martes, septiembre 18, 2007

EN LA COLUMNA DE UMBRAL/20 (17/09/2007)

Al morir Umbral incurrió en un último descuido: olvido el óbolo que hay que pagar a Caronte para cruzar las negras aguas de la laguna Estigia.
Quedó el escritor en la desolada ribera, observando el trasiego de una a otra orilla. Estaba sentado en un banco de piedra, cuando una persona de aspecto común se le acercó y le preguntó el día y la hora de su muerte.
Umbral encogió los hombros y respondió que no se podía acordar, aunque tenía la vaga impresión de haber hecho un comentario sobre “las uvas doradas” al igual que Goethe había pedido "más luz" en el momento postrero.
Los reflejos de una claridad mortecina sobre la oscuridad de las aguas y la húmeda niebla que envolvía el paisaje daban a aquel lugar un aspecto irreal, como si se tratara de un sueño.
Umbral pensó que tal vez estaba a punto de despertar de una pesadilla cuando aquel desconocido que le resultaba familiar le preguntó por un primer amor de adolescencia que había quedado sepultado en su mente.
- ¿Cómo sabes algo que incluso yo había olvidado hace muchos años?, le inquirió el escritor
- Lo sé todo de ti puesto que la muerte levanta cualquier secreto humano.
Umbral le preguntó entonces cómo se llamaba aquel primer amor y el desconocido pronunció inmediatamente el nombre correcto. Tuvo conciencia en ese instante de que no estaba viviendo un sueño ni estaba leyendo un cuento de Borges sino que había muerto y se hallaba en una angustiosa tierra de nadie, que no pertenece al mas allá ni al más acá
Umbral quiso tener noticias del mundo viviente, pero aquel hombre eludió satisfacer su curiosidad, señalando que no puede haber contactos entre la región Estigia y el reino terrenal. El escritor se sumió en una profunda sensación de soledad y pensó que tal vez el infierno consiste en permanecer en aquel estado de incertidumbre.
Caronte volvía ya de la otra orilla con su barca vacía mientras un grupo de personal esperaba en el frágil embarcadero, azotado por una furiosa ventolera.
El desconocido sonrió por primera vez, se acercó y pidió a Umbral que mirar bien en sus bolsillos. Este metió la mano en el pantalón y encontró por sorpresa una pequeña moneda oxidada.
- Esto bastará para pasar al otro lado.
Umbral se levantó y se dirigió a la barca, que realizaba la maniobra para atracar en aquel viejo muelle de tablones. Toda su vida pasó por su mente en un segundo y tuvo conciencia de que la literatura es una forma de inmortalidad.
Sintió una repentina euforia al subir a la barca y entregar el óbolo a un Caronte que enfilaba la proa hacia la otra ribera mientras arreciaba la tempestad. La lluvia le azotaba la cara y se mezclaba con sus lágrimas. Añoraba el sonido de las teclas de la máquina de escribir, la luz del amanecer, el olor del café, la tersura de las páginas de los periódicos… Había tocado esas “uvas doradas” con la punta de los dedos pero se le habían escapado para siempre.
La barca, velozmente impulsada por los vientos, alcanzaba ya la orilla cuando el corazón de Mural dio un vuelco al reconocer al niño que le aguardaba a unos pocos metros. Saltó ágilmente por estribor y se fundió en un abrazo con su hijo.

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2 Comments:

Blogger Unknown said...

Estoy aqui tratando de escribir algo, de momento me encuentro con tu lectura la cual me ha puesto a pensar en mi pasado...
Gracias

2:43 a. m.  
Blogger :-[ said...

¿Quien es Gladys?

12:18 p. m.  

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