Los hermosos años del castigo
Fleur Jaeggy, en la que es una de sus obras más conocidas, Los hermosos años del castigo, cuenta la historia de una mujer cuya infancia y adolescencia trascurren en diversos internados de Suiza, -tema que la autora conocía bien por su propia experiencia vital-. La acción se desencadena con la llegada de una nueva interna, Frédérique, cuya relación con la protagonista constituirá la trama principal.
La protagonista, cuyo nombre desconocemos, se sentirá de inmediato atraída por la nueva, encarnación de las más altas virtudes. Sin embargo Frédérique se aleja de esta supuesta perfección que la narradora nos trasmite puesto que también intuimos un cierto enigma, una esencia oscura y terrible bajo la piel de su amada. El final de la obra vendrá a confirmar nuestras sospechas.
La atracción que siente por Frédérique esconde la sexualidad reprimida de la protagonista, su necesidad frustrada de roce, un inquietante sentimiento de culpa que propicia el pudor carnal. Todo ello se traduce en una permanente sensación de intranquilidad, desasosiego e inquietud que atraviesa la novela hasta la última línea. El ambiente del internado, una atmósfera irrespirable que nos constriñe no es, pese a lo que pueda parecer en un principio, la realidad del mismo, sino creación y proyección de los tormentos interiores de la protagonista. Aterrador.
Relacionado con este punto es de especial relevancia la elección del narrador por parte de Fleury: la voz de la protagonista. De esta manera le otorga plenos poderes para hablar y callar a su antojo y deformar la realidad en aras de sus intereses. Se trata, por tanto, de una narradora de la que debemos desconfiar. Entrevemos ciertos aspectos de su adolescencia e infancia, aunque de manera desdibujada. Parece que en cualquier momento pueda desvelarnos el secreto que se esconde bajo la atmósfera del relato, que no es otro que el secreto de sí misma, pero cuando éste se ve amenazado lo cubre de nuevo.
Para conseguirlo elige Fleury un lenguaje ambiguo e indefinido, el campo semántico que corresponde a esta sensación de opresión y misterio. Se dice sin decir, se insinúa más que se explica. El vocabulario elegido funciona a la perfección para los fines de la novela.
La protagonista, cuyo nombre desconocemos, se sentirá de inmediato atraída por la nueva, encarnación de las más altas virtudes. Sin embargo Frédérique se aleja de esta supuesta perfección que la narradora nos trasmite puesto que también intuimos un cierto enigma, una esencia oscura y terrible bajo la piel de su amada. El final de la obra vendrá a confirmar nuestras sospechas.
La atracción que siente por Frédérique esconde la sexualidad reprimida de la protagonista, su necesidad frustrada de roce, un inquietante sentimiento de culpa que propicia el pudor carnal. Todo ello se traduce en una permanente sensación de intranquilidad, desasosiego e inquietud que atraviesa la novela hasta la última línea. El ambiente del internado, una atmósfera irrespirable que nos constriñe no es, pese a lo que pueda parecer en un principio, la realidad del mismo, sino creación y proyección de los tormentos interiores de la protagonista. Aterrador.
Relacionado con este punto es de especial relevancia la elección del narrador por parte de Fleury: la voz de la protagonista. De esta manera le otorga plenos poderes para hablar y callar a su antojo y deformar la realidad en aras de sus intereses. Se trata, por tanto, de una narradora de la que debemos desconfiar. Entrevemos ciertos aspectos de su adolescencia e infancia, aunque de manera desdibujada. Parece que en cualquier momento pueda desvelarnos el secreto que se esconde bajo la atmósfera del relato, que no es otro que el secreto de sí misma, pero cuando éste se ve amenazado lo cubre de nuevo.
Para conseguirlo elige Fleury un lenguaje ambiguo e indefinido, el campo semántico que corresponde a esta sensación de opresión y misterio. Se dice sin decir, se insinúa más que se explica. El vocabulario elegido funciona a la perfección para los fines de la novela.
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