martes, enero 24, 2006

MADAME CURIE 2
(HOMENAJE A CARVER, A CHEJOV, A MADAME CURIE)

Le dijo que parecía más cansada que otros días, pero Marie le contestó que sería por la luz, que ya iba cayendo y se tenían que alumbrar con las lámparas nuevas que emitían unas luces oscilantes.
Notó que Irene escuchaba la conversación a sus espaldas, pero no dijo nada.

Continuó la jornada hasta muy tarde, sin volver a pensar en el pequeño desmayo de la tarde en el patio. Como le pareció que Irene observaba, pensó que se habría alborotado por la noticia del premio Nóbel. Regresando a casa volvió a sentir en el corazón la añoranza por Pierre y lo cierto es que no sabía si era nostalgia o si le dolía físicamente.
Comentó como si nada con Irene que nadie podía imaginar lo poco que a ella le importaba recibir o no ese premio.
Al día siguiente le costó levantarse, había dormido muy mal. Su querido Pierre no había desaparecido de sus sueños, eso no era nuevo, pero ahora le parecía tener la certeza de que la llamaba y que se había convertido en el amante posesivo que no había sido nunca.
Recordaba con tal claridad las frases de su sueño que dudó de sí misma y de que no las hubiera pronunciado en voz alta. Le decía a Pierre que no fuera impaciente que estaba tocando con los dedos las ansiadas conclusiones, que este descubrimiento sería para la humanidad algo extraordinario.

Irene contaría a Eve que lo había oído todo; Marie no había soñado, estaba delirando, sin embargo prefirió no comentarlo, nunca había sido capaz de contradecir a su madre en nada.

Marie entró la primera al laboratorio, como siempre, pero inmediatamente percibió sobre la mesa de la antesala un pequeño jarrón con 2 rosas rojas despuntando de los capullos, recién cortadas. Instintivamente miró a través de la ventana y vio Robert al que saludó con una cortés inclinación de cabeza.

Pero decididamente lo del premio lo había puesto todo patas arriba, por 2 veces interrumpieron su trabajo en la mañana, algo inaudito! Telegramas y mensajes de felicitación de aquí y de allá, invitaciones…. No, no y no. No pienso acudir a la recepción, no pienso contestar, no recibo visitas, no concedo entrevistas, ni del embajador ni del presidente…
Entre aburrida y desbordada por la agitación, interrumpió su trabajo y salió al patio, donde se encontró, sin buscarlo, con Robert.
Se sentó en un banco aprovechando los rayos que acariciaban su cansado esqueleto. Se miró las manos, más bien las intuyó, su vista se volvía imprecisa en cuanto salía del laboratorio: unas manos rugosas, quemadas por tantos años de experimentos, huesudas para su edad, cansadas por el trabajo y la tensión.
Robert tomó asiento a su lado, dejando a un lado lo que tenía entre manos, con gesto pausado y sonriente.
Solo al llegar por la noche a casa rememoró la conversación que habían tenido aquella tarde.