Peter continua con Coetzee
"... aun hombre que rema a bordo de una barca a vela. "¡Robert, Robert!", lo llama ella. Y entonces el hombre rema hacia tierra, coge un saco del barca, lo deja encima de una roca junto a la orilla del río y se aleja de nuevo. La mujer se acerca, recoge el saco y se lo lleva a su casa, con aspecto muy afligido.
Él aborda al hombre llamado Robert y habla con él. Robert le explica que la mujer es su esposa y que en el saco hay provisiones para una semana para ella y sus hijos -carne, harina y manteca-, pero que no se atreve a acercarse más, ya que todos ellos, la esposa y los niños, han contraído la peste. Y eso le rompe a él el corazón. Y todo esto -la historia de Robert y su mujer manteniéndose unidos mediante llamadas de un lado a otro del río y sacos dejados en la orilla- ciertamente posee un significado propio, pero también es una representación de la soledad de él, de Robinson, en la isla, donde en sus horas de desesperación más oscura iba hasta la orilla y llamaba a sus seres queridos de Inglaterra para que lo salvaran, y otras veces nadaba hasta el barco naufragado en busca de provisiones.
Más informes de aquella época de tristeza: Ya incapaz de soportrar el dolor de las hinchazones en la entrepierna y en el sobaco, que son las señales de la peste, un hombre sale corriendo y gritando, completamente desnudo a Harrow Alley, una calle de Whitechapel, donde su hombre, el talabartero, se queda mirando cómo salta y hace cabriolas y toda clase de gestos extraños, y su mujer y sus hijos corren detrás de él gritando y diciéndole que vuelva a casa. Esos saltos y esas cabriolas son una alegoria de sus porpios saltos y cabriolas cuando tras la calamidad del naufragio, después de registrar la playa en busca de algún rastro de sus compañeros de a bordo y al no encontrar más que un par de zapatos desparejados, entendió que había naufragado completamente solo en una isla desierta y que no tenía esperanzas de salvarse.
(Pero ¿sobre qué otra cosa canta en secreto, se pregunta a si mismo, ese pobre hombre afligido cuyos informes lee, además de su desolación? ¿Qué está invocando, a través de las aguas y a lo largo de los años? ¿Qué está tratando de extraer de su fuego interior?).
Hace un año, él Robinson, le pagó dos guineas a un marinero por un loro que se había llevado, según le dijo, de Brasil; un ave no tan mágnifica como su amado animaj pero por lo demás espléndida. Tenía plumas verdes, cresta escarlata y hablaba muy bien, si había que dar crédito al marinero. Ciertamente el pájaro se posaba en la percha del cuarto de la posada, sujeto con una cadenita a la pata para evitar que se fuera volando, y decía las palabras "¡ Pobre Poll!" una y otra vez hasta que él se veía obligado a taparlo con una capucha. Pero no le pudo enseñar a decir ninguna otra cosa, "¡ Pobre Robin !" por ejemplo. Tal vez demasiado viejo para aquello.
El pobre Poll, mirando por el ventanuco la enorme extensión gris del Atlántico que se ve más allá de los mástiles, pregunta: "¿Qué isla es esta, tan fría y lúgubre, a la que he sido arrojado? ¿Donde estás, mi Salvador, en esta hora en que tanto te necesito?".
Un tipo, borracho y en plena madrugada (otro de los informes de su hombre) car dormido en un umbral en Cripplegate. El carro que se lleva a los cadáveres se dirige hacia él (seguimos en el año de la peste), y los vecinos, creyéndolo muerto, lo colocan junto con los demás cadáveres. Al poco rato, el carro llega a la fosa de Mountmill y el conductor, con la cara tapada para protegerse de los efluvios, lo caoge para echarlo dentro. Él se despierta y forcejea, confuso, "¿Dónde estoy?", pregunta. "Estás a punto de ser enterrado con los muertos", responde el carretero. "Pero ¿estoy muerto?", dice el hombre. Y esto también es una representación de él en la isla.
Algunos londinense continúan con sus asuntos, convencidos de que están sanos y que saldrán vivos. Pero en secreto tienen la peste en la sangre: cuando la infección les llegue al corazón caerán fulminados, informa su hombre, como si los alcanzara un rayo. Eso es una representación de la vida misma, dela vida en general. Tendríamos que hacer preparativos adecuados para la muerte si no deseamos que nos sorprenda. Tal como él, Robinson, se vió forzado a ver cuando de repente, en su isla, se encontró un día con la huella de un hombre en la arena. Era una huella, y por tanto una señal: la señal de un pié, de un hombre, y de otras muchas cosas. "No estas solo", le decía la señal. Y también: "No importa hasta donde navegues, no importa dónde te escondas, serás encontrado".
En el año de la peste, escribe su hombre, otros, presos de terror, lo abandonaron todo ..."
Santo Dios !!!! Muerte, peste, soledad ...
Él aborda al hombre llamado Robert y habla con él. Robert le explica que la mujer es su esposa y que en el saco hay provisiones para una semana para ella y sus hijos -carne, harina y manteca-, pero que no se atreve a acercarse más, ya que todos ellos, la esposa y los niños, han contraído la peste. Y eso le rompe a él el corazón. Y todo esto -la historia de Robert y su mujer manteniéndose unidos mediante llamadas de un lado a otro del río y sacos dejados en la orilla- ciertamente posee un significado propio, pero también es una representación de la soledad de él, de Robinson, en la isla, donde en sus horas de desesperación más oscura iba hasta la orilla y llamaba a sus seres queridos de Inglaterra para que lo salvaran, y otras veces nadaba hasta el barco naufragado en busca de provisiones.
Más informes de aquella época de tristeza: Ya incapaz de soportrar el dolor de las hinchazones en la entrepierna y en el sobaco, que son las señales de la peste, un hombre sale corriendo y gritando, completamente desnudo a Harrow Alley, una calle de Whitechapel, donde su hombre, el talabartero, se queda mirando cómo salta y hace cabriolas y toda clase de gestos extraños, y su mujer y sus hijos corren detrás de él gritando y diciéndole que vuelva a casa. Esos saltos y esas cabriolas son una alegoria de sus porpios saltos y cabriolas cuando tras la calamidad del naufragio, después de registrar la playa en busca de algún rastro de sus compañeros de a bordo y al no encontrar más que un par de zapatos desparejados, entendió que había naufragado completamente solo en una isla desierta y que no tenía esperanzas de salvarse.
(Pero ¿sobre qué otra cosa canta en secreto, se pregunta a si mismo, ese pobre hombre afligido cuyos informes lee, además de su desolación? ¿Qué está invocando, a través de las aguas y a lo largo de los años? ¿Qué está tratando de extraer de su fuego interior?).
Hace un año, él Robinson, le pagó dos guineas a un marinero por un loro que se había llevado, según le dijo, de Brasil; un ave no tan mágnifica como su amado animaj pero por lo demás espléndida. Tenía plumas verdes, cresta escarlata y hablaba muy bien, si había que dar crédito al marinero. Ciertamente el pájaro se posaba en la percha del cuarto de la posada, sujeto con una cadenita a la pata para evitar que se fuera volando, y decía las palabras "¡ Pobre Poll!" una y otra vez hasta que él se veía obligado a taparlo con una capucha. Pero no le pudo enseñar a decir ninguna otra cosa, "¡ Pobre Robin !" por ejemplo. Tal vez demasiado viejo para aquello.
El pobre Poll, mirando por el ventanuco la enorme extensión gris del Atlántico que se ve más allá de los mástiles, pregunta: "¿Qué isla es esta, tan fría y lúgubre, a la que he sido arrojado? ¿Donde estás, mi Salvador, en esta hora en que tanto te necesito?".
Un tipo, borracho y en plena madrugada (otro de los informes de su hombre) car dormido en un umbral en Cripplegate. El carro que se lleva a los cadáveres se dirige hacia él (seguimos en el año de la peste), y los vecinos, creyéndolo muerto, lo colocan junto con los demás cadáveres. Al poco rato, el carro llega a la fosa de Mountmill y el conductor, con la cara tapada para protegerse de los efluvios, lo caoge para echarlo dentro. Él se despierta y forcejea, confuso, "¿Dónde estoy?", pregunta. "Estás a punto de ser enterrado con los muertos", responde el carretero. "Pero ¿estoy muerto?", dice el hombre. Y esto también es una representación de él en la isla.
Algunos londinense continúan con sus asuntos, convencidos de que están sanos y que saldrán vivos. Pero en secreto tienen la peste en la sangre: cuando la infección les llegue al corazón caerán fulminados, informa su hombre, como si los alcanzara un rayo. Eso es una representación de la vida misma, dela vida en general. Tendríamos que hacer preparativos adecuados para la muerte si no deseamos que nos sorprenda. Tal como él, Robinson, se vió forzado a ver cuando de repente, en su isla, se encontró un día con la huella de un hombre en la arena. Era una huella, y por tanto una señal: la señal de un pié, de un hombre, y de otras muchas cosas. "No estas solo", le decía la señal. Y también: "No importa hasta donde navegues, no importa dónde te escondas, serás encontrado".
En el año de la peste, escribe su hombre, otros, presos de terror, lo abandonaron todo ..."
Santo Dios !!!! Muerte, peste, soledad ...
2 Comments:
Me encantaría que Peter relacionara a Robinson con Paul Rayment, nuestro hombre lento.
(Hombre lento, de J.M.Coetzee)
Y a mí que Efimera sacara del estado de postración paralizada que le entra a mi amiga del otro lado cuando intentar escribir una cosa extraña que habla de pastores, angeles y algo que éstos, los ángeles contaron a los pastores ...
Pero bueno lo de Robinson y Paul puede dar ...
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