EL POEMA NUMERO SETENTA Y CINCO DE TRILCE
UNA EVOCACION
A veces pienso en vosotros. Ya no siento las profundas punzadas en el estómago, pero el eco de vuestras carcajadas sigue siendo claro. Hacíais un corro. Dábais vueltas una y otra vez a mi alrededor. Reíais y me señalábais. Sin saber que estábais muertos. A algunos nunca más os he vuelto a ver. Flotais en la nada y el olvido. Otros, habeis cruzado la calle a mi lado, con vuestros hijos detrás. Sin reconocer mi rostro. Como si un gran espejo, brillante, silencioso, os hubiera cegado la mirada. La mitad de vuestro tiempo dormido, marchito, llegando por fin a doblar la esquina. Uno cogía piedras y me las lanzaba. Logró hacerme daño en un hombro. Y yo cerraba los ojos y os gritaba, que en el fondo, estábais muertos.
A veces pienso en vosotros. Ya no siento las profundas punzadas en el estómago, pero el eco de vuestras carcajadas sigue siendo claro. Hacíais un corro. Dábais vueltas una y otra vez a mi alrededor. Reíais y me señalábais. Sin saber que estábais muertos. A algunos nunca más os he vuelto a ver. Flotais en la nada y el olvido. Otros, habeis cruzado la calle a mi lado, con vuestros hijos detrás. Sin reconocer mi rostro. Como si un gran espejo, brillante, silencioso, os hubiera cegado la mirada. La mitad de vuestro tiempo dormido, marchito, llegando por fin a doblar la esquina. Uno cogía piedras y me las lanzaba. Logró hacerme daño en un hombro. Y yo cerraba los ojos y os gritaba, que en el fondo, estábais muertos.
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