Crear universos
Ayer le comenté a Palimpsestos que La casa verde a ratos me parecía azulina, pero no. ¿Por qué complica lo fácil Vargas Llosa en esta novela?, me había preguntado desde que empecé a leerla. Los recursos son brillantes, ingeniosos, pero ¿necesita jugar con el lector alguien como él? Ya que la historia es un relato lineal, en el sentido clásico de causal, es decir, de que lo que ocurre en el pasado tiene efectos inevitables en el presente, ¿por qué no escribirla en orden cronológico, o, por lo menos, con analepsis nítidas y fácilmente reconocibles como tales? Releí un breve fragmento de una conversación entre Fushía y Aquilino y vi que todo estaba meditado y bien preconcebido para economizar, crear un efecto de sincronía y dar a conocer el objeto entero.
-Selva adentro la Lalita valía su peso en oro –dijo Fushía-. ¿No te he dicho que era bonita entonces? A cualquiera lo tentaba.
-Su peso en oro –dijo Aquilino-. Como si hubieras pensado hacer negocio con ella.
-Hice un buen negocio con ella –dijo Fushía-. ¿Nunca te contó esa puta? El perro de Reátegui no me lo habrá perdonado nunca, seguro. Fue mi venganza de él.
-Y una noche no vino, ni la siguiente, y después llegó una carta de ella –dijo la mujer-. Diciéndome que se iba al extranjero con el japonés, y que se casarían. Le he traído la carta, doctor.
-Yo la guardaré, démela –dijo el doctor Portillo-. ¿Y por qué no dio parte a la policía de que se había fugado su hija, señora?
-Yo creí que era cosa del amor, doctor –dijo la mujer-. Que él sería casado y que por eso se escapó con mi hija. Sólo unos días después salió en el periódico que el japonés era un bandido.
-¿Cuánto dinero le mandó Lalita en su carta? –dijo el doctor.
-Mucho más de lo que valían juntas esas dos perras –dijo Fushía-. Mil soles.
-Doscientos soles, fíjese qué mezquindad, doctorcito –dijo la mujer-. Pero ya me los gasté, pagando deudas.
Fushía está hablando con Aquilino en presente. Podría habérselo contado directamente o mediante un breve flash-back, sin necesidad de que el autor intercalase ese diálogo, al que Fushía no ha asistido, entre la madre de Lalita y el doctor. Pero al no intervenir este narrador omnisciente que se introduce súbitamente en el diálogo con otro diálogo; no sería posible dar esa información, ya que Sushía no podría saber lo que ha ocurrido cuando se marchó él. Se yuxtaponen así con gran economía dos situaciones que se complementan sin necesidad de alejarlas físicamente en el contexto de la novela, para dar el punto de vista de tres personas distintas, alejadas espacial y temporalmente. Mediante este recurso se construye el objeto visto por todas partes casi a la vez. La realidad objetual frente a la objetiva. Como en la pintura cubista, que trata de desplegar todas las caras del modelo, sin que ninguna quede oculta a los ojos del espectador, frente a la pintura figurativa, que sólo puede presentar el lado que vemos. Sin embargo, ¿cuál nos parece más real, comprensible y evocadora a pesar de todo? ¿Goya o Picasso? La palabra es distinta de la pintura, pero a veces, el recurso lingüístico, por su propia originalidad y potencia, también puede desdibujar la explosión de la escena, que queda ahí flotando. Cada artista elige los medios para construir el universo que ha elegido y seguramente La Casa Verde no sería un mundo volátil y casi mítico sin este estilo entreverado, barroco y preciso.
-Selva adentro la Lalita valía su peso en oro –dijo Fushía-. ¿No te he dicho que era bonita entonces? A cualquiera lo tentaba.
-Su peso en oro –dijo Aquilino-. Como si hubieras pensado hacer negocio con ella.
-Hice un buen negocio con ella –dijo Fushía-. ¿Nunca te contó esa puta? El perro de Reátegui no me lo habrá perdonado nunca, seguro. Fue mi venganza de él.
-Y una noche no vino, ni la siguiente, y después llegó una carta de ella –dijo la mujer-. Diciéndome que se iba al extranjero con el japonés, y que se casarían. Le he traído la carta, doctor.
-Yo la guardaré, démela –dijo el doctor Portillo-. ¿Y por qué no dio parte a la policía de que se había fugado su hija, señora?
-Yo creí que era cosa del amor, doctor –dijo la mujer-. Que él sería casado y que por eso se escapó con mi hija. Sólo unos días después salió en el periódico que el japonés era un bandido.
-¿Cuánto dinero le mandó Lalita en su carta? –dijo el doctor.
-Mucho más de lo que valían juntas esas dos perras –dijo Fushía-. Mil soles.
-Doscientos soles, fíjese qué mezquindad, doctorcito –dijo la mujer-. Pero ya me los gasté, pagando deudas.
Fushía está hablando con Aquilino en presente. Podría habérselo contado directamente o mediante un breve flash-back, sin necesidad de que el autor intercalase ese diálogo, al que Fushía no ha asistido, entre la madre de Lalita y el doctor. Pero al no intervenir este narrador omnisciente que se introduce súbitamente en el diálogo con otro diálogo; no sería posible dar esa información, ya que Sushía no podría saber lo que ha ocurrido cuando se marchó él. Se yuxtaponen así con gran economía dos situaciones que se complementan sin necesidad de alejarlas físicamente en el contexto de la novela, para dar el punto de vista de tres personas distintas, alejadas espacial y temporalmente. Mediante este recurso se construye el objeto visto por todas partes casi a la vez. La realidad objetual frente a la objetiva. Como en la pintura cubista, que trata de desplegar todas las caras del modelo, sin que ninguna quede oculta a los ojos del espectador, frente a la pintura figurativa, que sólo puede presentar el lado que vemos. Sin embargo, ¿cuál nos parece más real, comprensible y evocadora a pesar de todo? ¿Goya o Picasso? La palabra es distinta de la pintura, pero a veces, el recurso lingüístico, por su propia originalidad y potencia, también puede desdibujar la explosión de la escena, que queda ahí flotando. Cada artista elige los medios para construir el universo que ha elegido y seguramente La Casa Verde no sería un mundo volátil y casi mítico sin este estilo entreverado, barroco y preciso.
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