viernes, diciembre 22, 2006

De Ramales a Los Vosgos

Te marchaste de Madrid sin escribir la crónica de Ramales. Recuerdas que ya había oscurecido pero la temperatura todavía era agradable. La plaza sin las sombrillas, las palomas y los niños era sólo un espacio irregular de fachadas históricas sin armonía entre ellas. Acaso su fealdad cenicienta de legionarios con móviles y fundaciones a medio construir te hacían quererla como a esa amiga medio cieguita que te llena de congoja. O acaso la melancolía inusitada surgía de aquellos años en que la atravesabas camino de la Escuela

Te has ido de la crónica

Aquí, de nuevo, sentada enfrente de la mesa, pero qué mesa, la del café de Ramales o la del Café Hugo en la Plaza des Vosgues. En Paris diluviaba, pasaste la mañana en la Shakespeare & Company, luego visitaste las librerías de viejo de la rue de la Bûcherie, cuyos escaparates enseñaban libros de Witoldo. El viento sacudía los paraguas y no te dejaba abrir los ojos, más tarde, empapada, te enamoraste de Dora Maar aux ongles verts.
La casa de Víctor Hugo continuaba en una de las esquinas de la plaza

De nuevo, suena el móvil

Joaquín es el primero que llegó a Ramales. La camarera, una joven robusta de Angola, nos aconsejó que no leyéramos demasiado, un poco sí, pero no mucho, mi tía sabía cinco idiomas y tenía tres carreras, allí, en Luanda, y un día comenzó a hablar con los espejos, nos contaba con cara circunspecta mientras servía el café con leche y las magdalenas, ya os digo, poquito, que termináis como mi tía que ya solo atiende a los espejos. Joaquín y yo nos reíamos y entre sorbitos yo le contaba que en Paris había una plaza cuadrada con un jardín central rodeado de mansiones del diecisiete y que Víctor Hugo siempre escribía de pie. Y se ve que Hemingway le imitó el hábito, Joaquín, aunque el americano a maquina, allí en Cuba, donde vive una amiga medio cieguita que me llena de congoja.