Voi che sapete
Entre capanahuas, chontas y chambitas el viento guerrero de marzo me ha enviado fugazmente al chulla-chaqui, que es un ángel cojo, como todos los ángeles de occidente, tengan o no buenas intenciones. Tras su visita me fui a la calle a tan veloz trote como el huracán de la tarde porque tenía que encontrar el cuento de Capote sobre la niña de trenzas plateadas. Seguramente me habíais dicho el título pero lo había olvidado. El cajero automático se estropeó justo antes de darme el dinero, un aventado se saltó el disco en la Castellana y ya con esto más la visita del chulla-chaqui me malicié lo peor, pero lo encontré en la primera librería. Truman Capote, Cuentos completos. Miriam, ese era, ahora me acordaba. Una señora de canas desvencijadas entró como si la hubiese conjurado el nombre. Quiero ese abrigo de zorro del escaparate, dijo. Una dependienta muy joven abrió la boca varias veces. Aquí no hay ningún abrig. Shht. La librera jefa le hizo un gesto de silencio y sonrió a la señora que miraba cada vez más torvamente al escaparate lleno de libros. No podemos venderle el abrigo, señora, es de muestra y no está a la venta. No, no; usted no entiende nada. Ese abrigo es mío. Me lo han robado de una fábrica de pieles que tenía yo y quiero que me lo devuelvan. Incluso la avezada vendedora se desconcierta sólo un momento. Ya lo he visto en varias tiendas, ¿sabe? Lo van cambiando de una a otra porque se creen que así me van a engañar. Emite unos gruñidos como de Bonifacia cuando habla en pagano. Bien, señora, lo consultaré con el encargado mañana. Silencio inmóvil. A la señora se le quedan los ojos como de muñeca muerta y luego se va sin más. Alivio y suspiros. No me extraña, no se crea, aquí vemos de todo. Es la soledad y tanta locura de mundo. Antes la gente se reunía en el patio o en la plaza; ahora ya ve usted. De regreso a casa la pantalla de un enorme televisor muestra a un grupo de mujeres sentadas en torno a una presentadora con demasiada melena rubia; todas parecen hablar a la vez, quitarse la palabra. No las oigo; el escaparate me separa del ruido. El sucedáneo virtual del patio de corrala. Yo tengo Miriam. Qué concisión en medio de La casa verde. Hacía tiempo que no leía relatos breves y recuerdo ahora los de Julio Cortázar, los de Faulkner. Marzo antes era para leer novelas épicas o de grandes pasiones, Los Thibault, Contrapunto, Cumbres borrascosas. Pero me paso la tarde con Miriam. Eso es el relato, un hiato leve, quizás una sola frase; ese instante vertiginoso y lleno de interrogantes que nos sacude cuando se va la luz de repente; cuando se para el viento de marzo a una hora incierta de la noche o cuando una señora de ojos vacíos hace temblar la realidad en una librería después de la visita del chulla-chaqui.
1 Comments:
Querida Rosa-Rosina Condesa de Almaviva, ¿escuchabas a Mozart leyendo Myriam o se ha escapado algo? No veo al chulla-chaqui cantando, más bien lo imagino como un Fausto transfigurado por la magia de MVLL, rondando los alrededores de donde estoy hoy; yo no le llamé, te lo aseguro, aún me rondan las preguntas, dudas no del todo despejadas al terminar ¡por fin! La Casa Verde, o será que me he quedado colgada de una lupuna, cual selvática descolocada.
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