jueves, diciembre 07, 2006

Trece días

El guardia jurado pasa por la puerta de la tienda sobre su ultramoderno patinete eléctrico. Nos dice adiós. Esquiva a un grupo de japoneses aturdidos por las primeras luces de navidad y se pierde en la marea de la otra multitud, la del la línea uno. Aun guardamos la esperanza de que nadie nos traiga el caos. Son las nueve y veintidós, trece días de trabajo seguidos, ocho minutos y cerramos. Una mujer de aspecto tímido, perfil de porcelana retocado vaticina el desastre. Mis compañeras Cristina y Diana tienen el impulso de cerrar la puerta. Imposible. La señora ya está paseando entre las baldas. Se acerca silenciosa, su impulso es irrefrenable. Lo sabemos con sólo mirarnos. Apoya en su pecho el peluche llorón y suspira. A la vez suelta su enorme maleta sobre la isla de mantitas. Su mirada fatal se ha posado al frente: Apresura sus pasos hacia las bufandas de colorines. En segundos destroza la primera balda, revuelve la segunda. Beatriz tiembla, pero yo le hago un gesto de aliento. Todavía podemos tener el control, sólo ha arrasado un par de muebles. Pero Beatriz tiembla, su rostro es un puro temblar. Señala a su espalda; los japoneses se acercan. El reloj de Atocha marca las nueve y veintiseis. Si tuviéramos tiempo de llegar al cuadro de luces, tras el mostrador. Apagar unas cuantas, asunto arreglado. Me olvido de los peluches llorones, del barullo de las mantas en el suelo. Salto la maleta. Es tarde. La riada de amarillos aplasta sus sonrisas en el escaparate. Entran en tropel. Saludan. Adiós a la perfecta fila ordenada de figuras de Buda. A la clasificación alfabética de los inciensos. Las velas de naranja son embrolladas con las de té. No, no souvenirs of Spain, only presents, les digo. Nunca se puede con una marabunta recién llegada. Se apasionan con las esencias, con las lámparas de sal. Very espensive, Have you got telephone cards?. No, no cards, no souvenirs. Sorry, half past nine, closed. Beatriz se afana en bloquear el probador; Diana se ha hecho fuerte en el rincón de los ambientadores. No queda otra. Abro la caja. Cobro con la derecha y empaqueto con la izquierda. Beatriz se empequeñece mirando los montones del desorden. ¡Un ave de sevillanos está saliendo!. El traqueteo de las maletas resuena en toda la estación. Al fondo, la noche. Tiene que serlo ya, son las diez menos cuarto, pero las luces fluorescentes, los grandes relojes encendidos, deslumbrantes. Siempre parece de día, aquí siempre parece de día. La señora de porcelana retocada es aplastada por el reguero amarillo sonriente. Ninguneada en su palidez decide pelearse con una japonesa por el mismo peluche llorón. No problem, les digo, we have toooo many. Saco otro, sigo cobrando con la derecha mientras el desorden de tamaños y modelos se agiganta. Beatriz sufre el ataque del dependiente superburning. Se remanga el uniforme, resopla como un toro. Hace a un lado a los turistas, se convierte entera en un frenesí de todo doblar. Otro Buda, otra esencia, señora si es el mismo peluche; no, no puedo hacer descuento por un hilito medio sacado del brazo, se lo cortaré con las tijeras, no se preocupe. ¿Ve?, ni se nota. Sí para regalo, no señora, no sé si los volveremos a recibir la verdad. Tampoco me quedan bufandas rosa pastel, no, no tenemos más guardadas. Sí, estoy segura, no tenemos más guardadas. Ni en los cajones, ni en el mostrador. ¿Desea algo más?. No la engaño, sí estoy segura, no tenemos más, no tenemos almacén. Son siete con veinte, No, se lo juro por mi madre, no tenemos bufandas rosas pastel. Pero le aseguro que si me da su teléfono, cuando vengan, si vienen, la llamo. No, he dicho teléfono de señora, no telephone cards, ok?. De pronto, sucede un milagro salvador: La lluvia. Invierno. Torrentes. Gente que corre, refugiándose. El guarda jurado se vuelve patinete en mano, vuelve a saludarnos. Espera. Todo Atocha espera. Averías de tren. Goteras. Megáfonos incesantes. De golpe, la nada. Los japoneses corren a su hotel. La señora reza por el móvil un taxi que la rescate de lo charcos. Beatriz apaga las luces. Oscuridad. En ella, el caos de todos los regalos. Estantes mezclados, islas revueltas. Las diez. Antes llamo a casa, hoy también llegaré tarde. Luego silencio. Diana se echa a reír. Tiempo moderno, qué locura. No sé si podremos soportar otros trece días. Claro que sí mujer, le digo, es sólo Navidad.

1 Comments:

Blogger palimpsestos said...

Cierto que hay algo peor, recuerda “Crónicas desde Santa-Land” y da gracias, C.Locas, ¡por lo menos no has tenido que disfrazarte de elfo! No le des a leer el relato a los dueños, no les des ideas que no tengan…
Qué situación trágico-cómica en unos escasos ocho minutos. ¡Bravo! Prometo ver el otro lado del mostrador, mirar la hora 2 veces, no dejarlo todo para el final, todos esos buenos deseos que escribimos o pensamos cuando estrenamos agenda. ¡Qué digo! Si ni siquiera pensado que ya, si, si, ya, estamos en Navidad. ¿A esto hemos reducido todo?
Desconfiaré los perfiles de porcelana retocados.

5:57 p. m.  

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