lunes, junio 05, 2006

Las mentiras de Ramales

En el contraluz de la plaza Joaquín y José hablaban. Nos habían convocado Las mentiras de la noche, de Gesualdo Bufalino. No sé si ellos hablaban de la novela o de fútbol. Me acerqué con sigilo para sorprenderlos, pero me vieron y se levantaron caballerosos. Hoy, solo tomaré agua, le dije a la camarera, he comenzado la operación biquini. Ella, una joven india ecuatoriana, me trató con la condescendencia que los locos se merecen. En fin, que la botella vino acompañada de un cesto de patatas fritas. A cada instante surgían turistas desde las esquinas sin verdura ni sembrados arrietes. Creo haber oído siete campanadas en San Ginés.
Adla apareció con un traje de pantalón negro que le daba un aire de artista del uppereastside. Regresaba de Berlín y cuando iba a comenzar a narrarnos su viaje, la sombrilla que protegía nuestra mesa nos arrojó una varilla como una lanza romana de los restos arqueológicos que se entierran en las entrañas de la plaza, una plaza sin flores ni niños. Sara, le pidió a la camarera que se llevara, por favor, el parasol mortífero y después, como una golondrina traviesa, trinó sin parar: el título es lo primero que debemos analizar. Entonces nos trajeron cervezas y más patatas fritas.
Las mentiras ( Le menzogne), nos alertan que lo relatado no va ser cierto.La noche, la oscuridad, donde habitamos los seres humanos porque todo es mentira. La muerte. Adla escuchaba con paciencia mientras le daba el libro de Dezso Kosztolányi, Alondra, a Sara, quién se lo había encargado por consejo de Efervescente. En San Ginés sonaba la media y la historia no contada de Adla sobre Berlín fue un misterio que se apoderó de todos.
Después, apareció Ana de Diego, invitada por Adela. Se conocían del taller de Clara. A todos nos resultaba familiar su nombre, de cuando fuimos coautores. Cangreja llegó con disculpas y un aire de estar en otro lugar, con Silvia.Leyó la biografía de Gesualdo Bufalino y todos nos pusimos muy contentos al enterarnos que el autor siciliano publicó, por primera vez, a los sesenta. Joaquín comentó que un escritor conduce una cuadriga y los caballos se llaman: narrador, ritmo, frases y descripciones. Sara, bromeaba con Mesala. Qué buena aquella película de homosexuales: Ben-Hur. En fin, los desvaríos nos llevaron a lo extradiegético. Cómo echamos de menos a Norma y sus niveles narrativos. En una novela en tercera persona, el narrador radicaría en un nivel básico extradiegético, los personajes de la historia en un segundo nivel intradiegético y cuando uno de ellos, mediante un desembrague interno, asumiese el papel de narrador secundario o paranarrador, se abriría el primero de los posibles niveles propios de las obras concebidas según la estructura de la llamada «caja china» o de la mise en abyme metanarrativa. José Guerrero nos miraba con estupor y sin mediar palabra pidió otra cerveza. En San Ginés tañeron ocho campanadas.