo sobre Kafka. Pero resulta inevitable, necesario, incluso kafkiano, que aún hoy necesitemos seguir caminando en círculos en torno a su obra sin que, como le sucede a Josef K., consigamos nunca comprender sus razones.


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