DIÁLOGO DE JESUITAS
Aparece en la puerta Su Eminencia Simon Stephen Cardenal Dedalus ataviado con hábito y roquete de monaguillo y rodeado de veinticuatro obispos, con sus veinticuatro hisopos, con los que van asperjando a la multitud.
Stephen.- ¿Qué hago vestido de monaguillo, si puede saberse?
Los veinticuatro obispos (entre dos hisopazos).- Eminencia, no va de monaguillo, sino de cardenal.
Stephen.- A otro perro con ese hueso, voy de monaguillo. Si sabré de eso. Llevo yo ayudadas más misas que dichas los veinticuatro en toda vuestra vida.
De una puerta disimulada sale la madre de Stephen, también vestida de monaguillo.
La madre.- ¿Qué estás haciendo, Stephen? ¿Aún no te has cambiado el uniforme del colegio? ¿A qué esperas? Vas a ensuciarlo.
Stephen (enfurruñado).- Pues que se ensucie; no pienso volver a ese colegio. Además, los profesores me meten mano.
Los veinticuatro obispos.- ¡ Anatema, anatema!
La madre.- ¡O tempora, o mores! No digas disparates. ¿Cómo que te meten mano?
Stephen.- No entremos en detalles, madre. Siempre procuro darte gusto, pero esto no puede ser.
Mallachi Mulligan, que está sentado en una silla mirando la escena con un estetoscopio al cuello y un fórceps en la mano izquierda, se levanta de un brinco y se acerca a ellos.
Mulligan.- Creo, señora, que Su Eminencia, tiene razón. No se puede hablar de cosas serias, como la poesía, Aristóteles o la glosopeda, vestido de monaguillo.
Stephen.- Bueno, si lo miras bien, podría pasar por madre abadesa de alguna orden monástica, a ser posible con voto de silencio.
Mulligan.- ¿Voto de silencio? Eso sí que me gustaría verlo a mí.
Stephen.- Sursum corda. Se lo propondré a mi padre y nos retiraremos los dos de esta vida de pecado y depravación.
Mulligan.- ¿El viejo Simon? Si es con un par de toneles de cerveza por compañía, puede.
Stephen.- ¿Qué hago vestido de monaguillo, si puede saberse?
Los veinticuatro obispos (entre dos hisopazos).- Eminencia, no va de monaguillo, sino de cardenal.
Stephen.- A otro perro con ese hueso, voy de monaguillo. Si sabré de eso. Llevo yo ayudadas más misas que dichas los veinticuatro en toda vuestra vida.
De una puerta disimulada sale la madre de Stephen, también vestida de monaguillo.
La madre.- ¿Qué estás haciendo, Stephen? ¿Aún no te has cambiado el uniforme del colegio? ¿A qué esperas? Vas a ensuciarlo.
Stephen (enfurruñado).- Pues que se ensucie; no pienso volver a ese colegio. Además, los profesores me meten mano.
Los veinticuatro obispos.- ¡ Anatema, anatema!
La madre.- ¡O tempora, o mores! No digas disparates. ¿Cómo que te meten mano?
Stephen.- No entremos en detalles, madre. Siempre procuro darte gusto, pero esto no puede ser.
Mallachi Mulligan, que está sentado en una silla mirando la escena con un estetoscopio al cuello y un fórceps en la mano izquierda, se levanta de un brinco y se acerca a ellos.
Mulligan.- Creo, señora, que Su Eminencia, tiene razón. No se puede hablar de cosas serias, como la poesía, Aristóteles o la glosopeda, vestido de monaguillo.
Stephen.- Bueno, si lo miras bien, podría pasar por madre abadesa de alguna orden monástica, a ser posible con voto de silencio.
Mulligan.- ¿Voto de silencio? Eso sí que me gustaría verlo a mí.
Stephen.- Sursum corda. Se lo propondré a mi padre y nos retiraremos los dos de esta vida de pecado y depravación.
Mulligan.- ¿El viejo Simon? Si es con un par de toneles de cerveza por compañía, puede.
(Continuará)
Etiquetas: Desde Dublín
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