ASUNTO DUBLINESES - 1
PEDAZOS DE UN DIARIO
Mi nombre es Aurora Pérez. Ahora tengo sesenta y dos años y la última vez que pude abrazar a mi única hija, Paloma, fue hace diez. La mañana que me la encontré muerta. Tirada en el suelo de su habitación con una jeringuilla colgándole del brazo y la boca desencajada. Aparté la cuchara, el limón pegado a su pie y la atraje hacia mi pecho. El olor a muerte me pareció un extraño alivio; el más doloroso que he sentido en las entrañas. La mantuve pegada a mí como si estuviéramos en el más grande de los océanos. Besé cientos de veces su frente fría, sus manos esqueléticas, su cara tan lejos ya del sufrimiento. Más tarde, dos guardias y una enfermera trataron de convencerme. Me ofrecieron un vaso de agua pero tuvieron que sujetarme. Mis gritos llegaron hasta el patio de luces, lo sé. Nadie podría separarme. Desde entonces, cada mañana, cuando el despertador suena a las siete en punto, miro la foto de Paloma que tengo sobre la mesita. En ella, es una preciosa niña de once años. Lleva un disfraz de hada Con gasas tornasol que cubren sus rodillas y unas pequeñas alitas que le hice con papel aluminio y cintas de muchos colores. Y cada mañana, mi primer pensamiento es una pregunta. Si será hoy el día en que por fin me toque morir.
Mi nombre es Aurora Pérez. Ahora tengo sesenta y dos años y la última vez que pude abrazar a mi única hija, Paloma, fue hace diez. La mañana que me la encontré muerta. Tirada en el suelo de su habitación con una jeringuilla colgándole del brazo y la boca desencajada. Aparté la cuchara, el limón pegado a su pie y la atraje hacia mi pecho. El olor a muerte me pareció un extraño alivio; el más doloroso que he sentido en las entrañas. La mantuve pegada a mí como si estuviéramos en el más grande de los océanos. Besé cientos de veces su frente fría, sus manos esqueléticas, su cara tan lejos ya del sufrimiento. Más tarde, dos guardias y una enfermera trataron de convencerme. Me ofrecieron un vaso de agua pero tuvieron que sujetarme. Mis gritos llegaron hasta el patio de luces, lo sé. Nadie podría separarme. Desde entonces, cada mañana, cuando el despertador suena a las siete en punto, miro la foto de Paloma que tengo sobre la mesita. En ella, es una preciosa niña de once años. Lleva un disfraz de hada Con gasas tornasol que cubren sus rodillas y unas pequeñas alitas que le hice con papel aluminio y cintas de muchos colores. Y cada mañana, mi primer pensamiento es una pregunta. Si será hoy el día en que por fin me toque morir.
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