Quizá sea solamente ÉL.
"...En el año de la peste, escribe su hombre, otros, presos del terror, lo abandornaron todo, sus casas, a sus mujeres e hijos, y huyeron tan lejos de Londres como les fue posible. Cuando la peste pasó, su huida fue condenada unánimemente como cobardía. Pero olvidamos, escribe su hombre, la clase de valentía que hace falta para afrontar la peste. No es el simple valor de un soldado cuando coge el arma y dispara contra el enemigo: es como disparar a la Muerte misma a lomos de su caballo blanco.
Ni siquiera en su mejor momento, su loro de la isla, su favorito de los dos, dijo ninguna palabra que no le hubiera enseñado su amo. ¿Cómo es posible que su hombre, que es una especie de loro y a quien no tiene en demasiada estima, escriba tan bien como su amo o mejor?. Porque lo cierto es que su hombre es hábil con la pluma. "Como disparar a la Muerte misma a lomos de su caballo lanco." Su propio talento, adquirido en la contaduria, consiste en hacer cálculos y cuentas, en no elaborar frases. "La Muerte misma a lomos de su caballo blanco": a él no se le habrían ocurrido esas palabras. Solamente aparecen cuando deja paso a su hombre.
Y los patos señuelo o duckoys: ¿qué sabía él, Robinson, de aquellos patos? Nada en absoluto, hasta que su hombre empezó a enviarle informes.
Los reclamos de los pantanos de Linconlnshire, la gran máquina de ejecuciones de Halifax: informes de una gran gira que su hombre parece estar llevando por la isla de Gran Bretaña y que es la representación de un viaje que él realizó por su isla en el esquife que se había
Ni siquiera en su mejor momento, su loro de la isla, su favorito de los dos, dijo ninguna palabra que no le hubiera enseñado su amo. ¿Cómo es posible que su hombre, que es una especie de loro y a quien no tiene en demasiada estima, escriba tan bien como su amo o mejor?. Porque lo cierto es que su hombre es hábil con la pluma. "Como disparar a la Muerte misma a lomos de su caballo lanco." Su propio talento, adquirido en la contaduria, consiste en hacer cálculos y cuentas, en no elaborar frases. "La Muerte misma a lomos de su caballo blanco": a él no se le habrían ocurrido esas palabras. Solamente aparecen cuando deja paso a su hombre.
Y los patos señuelo o duckoys: ¿qué sabía él, Robinson, de aquellos patos? Nada en absoluto, hasta que su hombre empezó a enviarle informes.
Los reclamos de los pantanos de Linconlnshire, la gran máquina de ejecuciones de Halifax: informes de una gran gira que su hombre parece estar llevando por la isla de Gran Bretaña y que es la representación de un viaje que él realizó por su isla en el esquife que se había
construido, el viaje que reveló que había una parte remota de la isla, escarpada, oscura e inhóspita, que desde entonces evitó siempre, aunque si en el futuro llegaban colonos a la isla tal vez la explorarían y se asentarían en ella. Aquello también era una figura, del lado oscuro del alma y del luminoso.
Cuando las primeras bandadas de plagiadores e imitadores se cernieron sobre su historia de la isla y le endilgaron al público sus propios relatos falsos sobre la vida de un naúfrago, a él no le parecieron distintos en absoluto a una horda de caníbales descendiendo sobre su carne, es decir, sobre su vida. No tuvo escrúpulos a la hora de decirlo. "Cuando me estaba defendiendo de los caníbales, que intentaban abatirme, asarme y devorarme -escribió-, pensaba que me estaba defendiendo de la cosa en sí. Poco imaginaba que dichos caníbales no eran más que representaciones de una voracidad mucho más diabólica, que roería la sustancia misma de la verdad."
Pero ahora, después de refllexionar más sobre ello, parece que empieza a invadirlo un sentimiento de complicidad con sus imitadores. Se le antoja que en el mundo solamente hay un puñado de historias. Y si a los jóvenes se les prohíbe que se alimenten de sus mayores, se los está condenando a guardar silencio para siempre.
Así pues, en el relato de sus aventuras en la isla cuenta que una noche se despertó aterrado, convencido de que tenía encima de él al demonio bajo la forma de un perro enorme. Se puso de pie de un salto, cogió un alfanje y lo blandió a derecha e izquierda para defenderse, mientras el probre loro que dormía junto a la cama chillaba alarmado. Tardó muchos días en comprender que no se le había subido encima ningún diablo ni ningún perro, sino que había sufrido alguna clase de parálisis pasajera, y al no poder mover la pierna había llegado a la conclusión de que había alguna critura acostada sobre ella. Da la impresión de que la lección de aquella aventura es que todas las aflicciones, incluida la parálisis, proceden del diablo y son el mismo diablo; que una enfermedad repentina puede ser representada por una visita del diablo, o por un perro que represente al diablo, y viceversa, que una enfermedad puede simbolizar la visita del demonio, como en la historia del talabartero y la peste. Por tanto nadie que escriba historias sobre una cosa u otra, sobre el diablo o sobre la peste, debería por ello ser considerado un mero falsificador o un ladrón.
Cuando años después decidió poner en papel el relato de su isla, descubrió que no le salían las palabras. La pluma no fluía, sus dedos estaban rigidos y no le respondían. Sin embargo, día a dia, paso a paso, acabó por dominar la técnica de la escritura, hasta que durante la época de sus aventuras con Viernes en las heladas tierras del norte las páginas se llenaban con facilidad, casi sin pensarlo.
Pero aquella vieja facilidad de redacción, ay, lo había abandonado. Ahora, en cuanto se sienta ante el pequeño escritorio frente a la ventana que domina los muellos de Bristol, nota aún más la torpeza en su mano, y la pluma un instrumento más ajeno que nunca.
¿Acaso al otro, a su hombre, le resulta más fácil escribir? Los relatos que narra acerca de patos, máquinas letales y Londres bajo la peste fluyen con bastante soltura, pero antaño a él le pasaba lo mismo. Tal vez lo está juzgando mal, a ese hombrecillo atildado de paso rápido y con un lunar en la barbilla. Tal vez en este mismo momento esté sentado a solas en un cuarto de alquiler en alguna parte del ancho reino, mojando la pluma en tinta y volviéndola a mojar, lleno de dudas, vacilaciones y reconsideraciones.
¿Cómo hay que entenderlos a su hombre y a él? ¿Cómo amo y esclavo¿ ?Cómo hermanos, como gemelos? ¿O cómo rivales y enemigos? ¿Qué nombre le dará a ese compañero sin nombre con quien comparte las veladas y a veces también las noches, que solamente se ausenta de día, cuando él, Robin, camina por los muelles observando las nuevas llegadas y su hombre galopa por el reino llevando a cabo sus inspecciones?.
¿Acaso ese hombre irá alguna vez a Bristol en el curso de sus viajes? Él ansía conocer al hombre en carne y hueso, estrecharle la mano, dar un paseo con él por los muelles y escuchar de su boca la historia de su visita a la parte norte de la isla o de sus aventuras como escritor. Pero teme que no habrá ninguna reunión, no en este mundo. Si tuviera que hacer una comparación entre ellos dos, su hombre y él, escribiría que son como dos barcos que navegan en direcciones contrarias, uno hacia el oeste y el otro hacia el este. O, mejor dicho, que son marineros ocupados en las jarcías, el uno a bordo de un barco rumbo al oeste y el otro en un barco que va al este. Sus naves se cruzan muy cerca la una de la otra, tanto que ellos podrían conversar con facilidad, pero el mar está encrespado, hay tormenta: con los ojos salpicados por la espuma y con las manos descarnadas por las sogas, pasan el uno junto al otro, demasiado ocupados incluso para saludarse con la mano".
La vejez, como en "Hombre Lento" aparece de nuevo. Al final a Peter Pan le parece que Robinson no tiene fuerzas para seguir y que esta pareja de "Él y su hombre", esos marineros que se cruzan en medio de la vida que es la mar y no se saludan vienen a ser un poco personajes predecesores de Paul Rayment y Elizabeth Costello, si bien el autor permitió a estos dos últimos cruzarse y conocerse en el mundo de los seres que habitan el universo de "Hombre Lento"... a fin de cuentas en el mundo exterior al País de Nunca Jamás "Él y su hombre" se escuchose- leyó -en el 2003. Elizabeth Costello vió la luz el mismo año y dos años más tarde, año 2005, cajas y cajas de "Hombre lento" llegaron a las librerías.
Quizá también y sea solamente eso o nada más y nada menos que eso sea única y exclusivamente "Él y su hombre", es decir Él.
Cuando las primeras bandadas de plagiadores e imitadores se cernieron sobre su historia de la isla y le endilgaron al público sus propios relatos falsos sobre la vida de un naúfrago, a él no le parecieron distintos en absoluto a una horda de caníbales descendiendo sobre su carne, es decir, sobre su vida. No tuvo escrúpulos a la hora de decirlo. "Cuando me estaba defendiendo de los caníbales, que intentaban abatirme, asarme y devorarme -escribió-, pensaba que me estaba defendiendo de la cosa en sí. Poco imaginaba que dichos caníbales no eran más que representaciones de una voracidad mucho más diabólica, que roería la sustancia misma de la verdad."
Pero ahora, después de refllexionar más sobre ello, parece que empieza a invadirlo un sentimiento de complicidad con sus imitadores. Se le antoja que en el mundo solamente hay un puñado de historias. Y si a los jóvenes se les prohíbe que se alimenten de sus mayores, se los está condenando a guardar silencio para siempre.
Así pues, en el relato de sus aventuras en la isla cuenta que una noche se despertó aterrado, convencido de que tenía encima de él al demonio bajo la forma de un perro enorme. Se puso de pie de un salto, cogió un alfanje y lo blandió a derecha e izquierda para defenderse, mientras el probre loro que dormía junto a la cama chillaba alarmado. Tardó muchos días en comprender que no se le había subido encima ningún diablo ni ningún perro, sino que había sufrido alguna clase de parálisis pasajera, y al no poder mover la pierna había llegado a la conclusión de que había alguna critura acostada sobre ella. Da la impresión de que la lección de aquella aventura es que todas las aflicciones, incluida la parálisis, proceden del diablo y son el mismo diablo; que una enfermedad repentina puede ser representada por una visita del diablo, o por un perro que represente al diablo, y viceversa, que una enfermedad puede simbolizar la visita del demonio, como en la historia del talabartero y la peste. Por tanto nadie que escriba historias sobre una cosa u otra, sobre el diablo o sobre la peste, debería por ello ser considerado un mero falsificador o un ladrón.
Cuando años después decidió poner en papel el relato de su isla, descubrió que no le salían las palabras. La pluma no fluía, sus dedos estaban rigidos y no le respondían. Sin embargo, día a dia, paso a paso, acabó por dominar la técnica de la escritura, hasta que durante la época de sus aventuras con Viernes en las heladas tierras del norte las páginas se llenaban con facilidad, casi sin pensarlo.
Pero aquella vieja facilidad de redacción, ay, lo había abandonado. Ahora, en cuanto se sienta ante el pequeño escritorio frente a la ventana que domina los muellos de Bristol, nota aún más la torpeza en su mano, y la pluma un instrumento más ajeno que nunca.
¿Acaso al otro, a su hombre, le resulta más fácil escribir? Los relatos que narra acerca de patos, máquinas letales y Londres bajo la peste fluyen con bastante soltura, pero antaño a él le pasaba lo mismo. Tal vez lo está juzgando mal, a ese hombrecillo atildado de paso rápido y con un lunar en la barbilla. Tal vez en este mismo momento esté sentado a solas en un cuarto de alquiler en alguna parte del ancho reino, mojando la pluma en tinta y volviéndola a mojar, lleno de dudas, vacilaciones y reconsideraciones.
¿Cómo hay que entenderlos a su hombre y a él? ¿Cómo amo y esclavo¿ ?Cómo hermanos, como gemelos? ¿O cómo rivales y enemigos? ¿Qué nombre le dará a ese compañero sin nombre con quien comparte las veladas y a veces también las noches, que solamente se ausenta de día, cuando él, Robin, camina por los muelles observando las nuevas llegadas y su hombre galopa por el reino llevando a cabo sus inspecciones?.
¿Acaso ese hombre irá alguna vez a Bristol en el curso de sus viajes? Él ansía conocer al hombre en carne y hueso, estrecharle la mano, dar un paseo con él por los muelles y escuchar de su boca la historia de su visita a la parte norte de la isla o de sus aventuras como escritor. Pero teme que no habrá ninguna reunión, no en este mundo. Si tuviera que hacer una comparación entre ellos dos, su hombre y él, escribiría que son como dos barcos que navegan en direcciones contrarias, uno hacia el oeste y el otro hacia el este. O, mejor dicho, que son marineros ocupados en las jarcías, el uno a bordo de un barco rumbo al oeste y el otro en un barco que va al este. Sus naves se cruzan muy cerca la una de la otra, tanto que ellos podrían conversar con facilidad, pero el mar está encrespado, hay tormenta: con los ojos salpicados por la espuma y con las manos descarnadas por las sogas, pasan el uno junto al otro, demasiado ocupados incluso para saludarse con la mano".
La vejez, como en "Hombre Lento" aparece de nuevo. Al final a Peter Pan le parece que Robinson no tiene fuerzas para seguir y que esta pareja de "Él y su hombre", esos marineros que se cruzan en medio de la vida que es la mar y no se saludan vienen a ser un poco personajes predecesores de Paul Rayment y Elizabeth Costello, si bien el autor permitió a estos dos últimos cruzarse y conocerse en el mundo de los seres que habitan el universo de "Hombre Lento"... a fin de cuentas en el mundo exterior al País de Nunca Jamás "Él y su hombre" se escuchose- leyó -en el 2003. Elizabeth Costello vió la luz el mismo año y dos años más tarde, año 2005, cajas y cajas de "Hombre lento" llegaron a las librerías.
Quizá también y sea solamente eso o nada más y nada menos que eso sea única y exclusivamente "Él y su hombre", es decir Él.
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