Entonces en Comala, ahora en Kristiania
Entonces en Ramales
Sentados en la terraza iluminados por el sol hablábamos de Pedro Páramo. Los turistas como golondrinas revoloteaban por la plaza. Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, nos susurra Juan Preciado y Joaquín nervioso con su escrito sobre Rulfo. En la espera, preámbulo de confesiones de niñas todavía asustadas. Descartamos a Kawabata para la próxima reunión. Entre patatas fritas y tónicas, la tarde de primavera rechina y un vaho de tristeza nos rodea. Qué solos están los niños.
Ahora en el patio del MOMA
Había releído la historia de amor de Pedro y Susana en el avión, entre nubes, sin tiempo ni espacio, acaso sin perdón. Los rascacielos observan con envidia el patio, no por la multitud de esculturas, sino por la placidez de la mujer que retoza en la silla soleada. Doce campanadas tañen y de nuevo observo los cuadros de Edvar Munch. El pintor murió con sosiego en su casa de Ekely en 1944. Munch no pudo leer Pedro Páramo, sin embargo, en Noche en Karl Johan Street aparecen las ánimas mejicanas con atuendos nórdicos, las reconozco, las oigo murmurar. Es cierto, Dorotea, me mataron los murmullos.
Entonces en Ramales
Apareció Pepe y después Mar. La terraza se había llenado de ánimas que engullían paellas y sangrías, los álamos crujían de asombro. Joaquín Pérez-Minguez leyó su trabajo y nos prometió que lo colgaría en el blog. - Es un relato de una aldea donde todos están muertos. El narrador es un muerto….Por favor, más cervezas, patatas, aceitunas, que nos ahogamos como Juan Preciado: El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar.
Ahora en el patio del MOMA
Munch pintó Separación, sin haber conocido a Susana San Juan. Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. El hombre de tez verdusca y atuendo oscuro se desgarra el corazón apoyado en un árbol, la mujer de melena rubia y vestido largo ilumina el cuadro con un halo fantasmal. Doña Susanita, sin rostro, se desvanece en la bahía. Nos invade un colegio de niños negros, demasiado blanco bien vestido. Se sientan alrededor del estanque: TP, Frony, Luster, Dilsey. Ellos perduraron. Faulkner, Rulfo, Munch, el jetlag hace estragos. Una niña china juega con La Cabra, de Picasso.
Sentados en la terraza iluminados por el sol hablábamos de Pedro Páramo. Los turistas como golondrinas revoloteaban por la plaza. Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, nos susurra Juan Preciado y Joaquín nervioso con su escrito sobre Rulfo. En la espera, preámbulo de confesiones de niñas todavía asustadas. Descartamos a Kawabata para la próxima reunión. Entre patatas fritas y tónicas, la tarde de primavera rechina y un vaho de tristeza nos rodea. Qué solos están los niños.
Ahora en el patio del MOMA
Había releído la historia de amor de Pedro y Susana en el avión, entre nubes, sin tiempo ni espacio, acaso sin perdón. Los rascacielos observan con envidia el patio, no por la multitud de esculturas, sino por la placidez de la mujer que retoza en la silla soleada. Doce campanadas tañen y de nuevo observo los cuadros de Edvar Munch. El pintor murió con sosiego en su casa de Ekely en 1944. Munch no pudo leer Pedro Páramo, sin embargo, en Noche en Karl Johan Street aparecen las ánimas mejicanas con atuendos nórdicos, las reconozco, las oigo murmurar. Es cierto, Dorotea, me mataron los murmullos.
Entonces en Ramales
Apareció Pepe y después Mar. La terraza se había llenado de ánimas que engullían paellas y sangrías, los álamos crujían de asombro. Joaquín Pérez-Minguez leyó su trabajo y nos prometió que lo colgaría en el blog. - Es un relato de una aldea donde todos están muertos. El narrador es un muerto….Por favor, más cervezas, patatas, aceitunas, que nos ahogamos como Juan Preciado: El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar.
Ahora en el patio del MOMA
Munch pintó Separación, sin haber conocido a Susana San Juan. Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. El hombre de tez verdusca y atuendo oscuro se desgarra el corazón apoyado en un árbol, la mujer de melena rubia y vestido largo ilumina el cuadro con un halo fantasmal. Doña Susanita, sin rostro, se desvanece en la bahía. Nos invade un colegio de niños negros, demasiado blanco bien vestido. Se sientan alrededor del estanque: TP, Frony, Luster, Dilsey. Ellos perduraron. Faulkner, Rulfo, Munch, el jetlag hace estragos. Una niña china juega con La Cabra, de Picasso.
Comala en Kristiania.
Entonces en Ramales
Recuerdo días en que Comala se llenó de “adioses” .Pepe, nos habló de la estructura. Silvia, de los motivos cromáticos. Mar, de Quezatcoal. Adela, de dios. Y Norma del concurso de micro relatos. Los gorriones devoraban los granos de arroz y nuestras palabras: teología, el culto a los muertos, la trascendencia, la soledad. No sabíamos si ya éramos ánimas, pero por si acaso nos despedimos. El próximo martes: Las mentiras de la noche, de Gesualdo Bufalino. Lo presentará Silvia.
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
Entonces en Ramales
Recuerdo días en que Comala se llenó de “adioses” .Pepe, nos habló de la estructura. Silvia, de los motivos cromáticos. Mar, de Quezatcoal. Adela, de dios. Y Norma del concurso de micro relatos. Los gorriones devoraban los granos de arroz y nuestras palabras: teología, el culto a los muertos, la trascendencia, la soledad. No sabíamos si ya éramos ánimas, pero por si acaso nos despedimos. El próximo martes: Las mentiras de la noche, de Gesualdo Bufalino. Lo presentará Silvia.
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
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